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martes, 31 de marzo de 2009

Episcolario: la cláusula secreta chilistaní

Andrés,

Creo que hemos hablado de este asunto antes (en verdad no lo creo. Me consta, porque es un tema recurrente en estos intercambios, partiendo por el ranking de éxito generacional que de humorada se convirtió en fuente de angustia). Me parece que eres muy duro contigo y mientras tus decisiones no afecten a nadie más (no debes pensión alimenticia ni vives de una mesada perpetua) debieras asumirlas sin cargo de conciencia. Los actos son más decidores que las palabras y si no te has puesto a buscar trabajo en un edificio con el logotipo de la compañía en el frontis ni mandas mensajes chistosos desde tu e-mail corporativo es porque no te interesa trabajar en lugares así ni ser ese tipo de persona. Por cierto, en lo que te digo no hay ningún juicio de valor a leer entre líneas. Te escribo ésto mirando las paredes vacías de mi cubículo (soy el único en mi departamento que se resiste a “humanizar” mi entorno con fotos familiares o de la mascota que no tengo, o bien un póster Hallmark de unos gatitos haciéndose cariño), en horas laborales, y con bastante trabajo pendiente. Es decir, una posición que no es ni de superioridad ni particularmente envidiable.

Por un lado, está la supuesta seguridad de un empleo típico ante la igualmente supuesta inestabilidad del trabajo freelance. A juzgar por cómo están echando gente en todos lados, ese argumento ya no vale. Un ejemplo gringo: Uno de los sindicatos más grandes de EEUU (no el mío, afortunadamente) está echando gente a la calle y de paso no sólo violando el contrato colectivo que firmó con sus empleados, sino desbaratando su propio sindicato interno. Cuando vez que hasta una organización que en teoría lucha por los derechos de los trabajadores trata a sus propios empleados como lápices Bic sin pasta, te das cuenta que la vida “estable” tampoco es tan estable. Lo mismo se aplica a Chilistán, pero me imagino que allá es peor porque boletear a los 50 años o que el patrón despida y recontrate empleados cada tres meses no es considerado anormal.

El freelancer también tiene que trabajar. Aunque no lo haga atrincherado entre esas tres panderetas de género que crean una falsa sensación de privacidad y que nadie le monitoree el computador cuando juega solitario o busca desfiles de moda en bikini por Youtube, de todas formas debe producir algo para mantenerse. Es por eso que no entiendo el estigma contra el gil que no se pone una camisa Bellota cada mañana y sale a trabajar.

Ser un freelancer no es de por sí malo ni peor que vender el alma a un sólo postor en vez de en cuotas como lo haces tú (o lo hacía yo hace años). De hecho – y, una vez más, vamos atacando a Chilistán – el problema radica en que el sistema se sustenta en confianzas mutuas, partiendo por el supuesto que el empleador te va a pagar la cifra convenida en el plazo convenido. En países donde se respetan estos acuerdos civilizados no existen los “llámame la próxima semana si no te aparece el depósito” o “parece que se perdió la factura, déjame ver y te aviso”. Quizás sea competencia desleal, pero en las regiones un poco más desarrolladas del mundo no existe la famosa “cláusula secreta del contrato verbal chilistaní”, que reza: “El empleador se reserva el derecho de no respetar su palabra ni cancelar los montos convenidos por la prestación de servicios. Para efectos de este contrato, la palabra “convenido” en verdad quiere decir “negociable y susceptible a cambios y rebajas de último minuto”. Cualquier reclamo por parte del contratista podrá significar la invalidación automática del acuerdo”.

En definitiva, si termináramos con esa institución deleznable que es el “boletear” y agilizáramos los procedimientos legales o bien creáramos una ley con dientes para que el freelancer pueda hacer valer sus derechos, gran parte de este dilema sería resuelto. Cuando uno compra algo o pide un préstamo, tiene que firmar un millón de formularios, el sucedáneo legal de estar agarrado de los cocos. ¿Por qué entonces cuando se trata de trabajos uno se tiene que conformar con acuerdos verbales y contratos invisibles?

En fin, ser freelancer es una opción viable y si de vez en cuando te angustias es sencillamente porque tienes la libertad de hacerlo. Los oficinistas con trabajo estable están muy ocupados corriendo sin avanzar cual hámster en la rueda de su jaula.

Sobre las elecciones de Periodismo, propongo una moratoria de 10 años para que el tema vuelva a ser chistoso. La anécdota es genuinamente legendaria, pero de tanto repetirla está más gastada que la copia de esa película sobre la vida de Jesús que dan todos los años para Semana Santa (esa en que si el actor que interpreta a Jesús no tuviera barba, sería una mina exquisita). Sin pretender hablar por él, el blog de Gonzalo tiene tanto tráfico porque está dedicado a un tema atractivo (el cine) en vez de a reclamos personales como los de uno. La única persona que ha hecho una fortuna de sus reclamos y traumas es Woody Allen y hasta él se ha tenido que ir a otros países porque ya nadie le financia sus películas en EEUU. Más encima, es un buen blog a cargo de alguien que sabe del tema y es conocido en el medio sobre el cual escribe. Lo nuestro es bastante más disperso, por decirlo lo más eufemísticamente posible.

