Pensaba responder tu última misiva, pero me distraje con los comentarios que generó (tres, exactamente un 300% más que nuestro intercambio promedio).
Efectivamente, no es la primera vez que manipulas a los medios. Tu “atropello” fue otro gran montaje y tengo grandes historias que podríamos agregar como apéndices cuando escribas el libro. Por ejemplo, me acuerdo que, al igual que el resto de los ociosos que te conoce, me enteré de tu “accidente” por el diario. Inmediatamente te llamé y me aclaraste que no había pasado nada. Lo cómico ocurrió más tarde, cuando un conocido que en ese entonces vivía en Barcelona vio la noticia en Internet. El tipo me llamó y sostuvimos el siguiente diálogo:
“¿Viste el diario? ¿Viste lo que le pasó a Andrés? ¿Está bien?”
“Sí, ya hablé con él y por suerte la micro sólo lo pasó a llevar”
“¿Y estaba sobrio?”
“Ahuevonado, todo ésto pasó un sábado en la mañana”
“Vuelvo a preguntar, ¿estaba sobrio?”
Pese a que después de pensarlo reconozco que la pregunta tenía méritos, opté por hacerme el indignado y defender tu buen nombre. Las llamadas de otra gente se sucedieron. Todos querían saber si de ahora en adelante te alimentarías con suero y no sentirías nada cuando te hicieran cosquillas en los pies. Casi me aprendí de memoria la respuesta y hasta pensé en redactar un comunicado de prensa para que me dejaran tranquilo y cobrarte por tenerme a cargo de tus relaciones públicas.
El problema se agravó cuando al día siguiente volviste a aparecer en el diario y luego creo que salieron uno o dos artículos más sobre el mismo hecho, como para recordarle a la gente si no lo había leído la primera vez. Me acuerdo también que identificaste el número de patente de la micro, pero cuando lo verificaron se determinó que correspondía a un vehículo del transporte público de Punta Arenas y que, a menos que el chofer hubiese viajado a Santiago doce horas sin dormir con el expreso fin de atropellarte y luego volver a su casa justo a tiempo para ver el noticiario de la medianoche, era imposible que se tratara de la misma persona. Fue ahí cuando quedó al descubierto tu afán de figurar y seguramente el fiasco de la micro te obligó a hacer una llamada desesperada para cancelar la orden de poleras y chapitas que tenías pensado lanzar al mercado. Por un tiempo temí que te convertirías en uno de esos personajes estables de LUN como “la abuela de Tunick”, “la diosa del Metro”, “el rey de los pokemones” y todas esas fuentes recurrentes con que inflan y estiran una noticia hasta que se desintegra junto con la paciencia de sus lectores (espero, por cierto, que el “Huracán Lily” no sea una de esas).
De todas formas, esa experiencia te sirvió para maquinar verdaderos aciertos comunicacionales como el de usar a un gringo de pantalla para cambiarle el nombre a la avenida 11 de septiembre, que recuerdo no sólo generó cartas de indignación sino artículos de prensa. Tanto aquel como el caso de la micro debieran ser estudiados en todas las escuelas de periodismo.
No me cabe duda que el Citizen es una excelente manera de encausar esas energías genialmente destructivas.
Un abrazo,
GB.