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domingo, 4 de julio de 2010

Itaca


Dejemos las especulaciones para después y atengámonos a los datos. Julián Hernández Pelliecer nunca pensó en el destino, pero de a poco los acontecimientos fueron tejiéndose de manera tal en que le fue imposible no terminar creyendo en él.

Es un dato. Julián Hernández Pelliecer, hoy cree en el destino y antes no. Sus circunstancias actuales son su prisma y éste es el fundamento de la realidad que hoy percibe, desde el lugar remoto en que se encuentra. No fueron lecturas acerca de los griegos con sus faramallas de la Moira y héroes que lo son antes de serlo. Así, Julián no puede considerarse un Edipo Rey, ni ningún otro referente libresco, ni nada que se le parezca. Esa no fue la forma que lo llevó a formarse la pétrea opinión de que el destino existe. Julián Hernández Pelliecer es, digámoslo, un ignorante en esas materias.

Su creencia profunda respecto del destino, su destino al menos, le llegó en un momento de epifanía, cuando ató todos los prosaicos cabos de su vida, los que se concatenaron para iluminar un sentido. No se crea que algo extraordinario pasó en ese momento. No escuchó a nadie decir algo que cambiara el orden de las cosas, tampoco una voz interna, ni siquiera atravesó una crisis profunda. Julián Hernández Pelliecer no está loco.

Sin embargo, Julián siempre se sintió especial, y sólo es que nunca tuvo la oportunidad de demostrarlo, de demostrárselo. Tal vez se crea, nada de raro, que esa forma de sentirse especial responda naturalmente a la reflexión que hace cada ser humano acerca de sí mismo, cuando llega el maravilloso pensamiento de la contingencia, ese que hace evidente que existir no es otra cosa que una casualidad en un billón. Hernández Pelliecer pensó en eso en el liceo, cuando se explicaba la reproducción sexuada, o sea, cuando pensó en la mínima posibilidad de que se repita la posible combinación de tal ovario con tal espermio que hace que la persona resultante seas tú y no tu hermano. Eso, multiplicado exponencialmente por todas las generaciones hacia atrás, desde que un homínido parió un mutante mejor que sí mismo.

Estarán pensando que eso justamente, la casualidad más llana (por muy complicada que esta sea en la repetición constante de generación a generación), es lo contrario al destino. Es cierto, pero también hay cosas que no tienen una lógica prístina cuando se trata del pensamiento íntimo de alguien como Julián Hernández Pelliecer, quien no habitúa, ni siquiera hoy, a la reflexión sistemática.

Algunos pensaron que lo que sucedió con Hernández Pelliecer, entonces, fue el haber sufrido en carne propia el nacimiento cotidiano del pensamiento religioso, ese que se inocula en cada cuál que busca responder a una ansiedad que ha de ser satisfecha por una creencia necesariamente pétrea, dado lo etéreo de la duda. De este modo lo que habría pasado con Julián fue que llegó a confundir la casualidad con el destino, como una forma de no hacerse cargo del sinsentido total.

No fue así, porque Julián Hernández Pelliecer no es un idiota. No es un intelectual, pero no es un idiota, quizá por lo mismo. Tampoco es un artista. Por lo que, Julián Hernández Pelliecer nunca llegó a tener tal ansiedad, y sin ella, quedan descartadas tales conjeturas.

Algo objetivo pasó en una circunstancia dada. 

Julián Hernández Pelliecer, en su casa, dibujaba un 5 de mayo, su árbol genealógico. Árbol ralo, dado que él nunca tuvo un mi abuelo. O sea, era un tipo nuevo más sin anclaje en raíces de cuando la humanidad era menos de un cuarto de lo que es hoy. Como decirlo, él era producto de la penicilina y la explosión demográfica que generó una humanidad medianamente nueva, sin tradición más allá del siglo XX, y hasta ahí llegaba la raíz y copa de su arbusto.

Sin ambiciones, pero con curiosidad, Julián Hernández Pelliecer comenzó a hacer crecer las ramas del árbol, con bisabuelos, bisabuelas, tatarabuelos, tatarabuelas, y hasta colaterales, a quienes les creó personalidades particulares, cuidando que ninguna de éstas fuera lo suficientemente desbordante como para justificar la opacidad de su recuerdo (un recuerdo inventado). A cambio, las dotó de historias complejas que determinaban, según él, una gran profundidad psicológica. 

Puede ser que Julián Hernández Pelliecer se haya obsesionado, pero nada lo demuestra. Mientras se abocó a crearse una genealogía, cumplió con sus obligaciones, y se le vio en situaciones sociales normales, como la navidad o la fiesta de fin de año. Fue en sus tiempos libres cuando se dedicó a tan extraña actividad.

En la medida en que sus cálculos de edad de sus parientes lo llevaban más hacia el pasado, y el mundo se le hacía distinto y desconocido, recurrió a los referentes que cualquiera podría usar; el cine, la televisión y las clases de historia. Así, sus bisabuelos migrantes a América estuvieron en la Segunda Guerra Mundial en papeles dignos al lado de los aliados, pero secundarios, y los que se quedaron llevaron vidas bucólicas y aburridas, salvo cuando tuvieron historias románticas. O sea, los rodeó de circunstancias estereotipadas. Sin embargo, la complejidad fue por el lado de sus motivaciones. Sus parientes, así, fueron estudiantes de ciencias obsesionados con una hipótesis que resultó un error, o mujeres atribuladas por el deseo por hombres prohibidos, poetas o millonarios excéntricos, uno de los cuales fue integrado a la genealogía, por ser el verdadero procreador de uno de sus ascendientes, con lo que logró el imposible de un secreto escándalo.

Sin duda la creación de Julián era una caricatura carente de rigor histórico y abundaban las extrapolaciones desde la actualidad hacia el pasado. Así, imagino la independencia como un momento épico en que el pueblo chileno se levantó contra el yugo español, sin considerar que éste en verdad estuvo impávido y ajeno a los conflictos de la elite, por lo que es del todo inverosímil, por ejemplo, que Adalberto Hernández, su tatarabuelo inventado, fuera un comerciante de clase media bien chileno que simpatizaba con la independencia, pero que no se atrevía a entrar en política.

Cuando Julián llegó al siglo XV, supo que tenía que llevar a parte de su familia a la Edad Media y a otra al pasado prehispánico. Sin embargo, supo también que se le habían acabado los recursos para recrear las circunstancias de su parentela. No se le ocurrió investigar en los libros ni internet, porque nunca fue lector, por lo que su manera de solucionar los vacíos fue viajar.