Hasta donde recuerdo, no teníamos ninguna mala onda con su lista y de hecho buena parte de sus votos se pasó a la nuestra, partiendo por las dos integrantes atractivas de su directiva, lo que para mí vale doble. En un mundo ideal, no habríamos tenido que competir (pese a que efectivamente SALIMOS PRIMEROS) y hoy podríamos hablar de lo bueno que fue nuestro gobierno (o, lo que es más probable, de cómo nos lo farreamos haciendo nada). A Felipe lo reclutamos para que le diera seriedad a la campaña y estoy seguro que más de algún voto serio nos consiguió (mientras que, gracias al integrante rastafari de la lista, perdimos otros tantos). Lo que es indudable es que la elección se ganó en el debate, donde se brilló a punta de pesadeses, chistes mala clase y un despliegue de virulencia inusitada. Pocos candidatos pueden decir que hicieron reír a todo el mundo y más encima esa misma gente votó por ellos.

Al año siguiente confirmamos esa perla de la sabiduría chilistaní que dice “chiste repetido sale podrido” y volvimos a perder. Esa vez fue ante el “Colectivo Casa Vacía” que, con el respeto que me merece un gran integrante de esa lista que me consta lee este blog (iniciales: R.G.), debe ser lejos el nombre más maricón de la historia de las elecciones estudiantiles universitarias. Al igual que la otra vez, ganamos en primera ronda en una carrera a tres bandas, pero sucumbimos en la segunda vuelta (por 5 votos, el año anterior fueron 3) ante la suma de las otras dos listas. Tal vez los únicos hitos de esa oportunidad fueron el haber montado la campaña en una semana y hacer que Memo (quien sigue fiel a su voto de silencio y mientras más se lo recordemos, menos va a hablar) se parara en el debate ante un público considerable, experiencia que no vivía desde su primera comunión.

Un abrazo y estamos hablando.

-GB.

viernes, 27 de marzo de 2009

Episcolario: las casualidades

Don,

Me he demorado en escribir por un fenómeno preocupante; me dio por trabajar. No es nada grave, no te asustes, supongo que es la reacción natural de mi cuerpo a la merma del calor y al despoblamiento –sin prisa pero sin pausa– que sufre mi refrigerador (necesito un pago ya).

La verdad me repito como mantra esa explicación para tratar de acallar la verdadera causa de esta actitud. Voy a dar una larga vuelta para explicártelo.

Resulta que hace poco leí una novela en la que contaban la historia de un científico caído en desgracia por falsear experimentos, un tal Kemerer, si mal no recuerdo. La cosa es que este tipo afirmó que las casualidades se atraen a causa de principios físicos similares a las leyes de atracción de los cuerpos. Yaaaaaa, me dije, descreído como soy, porque siempre me han molestado esas situaciones en que –por ejemplo– un grupo de conocidos comienzan a cachar que tienen conocidos en común, y terminan indeclinablemente diciendo ese cliché "el mundo es un pañuelo". "No –digo yo en esas conversaciones– Santiago Oriente es un pañuelo, y además endogámico y bueno para mirarse el ombligo". En tales circunstancias propongo ver lo absurdo del aserto, imaginando, por ejemplo, a un grupo de jóvenes bagdadíes asombrados porque Alí conoció en su infancia al ex prometido de la tercera esposa de Mohamed, quien a su vez en una ocasión le compró una camella que se llama Miriam, al igual que la mentada mujer, por la misma cantidad de dinares que costó la dote, todo en un radio menor que la distancia entre el Tigris y el Éufrates, o sea, en un pañuelo.

Bueno, la cosa es que fui a comer a la casa de Felipe Aldunate y comenzamos como siempre a recordar nuestro paso por la Escuela de Periodismo, con un tono cada vez más cercano a la jubilación. Como siempre ubicamos el momento exacto en que él dejó de ser un patán y yo proseguí siéndolo, pese a sus advertencias, riéndonos además de las consecuencias de dichas decisiones (yo no sé de qué me reía). Una buena porción de la charla se dedicó a la gloriosa campaña que hicimos para conquistar el Centro de Estudiantes, de la cual tuve el honor de ser el candidato a presidente y ser acompañado en esa "Lista C" por tí, Felipe y una pléyade de tipos sin buen futuro aparente.

Sin querer entrar de lleno a ese recuerdo, porque tiene material como para un post completo del episcolario y por temor a tener que enfrentarnos a que ya a nadie le interesa, debo consignar acá que la campaña fue notable, desde sus eslóganes ("no quiero ser tu amigo" o "presta el voto") hasta momentos de insuperable surrealismo, como cuando todas nuestras rubias compañeras de curso votaron por nosotros, sin el mímimo cuidado por los contenidos contrariantes e injuriosos (supongo que intuían nuestra profunda insignificancia), todavía me acuerdo cuando fui a que me prestara el voto la Mónica Rincón y la Soledad Onetto. En fin.

La cosa es que tras rememorar esos tiempos, me llegó un correo para vincular una nota de Gonzalo Maza en la que trataba un tema que yo había tratado la semana pasada en citizenalmeida. Mi post tiene 8 comentarios en más de una semana, el de Gonzalo 91, hoy. ¿Quién es (o fue) Gonzalo? Nada menos que nuestro contendor en la gloriosa campaña, a quien vencimos inmisericordemente (y uso esta palabra sin pretensiones de grandilocuencia, sino porque fuimos unos pesados y odiosos), relegándolo al tercer lugar.

Eso es una casualidad a la que no habría prestado mayor atención, de no ser por la casualidad de haber leído sobre las casualidades y haber estado con Felipe, quien escapó de mi destino y del de Gonzalo (porque aquel rechazó la beca a una universidad cristiana de Texas, la que luego fue aceptada por éste), lo que me llevó a la trampa de misterio que encierran estas situaciones.