Como no tenía plata para ir a Europa, y sólo sabía vagamente que sus ascendientes eran españoles, sin saber de qué parte exactamente, tomó la resolución de ir al Perú.

Nadie sabe bien por qué al Perú y no al sur de Chile, pese a que estaba convencido que sus parientes indígenas fueron parte de la guardia de los caciques que pelearon contra Valdivia y el resto de los españoles. Una vez escuchó por ahí que habían llegado miles de indios peruanos a Santiago y eso le bastó para tejer la historia hacia allá. Es probable que finalmente se haya impuesto sus ganas de salir del país, por sobre la verosimilitud de su historia. No hay pruebas, pero el hecho es que decidió conocer un paisaje que se le antojaba parte de sí mismo.

Anunció Julián Hernández Pelliecer sus vacaciones al Perú, sus cercanos –que nada sabían de su afición– lo felicitaron por eso y partió en enero en bus hacia Arica, cruzó en taxi a Tacna y otro bus lo llevó al Cusco, en un viaje de 39 horas que lo dejó con un dolor lumbar que casi lo hizo arrepentirse de tal viaje, más cuando pensó en el regreso.

En la altura de Cusco, le costó creer que estaba montado en la misma cordillera que siempre tuvo frente a sí en Santiago, pues allá en Chile ésta parecía un paredón gris e infranqueable, mientras que acá era un espacio verde de recovecos habitados y labrados.

Le dolía la espalda y no se maravilló, pero sí dudó de toda su creación, pues entendió que todas las circunstancias que inventó eran a penas un rústico mapa de un territorio muy distinto. Lo entendió en términos geográficos, pero también históricos, cuando observó la humanidad indígena que, para su sorpresa, no hablaba el español, sino el quechua, una lengua que lo transportó a otra época que nunca habría imaginado en caso de haberse quedado en Chile.

En el cuartito de hotel, Julián Hernández Pelliecer ordenó sus cosas, y dispuso sus dibujos y anotaciones en las paredes. Buscaba una historia para su tataratatarabuelo, un indígena inca sin nombre aún, que llegó con unos españoles a Chile, donde tuvo hijos con una mestiza de nombre María, la pareja que sería forjadora de un decimosextoavo de su historia.

Al otro día Hernández Pelliecer más le dolía la espalda y más desconcertado se encontraba. No sabía por donde empezar ni a donde ir. Pragmático, fue a una farmacia para preguntar por un remedio para el dolor de espalda. Compró un ungüento sin convicción, vovió al hotel, se lo aplicó y volvió a la misma inanidad. Como el ungüento no le hizo efecto inmediato, descartó salir a caminar en busca de ideas. También descartó tomar un tur e irse a Macchu Picchu, pues intuía que la historia latente estaba en la ciudad. En cambio, fue un boliche que le pareció no tan caro a tomarse una cerveza, con una libretita de notas y un lápiz.

Se tomó cinco cervezas y no escribió ni una palabra. Medio borracho, pidió un plato para almorzar. Tras comer, todo pensamiento se desvaneció. Entre el alcohol, la sangre en su estómago, la altura y el amortiguado dolor de espalda a punta de ungüentos y cerveza, su mente se fue a blanco, muy sentado sobre sí con todo el peso en el perineo.

No fue una experiencia religiosa ni se dejó seducir por tótemes andinos, como el condor o la llama, como podría creerse si se presta mucha atención a las dudosas historias místicas de los turistas que han ido por esos paisajes, sino que fue la mera y llana sensación de nada la que lo embargó. 

Tras sucumbira ese estado, todo se puso en orden, pues lo que había en sí dejó de ser, y no hay nada más claro y prístino que el vacío. Sin mediar voces ni emociones, Julián Hernández Pelliecer pagó su cuenta, se dirigió a su cuartito de hotel y metódicamente comenzó a desarmar y destruir toda la ficción acerca de su parentela, incluido aquello que tenía trazos aparentes de verdad. 

Tras eso, una fuerte sensación de existencia le recorrió todo el cuerpo, al punto que pudo sentir la circulación de su sangre y el engranaje sordo de sus órganos. Sintió sus músculos pegados a sus huesos y su sistema nervioso capaz de moverlos. Sin dar la orden con la conciencia, se paró, se dirigió al balcón de su habitación y su vista, a la que hasta entonces había olvidado, minimizándola a funciones subordinadas, comenzó a escrutar el celeste del cielo, el blanco algodonado de las nubes, el verde del entorno y el ocre de las techumbres, dibujando una perspectiva única, fiel y propia, de la que se enorgulleció, pese a que sabía, sin reparar en ello, que se desvanecería a pesar de su voluntad de pervivir en ella.

domingo, 14 de marzo de 2010

Japines a un año de su relativo abandono

Ando en búsqueda de palabras en voz baja, para encontrar esos murmullos que iban tan hacia lugares tan menos públicos. Últimamente la voz dirigida hacia la plaza, me carraspea, me confiere una altura y una visibilidad que me pasma. Me arrastra la plaza hacia la creencia de que ahí está lo cierto, lo correcto, y de a poco siento que todo cobra tintes sacerdotales. Voces de corrección y crítica. Sentencias. Ritos con instrucciones claras y preestablecidas.

Sin dudas dimos con una necesidad. Propia y de otros. Una colectividad que de pronto ha crecido, esperando los guadañazos certeros que pocos dan, y que –sin falsa modestia– creo que damos mejor. Y ahí estoy yo, semi seudónimo, semi yo mismo, responsable de expectativas crecientes. Y sin tener tanto qué decir. Sin siquiera tener un instante de temor a la página en blanco, porque se ha abierto una verborrea maravillosa, de muchos que han querido hablar en el tono que he propuesto, yo mismo. Así y todo a veces cansa. Cansa, aunque vea hacia atrás, y todo pareciese una gran crónica escrita colectivamente para dar cuenta de nuestro tiempo, que creo que es lo que más valoro. Escrita bajo el diápason que surgió de mi fuerza y visión, pero tan de todos.

Y así el espacio de diálogo en que me encuentro, éste ejercicio mismo, ha ido cediendo frente a este especie de éxito, que buscaba tanto como desconocía. Y veo este pobre y llano jardín que una vez fue Japines, tan descuidado. Casi ajeno, si lo comparo con la potencia de su hijo. Cercenado de una intimidad, que se me figura ridícula, si lo comparo con la potencia de su hijo. Y sin embargo me es tan más propio, comparado con su hijo.

Pudor me da al escribir estas palabras, como si creyera que de pronto todos los desconocidos que he convocado, llegarán a ellas a descubrir que tras las sentencias, la crítica, lo sardónico y todo lo que es El Citizen, hay muchos más dudas y parajes incompletos, búsquedas sin brújula. Una especie de desnudez, que sin embargo quiero exponer para volver a perseguir esos otros objetivos, que nunca fueron concebidos en esa categoría tan grave. Un propósito tan simple como dar con la voz propia, incluir la fragilidad y olvidar las metas.

Güelcom tu Japines

viernes, 10 de julio de 2009

Episcolario: intereses dispares









Andrés,

Comparto tu perplejidad respecto de tu nuevo status laboral. Me pasó lo mismo hace unos años, cuando declaré a quien quisiera escuchar que me retiraba del periodismo y no volvía a esclavizarme con la actualidad de un diario cual jubilado haciendo hora para que llegue su compañero de ajedrez. Juraba que de ahora en adelante la academia sería lo mío, pero dos años en una universidad gringa me convencieron de lo contrario. Pese a que sigo retirado de la profesión, mi trabajo me obliga a estar pendiente de todo y por lo tanto no puedo desintoxicarme de la prensa y vivir mi sueño de vivir aislado en mi casa, escribiendo desde mi refugio atómico subterráneo. Algún día me gustaría que me hicieran una intervención de esas que salen en la tele, donde entras al living y de sorpresa te encuentras con todos tus seres queridos mirándote con cara de preocupación. Ojalá me prohibieran seguir leyendo diarios y viendo canales de noticias, que a estas alturas es casi lo único que miro en la tele.

Una cosa que me imagino ha sido favorable es el flujo de caja. Ya hemos llorado bastante con eso de esclavizarse a un trabajo, pero siempre es bueno recordar que la vida de empleaducho suele tener un beneficio: no pensar en qué animal vas a tener que cazar mañana para parar la olla. Estoy leyendo un ensayo del economista alemán Werner Sombart acerca de por qué el socialismo nunca echó raíces en EE.UU y se detiene bastante en el hecho que los trabajadores gringos, al tener un estilo de vida relativamente más alto que el europeo, sencillamente se achancharon y nunca construyeron redes solidarias como las de los otrora ideologizados sindicatos de Europa. Naturalmente, hay miles de otros factores que refuerzan el fenómeno – el duopolio Demócrata-Republicano, la influencia de la frontera para atizar el desplazamiento geográfico de los trabajadores (y por ende la imposibilidad de crear comunidades arraigadas), el endiosamiento de la propiedad privada, las constantes oleadas migratorias que reforzaban las identidades étnicas en vez de las de clase, las luchas entre grupos étnicos avivadas desde la gerencia, etc. – pero siempre volvemos a cómo la aparente seguridad económica en una época de inseguridad absoluta nos termina domesticando y escondiendo al viejo yo criticón debajo de la alfombra.

Hablando de divisiones entre los trabajadores, el otro día me pasó algo curioso. Resulta que en mi trabajo ultra políticamente correcto, tenemos meses para homenajear todo: a la mujer, la comunidad homosexual, los hispanos, los asiáticos, etc. En este momento está terminando el mes del orgullo gay. Una de las actividades que organizaron fue una charla con una abogada acerca de la discriminación legal hacia las parejas homosexuales en asuntos como la jubilación, adopciones, herencias, etc. Todo se centraba en las maneras en que distintos estados han tratado de aprobar legislación para consagrar las “uniones civiles” (eufemismo para matrimonio homosexual y tema sobre el que Frei 2.0 está “abierto” a conversar pero no a hacer algo) y aminorar los efectos de una ley federal aprobada en los tiempos de Clinton (lo que confirma mi postura de no inscribirme jamás en registro electoral alguno) que define el matrimonio exclusivamente como la unión entre un hombre y una mujer. Una de las cosas interesantes de un gobierno federal es ver las diferencias regulatorias que se dan en un mismo país y cosas como que mientras Washington, DC se apresta a legalizar las uniones civiles, en Ohio la constitución del estado les prohíbe cualquier derecho como pareja. Más fascinante aún es ver cómo las organizaciones pro y anti matrimonio gay trabajan detrás de las sombras, forman coaliciones con otros grupos (inmigrantes, jubilados, etc.) para aprobar determinada legislación y en general consiguen logros en un ambiente dominado por las escaramuzas y la propaganda.

Pese a que, como sabrás, éste nunca ha sido un tema que me quite el sueño, sí me interesa ver cómo una sociedad que se compra tanto sus mitos mesiánicos de libertad y justicia y hasta hace poco se vanagloriaba de logros tan ridículos como haber “liberado” a las mujeres de Afganistán, le niega de forma tan rampante derechos a ciertos segmentos de su población. Algo que me llamó la atención fue que en el público solamente habíamos dos heterosexuales, evidencia del desinterés que genera el tema entre la gente pretendidamente progre de mi trabajo. No debiera sorprenderme, porque lo mismo ocurre durante los otros meses. A las actividades de los negros, va una mayoría de afroamericanos, a las de los asiáticos asiste una mayoría de orientales, etc. De todas formas, el trabajo no define a la gente y en general las personas, progres o no, son poco ideologizadas. Una vez terminada la charla de la abogada, una colega lesbiana se me acercó para agradecer mi asistencia. No supe qué contestarle. Yo no lo encuentro nada anormal y, como te dije, me sorprende más que otra gente que se dice progresista (no como yo), no sintiera curiosidad alguna por los problemas de sus compañeros de trabajo.