¿Las casualidades de Kemerer se conjuraron para decirme qué?

Cualquier observador inopinado, que conociera a Felipe y a Gonzalo, dos exitosos periodistas de nuestra época, habría pensado lo mismo que yo al principio: que soy un vago y sin ambición, y nunca voy a llegar a nada si no cambio, que mis últimos éxitos fueron precisamente la mentada campaña y un buen puntaje en la prueba de aptitud académica. Por eso tanto trabajo esta semana.

Sin embargo, en un minuto de lucidez, me detuve, abrí japines, vi tu post y recordé que no te había respondido, y mientras lo hago me doy cuenta que estoy en mi casa, escuchando musiquita, escribiendo lo que me sale, en definitiva contento de haber escapado de quizá qué diablos, si se hubiese dado la casualidad de no ser quien soy.

Salú

lunes, 23 de marzo de 2009

Episcolario: patrioterismo

Andrés,

Me gustó mucho el comentario de tu socio sobre la proliferación de grupos oligofrénicos en Facebook y cómo lo invitaron a formar parte de uno. Pese a que nadie me ha mandado un mensaje para ser miembro de “NO AL MAR PARA BOLIVIA” no lo veo como una muestra más del declive de mi vida social, y más bien me siento aliviado de no perder tiempo rabiando con estupideces. Dado que soy experto en mantener discusiones inconducentes con desconocidos, agradezco no haber leído los mensajes de chilistaníes que seguramente no conocen la historia de su país y sin embargo creen que insultar a gente de otros lugares o esa picantería que les ha dado de cantar la canción nacional con la mano en el pecho en los partidos de fútbol son actos de patriotismo. Esto me recuerda al dicho de un amigo, “soy nacionalista, pero no sé de qué país”.


Hace un tiempo cometí el error de meterme a un grupo de Facebook llamado algo así como “Patagonia, denominación de origen exclusivamente argentina”, donde sus miembros hablaban de cómo Chilistán había usurpado el nombre de la Patagonia para atraer turistas. Repetí varias veces que la Patagonia se encuentra en ambos países y pretender que sólo un pedazo suyo responda a ese nombre es el equivalente a que Chilistán patente el apelativo de la cordillera de los Andes y le prohíba a los demás países seguir llamándola como siempre lo han hecho. El nivel de intervenciones siguió bajando, incluyendo mensajes de chilistaníes que acusaban a los argentinos de “ladrones”, lo que me imagino explica en sus mentes por qué el sur argentino es relativamente desarrollado y produce plata mientras que el nuestro es un jardín botánico que sólo atrae a mochileros o multimillonarios, pero no genera turismo. Sólo quería reírme un rato de este patrioterismo de álbum Salo, pero desgraciadamente la estupidez me superó.


No tengo problemas con el sentimiento de pertenencia pero nunca he entendido esa sensación de superioridad sencillamente porque naciste en un lugar puntual. Acá lo veo todos los días. Cuando trabajaba para un diario en Illinois, tenía a una compañera dominicana, hija de dominicanos, pero nacida en New York. Por algún motivo que aún no entiendo, hablaba todo el día de cómo los neoyorquinos eran infinitamente mejores que el resto de EEUU y lo estúpida que era la gente del Medio Oeste. Yo me preguntaba cómo alguien cuya familia viene de afuera y cuyo único vínculo con NY era el haber nacido en el estado, no sólo se sentía heredera de toda su supuesta grandeza sino que con derecho a denostar a la gente de otra región, ¡en el mismo país! Más aún, si como sospechaba, ella no había contribuido nada a esta aparente superioridad intrínseca de NY salvo el hecho que la parieron dentro de sus fronteras, ¿por qué se vanagloriaba de ser neoyorquina? ¿Acaso la grandeza de un lugar se transfiere automáticamente a todos los que nacieron ahí? El haber nacido en un país o una ciudad bacán me parece excelente, pero si eso es todo lo que tienes que decir a tu favor entonces eres más charcha que el más charcha de los ciudadanos de la dictadura bananera más charcha del mundo.


De vez en cuando me junto a hacer asados con un grupo de argentinos que viven en esta área. Son ingenieros y trabajan para la facultad de una universidad local. Algunos desarrollan proyectos para la NASA y todos sin excepción tienen un Ph.D. De hecho, ayer uno de ellos me contaba que había sacado su doctorado en “cosmología cuántica”. Tal cual. Me duele la cabeza sólo repetirlo. En otras palabras, cuando nos juntamos, el único con credenciales académicas insignificantes soy yo. ¿Por qué te cuento esto? Por lo siguiente: El otro día estos argentinos se juntaron a jugar fútbol en una cancha pública en un parque de Virginia. Como te imaginarás de un partido de treintones y cuarentones en EEUU, no había trago al costado de la cancha ni palabrotas dentro de ella. De pronto, de la nada, aparece una vieja que paseaba a su perro por el parque y le pregunta a uno de los jugadores si tienen permiso para ocupar la cancha. La tipa no trabajaba en el recinto ni tampoco dio a entender que poseía ninguna autoridad más allá de haber excedido su estadía en este mundo (es decir, ser una vieja de mierda). Peor aún, la momia decrépita les hizo la pregunta en español, pero con acento gringo, balbuceando algo así como: “¿Tiene perrmisou?” y se metió a la cancha de lo más prepotente. Uno de los argentinos le respondió: “We don’t speak Spanish” y siguieron jugando sin volverla a pescar. La vieja sapa se fue después de un rato, pero lo increíble es que la urraca ésta asuma que porque un grupo de personas que no se parece a ella juega fútbol y habla en español, cuenta con la autoridad para hostilizarlos. No es que tenga ninguna importancia, pero todos estos tipos son inmigrantes legales y seguro pagan más impuestos que la vieja y todos sus parientes, sin mencionar que su nivel educacional está un par de diplomas más arriba. Sin embargo, como son hispanos, cree que puede amedrentarlos y, peor aún, que bastan unas palabras en español para que los latinos salgan corriendo y dejen la pelota dando botes, sola en la cancha, por miedo a que los pille “la migra”.


Esas actitudes de patrón de fundo sin fundo me revientan en especial porque, como te decía, suelen provenir del ciudadano más charcha de toda la nación, el que no le ha ganado a nadie pero se cree superior porque el país en que vive tiene un PGB más alto que sus vecinos. En cierta manera, es el equivalente al chilistaní que vive sus éxitos a través de su equipo de fútbol, ya que personalmente no tiene nada de qué quebrarse.


Los argentinos, por cierto, demostraron una clase que yo jamás habría podido exhibir. Si yo hubiera estado en la cancha, y no lo digo por hacerme el chistoso, habría agarrado a pelotazos tanto al perro como a la vieja. Es más, si hubiera andado con su marido, voy y le pego por ser tan huevón de estar casado con una arpía vetusta con delirio de guardia fronterizo. Pienso que el problema puede venir desde la cuna y no ser ese mero patrioterismo que supone que la grandeza de un país se pega por transmisión sexual. Después de todo, la argumentación es muy parecida a la del típico pendejo que tenías como compañero de curso al que le gustaba decir cosas como: “Mi papá le saca la cresta al tuyo” o “Mi papá gana más plata que el tuyo”. Ese tipo de actitudes se remedian con respuestas parecidas, al estilo de: “Sí, claro, pero tu papá no está aquí para defenderte” y acto seguido les pones un cornete en el hocico.


De Kapuchinski lo único que agrego, y me imagino lo compartes, es que no es culpa del periodista de internacional si no lo mandan nunca al extranjero y tiene que hacer su pega en base a llamadas telefónicas y cables de la AP. Acá todos los diarios regionales y de pueblo chico, que son los que mejor conozco porque he trabajado en ellos, se apoyan en la AP y ni siquiera tienen un corresponsal en Washington, D.C. De hecho, hay diarios que están haciendo “outsourcing” a India y contratando a periodistas indios para que reporteen telefónicamente cosas como la asamblea municipal o la última reunión de concejales de pueblos perdidos en medio de EEUU. Triste, pero cierto.


A veces, considerando los presupuestos limitados, no tiene sentido mandar a alguien cuando sabes que por el hecho de venir de Chilistán o algún pueblucho estadounidense no tendrá mayor acceso a las fuentes y su perspectiva no será tanto más interesante como para justificar un gasto que supera el costo de suscribirse a un servicio de cables. Lo de proteger el bono tampoco lo encuentro tan reprobable porque no todos somos héroes y por lo demás, cuando ganas poco, vale la pena proteger el aguinaldo de navidad o tragarse ciertas indignidades para mantener la pega. Es algo derrotista reconocerlo, pero no todos pueden ser Hunter S. Thompson (a propósito, te recomiendo el más reciente documental de su vida. Se llama “Gonzo” y vale la pena).


Tu lista de lecturas recomendadas me pareció perfecta. Sospecho que no se puede hacer algo parecido a los franceses porque, ni nuestros políticos leen, ni es común ver un acto de protesta que exija más esfuerzo que tocar la bocina o, para los más aventurados, mandar una carta al diario. Sospecho que al dirigente chilistaní promedio un acto como leer una novela en protesta no le movería ni un pelo. Una buena muestra de la decadencia de nuestros dirigentes es constatar como ya ni siquiera tienen inquietudes intelectuales y al parecer viven y mueren por perpetuarse en esta autocracia, ya sea para mantener el pelaje familiar o subir de pelaje en caso de no ser capaces de trazar sus antepasados al Winnipeg. A vuelo de pájaro, se me ocurren varios políticos que en sus ratos libres producían novelas, ensayos y demases. Disraeli y Churchill escribieron novelas (es más, este último ganó el Nobel de Literatura por sus obras de historia y aunque probablemente fue un premio político, no me imagino a sus símiles de hoy recibiendo ni una estrellita en la mano), Mussolini escribió novelas y obras de teatro, Jimmy Carter ha publicado novelas históricas y poemas, y hasta Franco es autor de un guión cinematográfico. Todo ésto sin mencionar la costumbre de líderes políticos de siglos pasados, ya sea en Europa o en Chilistán, de escribir tratados sobre los más diversos temas, desde historia hasta antropología. Hoy con suerte lees memorias autocomplacientes escritas a pedido y con la misma colección de slogans y frases hechas que caracterizan los discursos de estas mediocridades modernas. De hecho, esta mañana leí un blog de un político chilistaní acerca de las AFPs. Contenía información muy interesante (en síntesis, que las compañías matrices de varias de nuestras AFPs se están yendo al carajo y si quiebran no va a haber nadie para responderle a los giles que impusieron en ellas), pero su redacción daba pena. Junto con recomendarles lecturas a nuestros gloriosos líderes, tal vez sería bueno mandarles el mismo maletín literario con que de manera tan paternalista han pretendido ilustrar a la gente que de todas formas vota por ellos.