Pues bien, esa es la primera parte de mi historia. El segundo capítulo tuvo lugar la semana pasada, cuando mi sindicato tuvo una reunión de miembros. Uno de los temas en la agenda era el exigir mejor compensación para los empleados bilingües, ya que dado nuestro conocimiento de un segundo idioma terminamos haciendo más trabajo que los que solamente hablan inglés. A modo de ejemplo, mi pega es exactamente igual al de la demás gente en mi departamento, con la diferencia que dado que soy el único hispanoparlante, edito todas nuestras publicaciones en español. La propuesta fue escuchada pero encontró resistencia entre algunos de los asistentes. Uno de ellos era una afroamericana que justo la semana anterior había estado reclamando por las disparidades legales que impedían que su pareja (mujer) fuera carga en su isapre. Quedé para adentro. Uno de sus argumentos para oponerse a una mejor paga para los hispanoparlantes era que ella también hablaba un segundo idioma, el creole, que en este país solamente tiene presencia en Louisiana. Yo le dije que no teníamos ningún miembro que hablara creole y, por el contrario, tenemos cientos de miles de hispanoparlantes, los que aumentan día a día. Su respuesta fue que eso daba lo mismo. Si no es porque la discusión terminó por falta de tiempo, no sé en qué habría acabado. Todavía no puedo creer que por envidia o por esa pueblerina mediocridad gringa que se resiste a aprender un segundo idioma, una trabajadora supuestamente oprimida esté dispuesta a cagarse a sus propios colegas.

La pertenencia a un grupo étnico o el tener una determinada orientación sexual no te obliga a tener un solo tipo de ideas o simpatías políticas – de hecho, este fin de semana conocí a un homosexual que trabaja en el departamento de marketing de la Asociación Nacional del Rifle – pero en este caso la hipocresía me dio nauseas. Es como decir: “¡sí a los derechos de los homosexuales y los afroamericanos, pero a la mierda con esos espaldas mojadas que hablan idiomas raros!”. No lo entiendo y es más, me parece una nueva confirmación de todas mis ideas sobre el multiculturalismo y la neurosis identitaria.

Pero no nos pongamos tan densos. La vida en este manicomio me sigue tratando bien y veo que por tu parte Chilistán te agasaja de lo mejor, pese a que por el momento te veas abrumado por el trabajo. Toda la misantropía que a veces se respira en nuestros mensajes es preocupante, pero quiero creer que más bien obedece a que es más fácil criticar (me recuerda al slogan mamón de nuestros rivales electorales en la universidad) y que, asimismo, va a disminuir con el tiempo. El fin de semana vi la última película de Woody Allen y es precisamente una oda a la misantropía. Sus personajes principales suelen ser neuróticos y odiosos pero el de esta oportunidad es particularmente huraño.

Trata a todo el mundo de “gusano” o “zombi descerebrado”, incluyendo a los niños cuyas madres le pagan para enseñarles a jugar ajedrez. Espero que no lleguemos a ese nivel.

Lo poco prolífico se debe a varias cosas. Entre ellas, trabajo, flojera y los preparativos para la llegada del Mesías, lo que implica cambiarse a un departamento más grande. Hoy firmo contrato. La novela sigue estancada virtualmente donde mismo y es más, tuve el descaro de intentar lanzarme con otra. Escribí algo así como seis páginas antes de desinflarme. Creo que a estas alturas debiera dedicarme a escribir novelas de acción. Mi sueño es que me paguen por producir novelas de esas que se vendían en los quioscos hasta los años 80, cuando el chilistaní medio (y en general la gente en todo el mundo de habla hispana) leía algo más que las instrucciones para instalar la tele de 50 pulgadas y era capaz de escribir frases con vocales, sujeto y predicado en vez de mensajes de texto a través de un celular o, peor aún, Twitter, el enemigo número uno de lo que queda de civilización. Creo que sería una excelente forma de fomentar la lectura en estos tiempos. He conversado la idea con harta gente, incluyendo editores, pero en general me han tomado tan en serio como si les estuviera vendiendo una propuesta para esterilizar a la población a través del agua potable.

A Chilistán voy en septiembre y luego me repliego a esperar al primogénito, que arriba en diciembre. Espero que nos alcancemos a ver y tal vez tener por primera vez en la historia una reunión oficial del comité editorial del cuasi difunto Citizen.


Un abrazo,

GB.

domingo, 5 de julio de 2009

Episcolario: Sevillanadas










Estimados AA y GB:


Disculpe usted la demora, AA. Entre su correo y el post en japines me quedo satisfecho de noticias sobre su vida. Es curioso cómo en la distancia los gestos como el no responder un correo, o tardar en ello, reemplazan la relación en persona. Es como si le hubiera llamado para ir a tomar unos schopss y fuera la segunda vez que me dice "es que tengo un cumpleaños". Este no es el caso. Me doy por enterado de su situación contractual.

Debo reconocer que ando irritable o sensible, como si hubiese luna llena. Una luz parecida es la que me debe estar causando este estado de ansiedad: la pantalla del computador. Digamos que este reemplazo lumínico está cambiando mi condición de hombre lobo por la de hombre bobo. Presiento la llegada de la miopía o el astigmatismo gracias a HP y a Microsoft, que pese a todas las inversiones en innovación todavía no solucionan el que la luz del pc te atrofie la vista (tengo la sospecha de una colusión Microsoft-Place Vandome). Ahora entiendo porqué casi todos los profesores de universidad usan lentes. Llegué a pensar que era una seña de identidad. Como se pasan encerrados gran parte del tiempo, la soledad tiene cara de libro, pues, al ponerse lentes se daban un pequeño respiro social. Pero no. Es la luz. Aunque en muchos será un arrastre genético, o sea que hay profesores de sangre azul, la universidad les corre por las venas, otros deben pasar por el rito y perder (o ganar otra) visión.
Para ser más concreto, la tesina me tiene haciendo corto circuito. A veces me pregunto en qué carajo me metí. Pienso en los que me alentaron (entre esos usté, estimado AA) y me entran ganas de urdir algún plan de venganza. Después de respirar hondo y contar hasta diez, la paz es conmigo y comprendo que ningún tiempo es perdido y que estudiar al menos me permitirá sobrellevar la pobreza con sabiduría: no hay dinero para salir pero siempre estará en la repisa Guerra y paz en su edición de regalo de revista Vea... cuando llego a ese punto sigo trabajando, más bien para no pensar.