-GB.

sábado, 21 de marzo de 2009

Episocolario: en la ruta del guía espiritual

Don,

Me desternillé de la risa con la nota de advertencia que tuviste que poner en tu misiva, para evitar toda condena u objeción frente a cualquier interpretación maliciosa acerca de tus aseveraciones sobre el austríaco ese.

También no dejó de preocuparme el que hayas hecho notar la facilidad con que te pueden googlear en tu contra. De hecho, lo único que estoy haciendo con mi otro blog, el citizen almeida, es pavimentar un derrotero de cesantía, porque con mis palabras estoy conculcando toda posiblidad de trabajar en un lugar con aire acondicionado. Pisarle los callos a cuanto perico con charretas no es buena estrategia. Pero en fin, supongo que es una manera de quemar las naves y no tener la chance de emplearme de gato en cualquier cosa. Y por último, sigue siendo cierto que esta actividad blogera es de muy baja lectoría, por lo que el escudo de la insignificancia seguirá protegiéndome.

También me pareció esplendorosa la idea de salir de Facebook de una manera rutilante. Al respecto, conozco de cerca una experiencia muy bella. Fue el suicidio de ese mundo por parte de Tato, quien lo publicó en su blog. Sírvete de leerlo, que está muy bueno pinchando aquí.

La verdad es que cada día me parece más abismante lo que pasa en Facebook. La impudicia y la vanidad son un cóctel demasiado indigestante. Es un ejercicio de autorrepresentación que me propende con demasiada frecuencia a la sensación de ridículo. Además, me parece ciertamente que es una herramienta de espionaje muy poderosa, que pronto cobrará víctimas, en historias sórdidas y macabras similares a las que imaginaste con Fritzl. De hecho, la Policía de Investigaciones ya debe tener un experto para inmiscuirse en redes Facebook, gente con doble identidad, etc.

Por mi parte también he estado tentado por hacerme pasar por compañero de curso de alguno de los periodistas más sapos del país (esos que parece que tuvieran mierda en el bigote cuando sapean a un pobre diablo que no da boletas en una botillería) para después hacer un reportaje-denuncia con todo lo políticamente incorrecto del sujeto en cuestión que pueda recabar usando Facebook, con el propósito de que viva en carne propia el escarnio de ser objeto de cristazos por parte de un cualquiera arriba de un púlpito.

Esta reflexión me lleva a mi última lectura, una selección de textos de Riszard Kapuscinski, un periodista polaco de esos de los antigüos, de los que se vanagloriaban de conocer y vivir el mundo y no del número de presidentes y ministros que han entrevistado. Según me enteré, en Chilistán tiene muchos seguidores, aunque pensándolo bien deben ser simples admiradores, porque que yo sepa el ave periodística nacional no arriesga ni el bono de navidad de fin de año (menos el culo), así que dudo que Kapuscinski haya hecho escuela, pues el tipo fue a cuanto conflicto hubo en lo que el llama el Tercer Mundo y no lo cubrió desde el Hyatt de Bagdad, como otros que andan de guapos por ahí.

De su lectura también extraje una valiosísima lección, a partir de una pregunta: ¿Cómo fue que el sistema de medios de la Polonia del siglo XX (léase un país agrario, retrasado (católico) y dominado por un régimen pro soviético) se las amañó para mandar un tipo a cubrir las guerras del África, con una producción peridística notable por su independencia y vigor? Ni idea, pero ciertamente es notable que en nuestra remota tierra no haya habido nada parecido. Cable, puro cable, y un desdén propio del más embrutecido de los campiranos por todo lo que no sucede entre mar y cordillera, si hasta se inventó un jet set nacional y una farándula de cuarta ante el desinterés del chilistaní por las cuitas de la casa real de Inglaterra (que esos al menos si tienen glamur, aunque yo les quitaría todas las coronas, tronos, palacios y privilegios para que averiguen lo que es tener que trabajar).

Ahí es cuando coincido plenamente contigo con ese extraño sentimiento de envidia que produce el acto poético y mamón de los franceses. Pero es imposible que pase algo similar en Chilistán, incluso hasta las más burda de las imitaciones, porque es imposibe saber qué lectura es enojosa para Piñera para llamar a leerla y comentarla compulsivamente, porque de seguro no la tiene. Tampoco podríamos atacar por la preferida, porque definitivamente no estoy dispuesto a gastar mi saliva ni mi tinta (o byts) en nada de autoayuda o de grandes gurúes del emprendimiento.

Ahora, me atrevería a proponer algunas lecturas a nuestros dirigentes, con el propósito de ahondar en sus intereses, proponiendo títulos que guién eventuales ensayos a partir de dichas lecturas:

Jovino Novoa: El obsceno pájaro de la noche, Donoso y Memorias de un soldado, de un desmemoriado soldado.
Ensayo: Mejor no rascar donde no pica.

Eduardo Frei: Confesiones, San Agustín, y Sexus, Miller.
Ensayo: Eso de ser DC...

Pablo Longueira: La formación integral del sacerdote católico, Maciel, y Los nenes, Patricio Fernández
Ensayo: ¡Jaime, hacia donde veo hay perversión!

Michelle Bachelet: Nuestros años verde olivo, Ampuero y Las cartas del Che en Bolivia
Ensayo: Mis pecadillos de juventud y sus enseñanzas

Sebastián Piñera: El vendedor más grande del mundo, Og Mandino y Cuento de navidad, Dickens
Ensayo: La envidia es el costo del éxito

Ricardo Lagos: Mapa de la extrema riqueza, del mismísmo.
Ensayo: Crecer con igualdad: la batalla inganable que nunca dí

Joaquín Lavín: Memorias de una geisha, Anita Alvarado y Camino, mons. Escrivá
Ensayo: Dios escribe en reglones torcidos

Alejandro Navarro: Perico trepa por Chile, Marcela Paz y Mampato y Ogú: la rebelión de los mutantes, Themo Lobos
Ensayo: Infanitilismo revolucionario, la salida a nuestros males

Carlos Larraín: El roto, de Edwards Bello
Ensayo: ¿Si me lo leo entero no tendré que ir nunca a una pobla?

Camilo Escalona: Gargantúa y pantagruel, Rabelais y La Biblia, varios autores
Ensayo: La vida es hoy y no hay por dónde perderse

Andrés Velasco: Economía y negocios, El Mercurio
Ensayo: A un click de la sabiduría

Guido Girardi, Viaje al señor del poder, Osho y El padrino, Puzzo
Ensayo: intersecciones entre el budismo y la cosa nostra para el Chile de hoy

Adolfo Zaldívar: El arte de la guerra, Sun Tzu
Ensayo: Ese chino, niño de pecho

Jorge Schaulsohn: Las partidas de Alfonso el Sabio, Los pactos de los sabios del Sión y selección de columnas de Sergio Melnick
Ensayo: Cómo ser judío y aceptado en una elite católica

Jorge Teillier: El capital, Marx
Ensayo: Actualizar levitas y peniques: una renovación necesaria


jueves, 19 de marzo de 2009

Episcolario: el blog como sucedáneo de gastar plata en trago

Andrés,

Estos últimos días he pensado en crear un grupo de Facebook llamado “Josef Fritzl es inocente”. Sería mi último acto de protesta surrealista antes de retirarme de ese hijo bastardo del ágora griega y Big Brother que es Facebook. Aparte, me interesa saber cuántos depravados están dispuestos a dar la cara y confirmar mis sospechas más oscuras acerca de los usos que algunos le dan a esa bendita red social. El costo a pagar es que de ahora en adelante, cuando algún degenerado busque en Google a Fritzl y coloque la palabra “inocente”, va a aparecer este post y nos van a sindicar como apologistas de todo tipo de aberraciones sexuales y comportamientos inicuos. Para cubrirme la espalda, procedo a dejar esta advertencia cual leyenda majadera del Ministerio de Salud en las cajetillas de cigarro: “Lo de Fritzl fue una broma y sólo lo escribí porque me pareció una buena forma de abrir el post y generar interés de forma sensacionalista y barata, una de mis mejores armas. Para todos los lectores futuros, casuales o accidentales que se topen con este blog y en particular este post, vayan mis disculpas, en especial si han sido víctimas de tales vejámenes. Soy una persona con valores firmes y arraigados. Hasta apoyé la creación del feriado evangélico y aunque no lo hice por motivos religiosos (pese a que los feriados me parecen divinos) de todas formas me plegué como ateo solidario a la moción de darle su día de asueto a otra iglesia más (porque, como no hay suficientes iglesias y congregaciones en Chilistán, nuestras autoridades sabiamente tomaron nota de dónde les apretaba el zapato y decidieron dar reconocimiento testimonial a otra de esas instituciones que no pagan impuestos)”.

Veo que eres un volcán de creatividad y todo lo que tienes que comunicarle al mundo no cabe en un sólo blog. Saludo por ello la creación de tu nuevo foro y hasta me auto invité como comentarista. El hecho que nadie nos lea produce curiosamente un efecto contrario a la frustración y el deseo de tirar la esponja. Tal vez si alguien nos pescara dejaríamos de escribir del todo.

Hace un tiempo yo también fui poseído por ese deseo de abrirle mi diario de vida al mundo y compartir hasta mis impresiones sobre mi última visita al supermercado. Fue una época en que leía febrilmente novelas de vaqueros y decidí crear un blog en honor a tan venerable género literario. Entrevisté a escritores, comenté libros, contacté a editores y después de unos meses me aburrí y lo abandoné. El blog se llamaba “Saddlebums” y todavía flota en el ciberespacio cual coliforme enviado a la estratósfera o el cadáver de Alien luego que lo trituran con el motor de la nave espacial en no sé cuál parte de la saga (nunca he podido ver una de esas películas entera).

De todas formas, rescato estos blogs con audiencias limitadas porque te permiten mantener conversaciones con tus amigos sin que el alcohol se entrometa y baje el nivel del diálogo ni lo reduzca a monosílabos y gruñidos como los de la película “La Guerra del Fuego”, donde lo que pudo ser una buena discusión termina con nosotros dos meando una muralla y estrellando botellas vacías contra un poste del alumbrado público (al menos así es como me han contado que acaban estas cosas en el mundo real y fuera de la seguridad de la blogósfera). En definitiva, un blog es como un diario de vida pero sin la tapa de Hello Kitty ni la necesidad de perfumar las páginas o ponerles un candado de aluminio que alguien puede romper para luego exponer tus pensamientos al escarnio público. Aquí el escarnio es voluntario.