Y así en un bucle, un ir y venir del autoestima, el rencor, la esperanza y la ironía, que este último es para más remate mi tema de investigación. Porque (¡eureka!) hacer una investigación en humanidades en realidad es preguntarse "¿qué es lo que quiere escuchar el jurado?". Entonces te inventas una serie de relaciones teóricas entre pensadores destacados (de moda), creas el efecto de texto en diálogo, le pones una excusa llamada autor (poeta, novelista, pintor) y poco más, ya tienes una investigación académica. El problema aparece cuando sabes que ese plan tan simple supone doscientas páginas de relaciones lógicas legibles. Porque escribir incoherencias en la mitad y cubrir el principio y el final con algo inteligible ya no te asegura nada. Es más probable que entre los miembros del jurado haya algún lector avezado (con el umbral del dolor muy por sobre la media) capaz de revisar hoja por hoja tu triste tesina. Esto no es el exámen de grado de la licenciatura de periodismo en el que podías dar por hecho que con suerte llegarían a leer las dedicatorias de tu tesis. Y lo entiendo. ¿Para qué leerse eso? (la palabra tesis le queda grande). No. Una tesina doctoral al menos exige al profesor llegar al índice y a las conclusiones, pero como he dicho, siempre habrá un súper héroe.

Bueno, ¿pero qué te cuento a tí, AA, si eres ducho en los avatares académicos? Te viene de sangre (usas lentes de siempre), ya has ejercido de ayudante y llevas el recuerdo de alguna que otra investigación. Olvídalo, no te he contado nada.
Pero como este es un correo largo y ser feliz despierta envidias, te cuento alguna otra razón por la que la vida actualmente me pesa.

El calor veraniego en Sevilla es la imagen viva del infierno. No exagero. Se supone que a los escandinavos les venden el turismo en el sur de España por la luz y el sol. ¡Pero si es una calamidad! A la doce de la mañana, con treinta y cinco grados, hay que cerrar ventanas, bajar persianas y cortinas, para encender el aire acondicionado. A las tres de la tarde "afuera" es una entelequia. No anda ni dios, pero los guiris (gringos, alemanes, suecos, etc) disfrutan del exótico calor andaluz siendo pulverizados por la radiación solar.

Es el invierno del que huyen los daneses: oscuridad y máquinas que permiten la vida humana. Ni hablar de los días en que hay levante. Un viento que viene de África cargado de polvo en suspensión (del Sáhara) arrastrando un aire caliente que sube las temperaturas hasta los 45 grados o más. Dicen que esto siempre ha sido así, pero Greenpeace, siempre poniendo la nota de cordura, habla de la africanización de Andalucía (¿no se referirán a los miles de subsaharianos que llegan en pateras y están formando verdaderos campos de refugiados en las periferias?).

Debo reconocer que tardé en darme cuenta de lo insoportable que es todo esto. El poder de la mente es increíble: al principio era todo muy exótico y el aire acondicionado me parecía un lujo antiecológico e innecesario. Caminaba por las calles creyendo que reinvindicaba el uso del espacio público en contra de las máquinas que nos lo quitan. Es cierto que la sensación térmica es muy superior gracias al aire caliente con el que colaboran las miles de máquinas de aire acondicionado que funcionan en la ciudad (autos, buses, grandes tiendas, cada casa y depto.). Pero renuncio a mi llamado a ser San Manuel Bueno, mártir. Debo seguir viviendo para rescatar a la humanidad luego. Si muero ya no hay nada que hacer. Mientras escribo esto, la máquina, aparte de soplarme su fresco aire hidrogenado en la espalda, me susurra su traqueteo de aparato viejo y come-ahorros.

Conclusión: aparte del amor y la esperanza de un mundo mejor, pocas cosas me mantienen con vida.

De este modo me uno con modestia a esta serie de correspondencias entre prematuros jubilados incólumes. Aunque lamento la autoreferencia excesiva de ésta mi primera carta, espero estar a la altura de vuestras reflexiones hilarantes, agudas y apocalípticas (¿qué más se le puede pedir a una reflexión?) que he seguido hasta ahora con el silencio del peregrino que oye la voz guía de dos iracundos santiagos.

CCN (no CNN)

domingo, 28 de junio de 2009

Episcolario: escribir






Estimado,

Creo que estoy en condiciones de responder tu carta, sólo después de una larga cuarentena que decidí darle a esto de tecletear, al menos con propósitos menos instrumentales que los del oficio al que finalmente he vuelto, pese a todas mis invectivas.

Sí, volví a la periodistez, lo que comportó en lo inmediato el uso intensivo de las palabras y un cambio sustantivo en mi relación con ellas, a las que he tenido que someter a rutinas y esquemas, con el propósito de alcanzar estándares de producción industrial. Así, el escribir se me ha vuelto un ejercicio mecánico en el que abundan fórmulas tales como “si bien es cierto”, “tanto, en cuanto, como”, “de tal manera o de este modo” y todas esas expresiones que salen de una caja de herramientas diseñada para narrar sucesos que por muy novedosos que sean, responden a una pauta preestablecida desde tiempos remotos. Si hasta me imagino a los heraldos del imperio romano contanto los pormenores de la batalla en que Julio César derrotó a Pompeyo, tal y como lo hago yo con el tema del ingreso de Cuba a la OEA. Por eso, temía y temo que este retorno a japines resulte en ese tenor.

Lo peor de todo es que no supe cómo ni cuándo pasó, pues no logro identificar el momento mismo de la vuelta al oficio con la circunstancia exacta de sentarme por primera vez frente a un computador desconocido para producir lo que se me ha encomendado y por lo que se me paga. Supongo que tengo esa sensación porque ya estaba en la periodistez desde antes, pues de cierta manera el haber fundado El Citizen y haberle conferido una lógica medial fue un suceso que de manera oblicua e imperceptible me fue arrastrando hasta el punto actual, en el que las palabras componen mi tiempo y economía.

El tránsito fue imperceptible, porque en el afán de cumplir con la promesa esa de ser una “revista diaria”, que ahora no sé como sostener, el blog adquirió una marcha y cadencia ajena a mi propia voluntad, lo que me ha inducido una locuacidad falsa, en el sentido que no responde a mi ritmo interior ni al flujo y reflujo natural que emana de la relación entre lo sensible y lo fáctico, sino que a las expectativas de un respetable público que se ha acostumbrado a degustar palabrejas a diario. Claro, tuve la astucia de envolver a los lectores y convencerlos de escribir, lo que me alivia bastante, pero aún así, la labor propia de editor no quita que el universo de lo expresado esté volcado hacia un afuera que veía lejano, por la fantasía de haber creído alcanzar una distancia suficiente de lo banal y lo prosaico, aspectos que inevitablemente aparecen con porte alto al tratar la realidad que buscamos ironizar.