Los blogs masivos y en general los que funcionan al alero de grandes medios adolecen de la libertad para tratar cualquier tema. Más aún, muchos de los “blogs” no son más que reproducciones de las columnas que sus vetustos autores ya publicaron en el diario hace unos días. La única diferencia es que les cuelgan una hilera de comentarios por parte de la “ciudadanía”, en general anónimos que escriben con mayúsculas y gente con aún más tiempo libre que nosotros. El “diálogo” que se genera es el equivalente al libro de reclamos de una repartición pública y las frases que encuentras en el baño del Bahamondes. Las páginas de cartas, por elitistas y sesgadas que puedan ser, al menos tienen el filtro de un tipo que ataja a los más desequilibrados. El problema es que también quedan fuera comentarios más interesantes y se fomentan debates absurdos como el de un cura clasista acusando de clasistas a los alumnos de universidades privadas (la famosa discusión sobre los establecimientos “cota mil”) o cuestionamientos pechoños a Darwin.

Hoy vi un artículo sobre cómo los franceses han comenzado a leer en masa una novela del siglo 17 (La Princesse de Cleves) famosamente detestada por Sarkozy como forma de protesta contra su gobierno. Creo que es el colmo de la sofisticación (y mamonería) pero no me molestaría ver en Chilistán muestras de molestia más sofisticadas que un pico dibujado en un baño. Por ahora, los blogs son todo lo que tenemos.



-GB.

miércoles, 18 de marzo de 2009

blogosfera en acción

Al parecer la blogosfera tiene propiedades astrofísicas. La cosa es que la gravedad del concepto ha traído a otro a su circuito de flotaciones circumbirúmbicas. Se trata de Juan Carlos, un notable, entre cuyas propiedades se cuenta el saber la historia de Colo Colo al revés y al derecho y otras infinitas miles de cosas, por lo que alguna vez fuera apodado "google santa cruz".

Atención a quien tenga maquievélicos proyectos, que el tipo es un complotador de primera.

Sirvansén, por favor:

Hubo un tiempo... en la blogosfera


martes, 17 de marzo de 2009

Episcolario: ecúmene treintón

Chalo,

Tienes razón, toda esta voluptuosidad verbal tiene su origen en el hábito vicioso de quitarle el bulto al trabajo. Mi consuelo es pensar que en otros tiempos hacía lo mismo (hablar huevadas), pero de manera presencial, con tantas cervezas y piscolas que a ese ritmo me esperaba una vida social en AA (acrónimo de alcohólicos anónimos y no de andrés almeida). Por suerte mis amigos maduraron (no fue mi culpa), se pusieron a trabajar y ya no fue posible sostener tardes enteras y regadas de cháchara inconducente y campeonatos eternos de pin pon. Hoy ese idilio ya no es posible, pero internet ofrece su sucedáneo.

Felicito tu título "Chilistán en línea" al que agregué el paréntesis de "blogosfera", pues subraya un fenómeno que podría ser interesante y fértil si obviamos que responde a una crisis generacional: la cantidad de treintones dispuestos a dejar por escrito, leer y comentar inanidades. Hasta creo que podríamos fundar una generación, con legado y todo: aquellos zopilotes que fueron niños en dictadura, se les cayó el muro de Berlín en la cabeza cuando debían rebelarse de adolescentes y fueron jóvenes en la "democracia de los acuerdos". Deberíamos organizarnos y plantear a la ACNUR que somos una especie de especie límbica entre los siglos XX (eso de escribir...) y XXI (... y hacerlo por internet), que merece la calidad de refugiados de la ONU, tal y como algunos pueblos enteros que van tras los cascos azules porque su país no existe, o peor, ha cambiado de nombre y fronteras tantas veces que ya no se entiende nada. Si no, no me explico por qué tanta nimiedad. Como política humanitaria deberían arrebatarle un territorio a un estado fallido y dejarnos ahí para que podamos sentarnos a pensar cómo seguir adelante.

Me gusta esto de ampliar esta modesta tribuna a otros contertulios. A diferencia tuya, la competencia de largo de pendejos, en su rama femenina, estuvo lejos de causarme asco; más bien un morbo extraño. De todos modos, la narración de Tato me confirmó que el ecúmene periodístico de Chilistán se ha formado en un rigor similar, que traspasa las fronteras de nuestra pontificia universidad. Respecto a Pastelero, nada qué decir que no haya dicho en sucesivos comentarios, salvo ratificar que sus haikús periodístico ciertamente me han motivado a seguir escribiendo, siendo esta una de las razones por las que decidí fundar otro blog, el citizen almeida, que hace honor a mi profesión periodística. También influyó en la decisión el nuevo blog de Tuki. Me dije, si este doctor (c) habla de lo que le sale de culo y no hace su tesis, por qué yo tendría que estar trabajando. Felicito a Tuki, en especial por su relato, que estimo está soberbio. Eso sí, como descargo, le dejé a este mono un comentario y aún no se digna a publicar. Esto último me recuerda a alguien, que frente a la avalancha de palabrería inútil, debe tener hundido el cuello más abajo de las clavículas por no atreverse a escribir, algo que de seguro tiene ganas, pero no se atreve quizá por qué fobia propia de empleado público. Chachachachán, sí, hablamos de Memo.

Estamos al habla y a la espera de más episcolarios, que ya agrandamos la mesa.

Salú

episcolario: Chilistán en línea (blogosfera)

Andrés,

Noto un frenesí de actividad en tu blog, lo que me hace sospechar que tu curva de productividad laboral sigue tan plana como el electroencefalograma de Iván Moreira. “Escoba”, me podrás responder, y con razón. Mi nueva excusa para no trabajar es que el clima económico me tiene deprimido. La economía está en la pitilla y por lo tanto mi productividad se ve afectada. Después de todo, soy humano y no puedo abstraerme de la peor crisis financiera mundial desde la Gran Depresión.