El resto de la historia es justamente banal y prosaica: necesitaba plata, me ofrecieron algo bueno, dije sí y ni sentí ni me cobré el renuncio, porque, como ya dije, estaba en la periodistez de antes, aunque no haya tenido conciencia de ello.

No digo que trabajar de periodista sea malo ni estoy renegando de El Citizen, sino constato cómo de pronto el escribir se me volvió un instrumento antes que un sentido, lo que me lleva a entender porque cada vez que escribo privilegio la síntesis por sobre cualquier otra virtud. Yendo al mismo blog, en un principio, tal vez porque la novedad es un aliciente para el entusiasmo, me salían palabras burbujeantes y centelleantes, porque estaban compenetradas con el propósito de crear sentidos, atmósferas y misterios de algún modo análogos a las conversaciones de cafetín y bares –cuyo máximo éxito, a mi juicio, ha sido el de la recreación, en sus dos acepciones, tanto esa que se asocia con el placer del ocio, como esa que permite traer de vuelta al presente lo que había quedado anclado en el pasado– pero que, con el correr de los días, el imperio de la realidad con todo su gris y su obcecada redundancia, fue minando el regusto puro del decir y al final todo declinó irremisiblemente hacia un decir para constatar, lo que implicó el advenimiento de la síntesis y el rehuir a la instancia ésta de estar diciendo estas cosas tan fuera de toda plaza o foro, pero al final más necesarias.

Si no se entiende, sea por la atrofia consecuente del desuso de este nivel de expresión, o por otras causas aún más graves, te pongo el ejemplo de Piñera en El Citizen. Después de darle dos, tres, cuatro, diez veces, la décimo primera resultó fome, pero igual hay que darle, tal como hice cuando salió la CEP, circunstancia en la que reaccioné usando un título, una foto y una pequeñísima lectura y nada más. Al final, esa simpleza dio pie para una discusión que ya va en un récord de más de cincuenta comentarios, pero eso se lo debo a la inercia causada por el trabajo previo de tratar de hacer parecer al blog una caja de sorpresas (si hasta cambio de diseño hubo), pero ya veo cuando los lectores se percaten de mis truquillos de ahorro de conceptos y tiempo, como las encuestas, y quede al desnudo el descolor de todas las bengalas que he tirado para obtener y mantener un promedio de cuarenta lectores diarios y los temas se conviertan en un chicle aburrido de mascar y capaz de llevarte al bruxismo.

Tal vez todo esto provenga del simple pero soberano cansancio, pues los últimos dos meses tuve que volver al ritmo inhumano de trabajo de todos los mortales, lo que me ha restado ánimo para escribir a gusto, más aún si la actividad productiva obligatoria ha sido precisamente escribir. En fin, es como le pasaba a un colega periodista deportivo que se lamentaba por su oficio, pues éste significaba la conculcación del placer de dos de las cosas para él más caras: el escribir y el fútbol, lo que en la práctica es igual a la transformación de un sueño en pesadilla, gracias a la inefable varita mágica del trabajo, que todo lo que toca lo convierte en mierda.

En todo caso, El Citizen tiene la gracia de que ya no depende tanto de mí, sino de los lectores y los corresponsales, y cada cierto tiempo suceden cosas que permiten renovar mi ánimo. Por ejemplo, los cuentos de la manfinfla, concurso que hice sin fé en que llegaran aportes, pero ya han llegado tres narraciones y espero que lleguen al menos tres más. La gracia es que fueron los propios lectores quienes lo sugirieron, y ahí va la iniciativa por su curso propio. Al menos el concurso apunta a algo menos zarrapastroso y propio que andar revisando la prensa diaria para reirse de lo que a esta altura ya da pena.

También te he notado poco prolífico, y supongo que eso se debe a que el escribir es en alguna medida un sucedáneo a vivir, y tal vez te encuentres justamente viviendo algo con la intensidad suficiente como para no tener tiempo ni ánimo para recurrir a subterfugios. Tal vez te haya dado por sacar tu novela de la lista de los pendientes, y en tal caso, cuenta en qué va eso.

Un abrazo

viernes, 15 de mayo de 2009

Episcolario: La maldición de moctezuma

Andrés,

Gracias por tu síntesis informativa sobre la gripe porcina. Concuerdo con tu diagnóstico/análisis y, es más, es todo lo que pienso leer sobre el tema. No sé si será un trauma infantil causado por Hernán Olguín (la única vez que vi su programa fue cuando entrevistaron a mi viejo y no entendí nada de lo que dijo), pero virtualmente todo lo que tenga que ver con información científica me provoca un tedio rayano en la angustia. Me acuerdo que en sexto básico junto a unos amigos hicimos un test de la revista Muy Interesante para determinar qué tipo de persona éramos en relación a los cambios tecnológicos. Yo fui catalogado como “futurista de salón”, una persona a la que no le importan los avances y apenas los mira desde lejos. De hecho, las únicas noticias que leo son esas del tipo: “Descubren el gen de la imbecilidad” o “Chileno crea nueva máquina para rellenar churros”. Los únicos avances de las últimas décadas que han tenido un impacto significativo en mi vida son Internet y el pay per view para pedir películas porno.


La neurosis pandémica también ha sido un tema irritante por estos lares, aunque me huele a que nuestro mesías afroamericano y personeros de su gobierno la han usado como cortina de humo para seguir tirándoles dólares recién impresos a los pobres banqueros en quiebra y hacer olvidar a la gente de problemas como el desempleo rampante. Un tipo que trabaja conmigo me contó que durante la época de la gripe aviar se sicopateó a tal punto que comenzó a juntar comida en su sótano, compró máscaras para él y su señora (por suerte no tiene hijos) y vendió todas sus acciones, seguro que la epidemia se desataba en cuestión de semanas. Cuál fue su sorpresa cuando no pasó nada y el mercado bursátil subió como nunca. Lo peor es que no te estoy hablando de un tipo sin educación, sino de alguien que fue a una buena universidad, trabajó como periodista en Capitol Hill por décadas y hoy gana un sueldo de lujo. El problema es que es el típico pelmazo que lee el Washington Post y el Wall Street Journal completos y después te repite las editoriales como si fueran su propia opinión. Me imagino que hay muchos como él, tanto acá como en Chilistán.


De todas formas, siendo fiel a mi principio de atención selectiva y de destacar sólo las cosas malas, yo me quedo con los pronósticos apocalípticos de Girardi y prefiero creer que de los 15 millones de chilistaníes, al menos el 90 por ciento se va a infectar y convertir en cerdo. Es más, el nombre “gripe porcina” me parece muy tímido. Yo prefiero darle un apelativo más acorde a sus tintes catastróficos: la maldición de Moctezuma. Piénsalo, creo que es mucho más marqueteable y hasta se podrían producir un par de largometrajes sobre el tema, de esos con sobrevivientes humanos peleando con mutantes en ciudades abandonadas. Por lo demás, el nombre le recordaría a los gringos que la infección no es de ellos sino de esos insalubres sudacas y, más encima, reflotaría cálidas memorias en las personas de nuestra generación que jugaron “Moctezuma’s Revenge”, reliquia arqueológica de la época en que los juegos electrónicos no tenían que parecer películas y los joysticks sólo necesitaban un botón (para disparar o saltar, no como ahora en que debes apretar diez cosas distintas para que tu personaje de una patada voladora en 360 grados).


No tenía idea de esa Blue Ocean Strategy que me hablas. Para que veas lo atrasado que estoy en el género de autoayuda, mis últimas referencias son Megatendencias 2000 (libro que, por cierto, dejó de estar vigente en 1999), el Método Silva y Programe su Mente en Alpha. De cualquier forma, si el fondo del concepto es eso de océanos azules vs. océanos rojos (me da lata consultar Wikipedia), creo que estamos frente a una de las mayores vendidas de pescada desde que a alguien se le ocurrió que Bonvallet y Coco Legrand estaban capacitados para dar charlas motivacionales en empresas. Si un solo empleaducho subasalariado y rutinariamente abusado encontró inspiración en lo que les dijeron esos tipos (por la módica suma de unos cuantos millones, plata que por cierto se pudo gastar en subirles el sueldo, el mejor motivante en la historia de las relaciones laborales) creo que una vez más hemos sobrestimado a Chilistán.


Me parece que sí tenemos derecho a aprovecharnos de la ignorancia de la gente, en especial si se trata de personas que tienen 15 lucas para gastar en un libro de autoayuda. Después de todo, la mayoría compra estos libros, lee las primeras 30 páginas en la playa, le cuenta a todo el mundo lo que ha aprendido, y luego lo guarda en el estante junto al “Condorito de Oro: Selección de los Mejores Chistes” y la colección de libros feos que regalaba Ercilla (es decir, la biblioteca típica del chilistaní que se cree culto). El problema es que el mercado está cubierto, ya hay cientos de autores más hábiles que uno sacando títulos en serie (que probablemente a estas alturas escriban sus asistentes) y, por lo demás, somos niños de pecho al lado de estos fantoches de tiempo completo. Recuerda que muchos de estos gurúes de autoayuda tienen el empuje y la resiliencia del fanático que cree en sus propias huevadas, sin mencionar el hecho que saben cómo generar plata. Son una especie de Charles Manson, pero en vez de matar, estafan. La única vez que generé billetes, aparte de trabajando como esclavo, fue cuando aposté plata en una pelea en Las Vegas. Nuestro currículum no nos define precisamente como emprendedores, partiendo por la decisión nefasta de invertir nuestro capital de más de 700 puntos en la PAA en una carrera como periodismo. Habrase visto elección más estúpida. Tal vez nada de esto hubiera pasado si hubiésemos leído un libro de autoayuda en cuarto medio. Por huevones nos pasa. En vez de estar yendo a seminarios cobre cómo ser un triunfador y cómo aplicar el manual de Sun-Tzu en el mundo empresarial, aún estábamos embobados con la piscola que descubrimos dos años antes y el hecho de saber que tenías erecciones ilimitadas. Qué huevones, realmente…


Lo que sí creo que podríamos hacer es una parodia de un manual de autoayuda, gráficos y máximas incluidas, pero si te interesa hablemos de eso “por interno”.


En fin, parece que los gurúes nos persiguen. Hace poco la revista El Sábado publicó una entrevista al gurú de la felicidad, un tal Tal Ben-Shahar, fantoche invitado por la Universidad Finis Terrae (nota mental: cuando vuelva a Chilistán, fundar una universidad de cartón con un nombre igual de bacán, tipo Universidad Tenebrarum Maleficium o Ignomini Luciferum). Al parecer, no contenta con cobrar matrículas de millones y aceptar alumnos que no alcanzaron a completar ni su nombre en la PSU, la Universidad Rerum Novarum ahora es parada oficial en la gira latinoamericana de este estafador profesional. Supongo que les enseñó a sus alumnos (¿cómo se llamarán a sí mismos? ¿finisterrenses? ¿finisterrícolas?) cómo hacer felices a sus futuros subalternos y empleados sin necesidad de pagarles más de 400 lucas.


OK, nuevamente te he lateado bastante. Este fin de semana parto a la ciudad de Baltimore a una convención de mi sindicato. Soy delegado y pienso introducir una enmienda a nuestra constitución para que le paguen más a los trabajadores bilingües, moción que ha fracasado en años anteriores. Sindicato o no, hay cosas que no cambian y una de esas es la envidia profesional. A los gringos les revienta que haya gente que sepa dos idiomas y les puedan pagar más. Es impresionante. Hace un par de años, cuando me contrataron, mi propio sindicato, el que se supone me defiende y vela por mis derechos, se opuso a que me pagaran extra por hablar dos idiomas. Ahora se da el absurdo que soy el “subeditor” de una publicación en español pese a que el “editor” no sabe leer más que en inglés. Por qué no habré nacido WASP. En fin, de ahí te cuento cómo me fue.

Saludos,

-GB.

sábado, 9 de mayo de 2009

Episcolario: Blue Oceans







Don,

Me parece una excelente idea crear la Subgerencia de Gestión de la Felicidad en el Citizen, y así encubrir el hecho de que quienes participan del medio no reciben emolumento alguno (algo de lo que te hablaré más adelante), sino puras gratificaciones intangibles.

Creo además tener suficientes elementos como para colegir de dónde vienen estas geniales ideas: los libros de autoayuda empresariales, cuyos máximos distintivo son estar escritos como si la gente fuera tonta (por algo hay títulos como "Ganar sin competir), presentar al autor como un tipo igual de tonto pero que viene de vuelta (el esquema gurú que asegura conferencias, porque de la venta de libros no vive nadie) y ser ilustrados con personajes siempre más altos, bellos y felices trabajando en lugares estimulantes (el mono newyorker) que las personas de verdad y sus sucuchos (Hermosilla, Quintanilla y la señorita Ástrid). De hecho estuve pensando seriamente que ambos deberíamos hacer un joint venture y ponernos a escribir como locos asuntos así, con el mero propósito de llenarnos de plata, pero me he refrenado, porque creo que no tenemos derecho a aprovecharnos de la ignorancia con asuntos tan perniciosos.

De hecho, creo que es tan pernicioso este tipo de literatura –que ahora viene en los suplementos de los diarios, como para que un subgerentucho lo ponga arriba de su escritorio y todos piensen que se capacita– que ya ha llegado a influir la política chilistaní. Si tú te fijas, el equipo programático de Frei se llama "Océanos Azules". Todos sabemos lo inapropiada que es la poesía cuando está fuera de lugar y de contexto, y también sabemos lo poco dados a ese arte que son los políticos, en especial los decé, así que es de sospechar que el nombre refiere al universo literario empresarial, de procedencia gringa, por supuesto. Tal cual, "Blue Oceans" es el título de un libro que llama a los emprendedores con espíritu joven (Frei 2.0), a abandonar los "Red Oceans", que es dónde la competencia es feroz, el pez grande se come al pequeño y las aguas se tiñen de sangre, para ir océano adentro, hacia lo infinito y lo ignoto... blablablá... donde están las máximas rentabilidades.

No creas que el Citizen es inmune a este tipo de literatura. Como habrás comprobado, el sitio tiene auspicios google, los que ya han redituado la pingüe cifra de 1,91 dólares en poco menos de un mes. Eso es lo que vale para el mercado todo lo que hemos escrito para aproximadamente 75 pelagatos que nos visitan diariamente.

Averiguando por ahí, caché que todos los supuestos democratizadores de internet son una falacia mayúscula, pues es un Red Ocean con cuática, donde prima un gran tiburón: Google. Por cada dólar que esta empresa me paga por atraer incautos, se queda con 6. Además es imposible competirle, por ejemplo, buscando publicidad directa, pues sus complejos algoritmos manejan una cantidad de información monstruosa que te dejan a tí, a mí y a cualquiera como un pitecantropo frente a la naturaleza.

Es tan omniciente Google, que hasta nos lee los correos electrónicos, y según lo que escribimos privadamente nos envía publicidad relacionada.
Por ejemplo, si te cuento –vía Gmail– que me interesaría darle un salto de diseño al Citizen, me aparecen réclames de empresas que ofrecen diseño gráfico. A mí eso me da escalofríos. Qué pasaría si las predicciones del doctor Girardi son ciertas y la gripe porcina termina siendo peor que la historia de Resident Evil, y la humanidad se ve confrontada a la posibilidad de su eliminación, crees que los dueños de Google no van a usar su omniciencia para sobrevivir y sacar partido del armagedón. Google tiene por eslógan "Don't be evil", como para apaciguar a todos quienes adscribimos a la teoría de la sospecha (pregunta en mi examen de grado que no supe: nota 4), pero ya en los Juegos Olímpicos de Beijing la multinacional aceptó que el Gobierno chino censure usando su plataforma, con tal de ingresar a ese gigantesco mercado.

Perdona si notas en mis palabras un tono de paranoia y suspicacia propio de los "infoadictos" (eufemismo para decir giles sin vida propia), pero ahora último por razones de pega y por las llamadas constantes de mi madre suplicándome que me vacune, he tenido que someterme a la sobreabundancia de información sobre la ex gripe porcina, hoy AH1N1Z45B12, 63cX prima. En síntesis, mi hipótesis es que la industria pecuaria tiene al mundo en constante amenaza por zoonosis varias ligadas a la producción industrial de carne (vacas locas, gripe aviar y la de moda), pero por alguna razón que no he podido averiguar, esta arista se acalla. Sólo como antecedente, todo el quilombo partió en la ciudad de Veracruz, en un barrio donde se encuentra la porqueriza Carrol, que fuera de tener a sus habitantes con mascarilla de antes que se declarara la pandemia por la fetidez, se presentaron inusales enfermedades respiratorias. De ahí provienen los primeros casos de gripe porcina, pero poco o nada se sabe. Por ultimo, hace unos días el director de zoonosis de la OMS dijo que no se sabía si el virus de la gripe podía sobrevivir a la congelación de la carne de cerdo, pero inmediatamente su jefazo de la OMS (un japonés), la FAO y la OIE (la OMS veterinaria) saltaron para jurar de guata que no pasa nada. En fin, te tendré informado.

Bueno, estas son las secuelas de volver a la periodistez, lo que conlleva el riesgo de depositar la energía en un mundo incomprensible, ancho y ajeno, abandonando las prácticas que me tenían tan feliz, que se expresaban con delicadeza en este blog, el japines, al que vuelvo a ver y sentir aprecio. No es que esté disconforme con lo que ha pasado con El Citizen, que –sin modestia– creo se está convirtiendo en una cosa muy entretenida e interesante, aunque sea un hecho incontrastable que segurirá en el ámbito de lo amateur, a menos que ocurra algo totalmente inesperado, como que Obama diga a la prensa ser un fiel seguidor, pero había un antes más bucólico que comienzo a extrañar.

Al menos el Citizen me ha hecho reconciliarme con el oficio periodístico al demostrar que no se requiere ser tonto para ejercerlo. Cuando el Citizen cumpla dos meses redactaré una editorial al respecto. Y a propósito de japines y el Citizen, tal vez deberíamos evaluar la posibilidad de crear Citizen Books, inaugurando la sucursal del conglomerado (que ya agrupa a El Citizen Almeida, la revista diaria, Citizen Intelligence, ciencia e intuición, Citizen Quality Intelligence, estudios intrascendentes, Citizen Cultura y Citizen Gestión de la Felicidad) con un libro que contenga lo mejorcito de El Episcolario. Lo podríamos vender puerta a puerta.

Lo último. Respecto a ese viaje a Maitencillo, sólo quería recordar cómo de pronto nos transformamos en personajes de los hermanos Cohen. Eramos una versión filmada por Marco Enríquez Ominami de El Gran Leboski, lo que de por sí da como para elaborar un guión acogible por esos filmmakers, pero me niego a hablar al respecto hasta que Memo no haga su estreno acá, en japines, o en el Citizen.