También constato y doy la bienvenida a los nuevos comensales. Todavía no me puedo sacar de la cabeza la imagen del pelo púbico medido en cuadrados de cuaderno de matemáticas. Su recuerdo en los últimos días me ha provocado arcadas en los lugares más inapropiados, incluyendo el metro de Washington, D.C. Aprecio también la reflexión de Pastelero sobre el periodismo y su sinceridad al confesar cómo quiso escribir otro de esos comentarios destructivos e inconducentes (es decir, lo que habitualmente subimos al blog) y sin embargo le salió algo más y mejor que nuestra tradicional tirada de piedra con escondida de mano. Si no son un clavo más en el ataúd de la prensa, los diarios gratis son por lo menos un paso adelante en la tontificación progresiva de sus lectores. Por más que los gurúes del periodismo académico los presenten como un modelo exitoso (¿de qué?), no le veo la gracia a esos álbumes de recortes con contenidos pasteurizados. Es más, me parece que son tan informativos como esa huincha horizontal que usan en CNN, pero en un papel que mancha los dedos y sin el agregado de una conductora atractiva. Otra cátedra que pronto van a tener que incorporar al currículum periodístico es la cableología, la disciplina que te enseña a discernir qué cables elegir para armar un diario. En una o dos décadas más, estas mismas compañías van repartir libros para colorear y lápices de cera en cada estación del metro y de a poco irán dejando de lado sus antologías de cables con avisos intercalados. Es el paso lógico después de ofrecer un producto intragable, por muy gratuito que sea.

La anécdota de Tuki en Valparaíso me recordó a mis propias visitas a la Biblioteca Nacional, así como la relación que por años cultivé con distintos actuarios de tribunales, cociendo los expedientes con hilo, gruñéndole a todo quien necesitara su ayuda y discriminando por clase social cual perro callejero. Calificarlo de kafkiana, más allá del cliché, sería darle al asunto una solemnidad que no se merece dada su ridiculez intrínseca. De hecho, más parece un sketch de Hermosilla y Quintanilla pero sin las risas grabadas y el agravante que son estas conductas las que refuerzan injustamente la imagen del empleado público huraño y displicente, caricatura de la que después se cuelgan los privatizadores y demases alimañas que, si de ellos dependiera, cerrarían las bibliotecas por ser un gasto innecesario para un Estado moderno como el Chilistán 2.0 con el que sueñan cuando no están celebrando misas satánicas.

A mí me ocurrió algo similar con el famoso guaifai y la experiencia me llevó a concluir que cuando un país no está listo para adoptar ciertas tecnologías, no tiene para que aparentar cual gil sobregirado en la tarjeta de crédito. Es mejor esperar a que las condiciones culturales sean propicias para asimilar los adelantos de la ciencia. Hace unos años me regalaron una noche gratis en un hotel fifí de Santiago, de esos con sábanas limpias y baño en la pieza. Nunca he entendido cual es la gracia de quedarse en un lugar que te cobra un testículo y medio por traerte el desayuno a la cama y la única diferencia entre el sándwich que te podrías haber preparado tú mismo es que el ave palta que pediste por teléfono viene cubierto por una tapa de aluminio en una bandeja con flores y servilletas dobladas en forma escultórica.

En fin, a caballo regalado no se le mira el diente, me dije, y preparé mi bolso imaginando cómo pasaría la noche en una cama extra-ultra-king size, vestido con una bata de leopardo y mi fez en la cabeza, fumando tabaco en una pipa y ordenando películas porno con el control remoto. Los folletos del hotel fomentaban mi delirio, partiendo por la foto de una de esas familias perfectas con niños vestidos de marinero que sólo existen en la cabeza de los publicistas cocainómanos de Chilistán pero que en la realidad son tan escasas como indeseables. Entre los múltiples servicios que ofrecía figuraba prominentemente la conexión “wi-fi” a Internet. Dado que nunca antes me había conectado por ese medio y, al igual que la simpática señora que atendió a Tuki casi pensaba que Internet se transmitía por la corriente eléctrica, el servicio me entusiasmó. Junto con mis pilchas empaqué mi laptop y partí rumbo al hotel. Para alguien habitualmente reticente a los avances tecnológicos (entre mis vaticinios más errados figuran el pronosticar que el VHS jamás sacaría de circulación al Betamax , jurar que nunca reemplazaría mi colección de casettes por compact discs y descartar a Facebook como una moda pasajera que sólo podía interesar a pedófilos) el abrirme a la posibilidad del guaifai es todo un gesto de humildad.

Cual fue mi sorpresa cuando intenté conectarme a Internet desde mi habitación con vista panorámica a Santiago y mi laptop no recibió señal alguna. Supuse que el problema se debía a mi inhabilidad para entender procesos manuales más complejos que cambiarle la rueda al auto, pero una llamada a la operadora me aclaró las cosas. Después de varios minutos de explicarle que no tenía “el cablecito para conectarse” que me recomendó utilizar y que en sus propios folletos el hotel se quebraba por ser el único de la capital con guaifai, la telefonista me sugirió que bajara al mesón principal. “Ahí seguro que lo pueden ayudar”, me dijo, sin saber que sus palabras reforzaban mi incredulidad.

Este fue el diálogo que sostuve en la recepción:

“Buenas noches. Tengo problemas con la conexión inalámbrica. ¿Alguien me puede ayudar?”

“¿Dónde tiene su computador?”

“En mi pieza”

“Ah, se está tratando de conectar desde la pieza”

“Sí”

“Lo que pasa es que sólo tenemos guaifai en el lobby”

“Ah, o sea que tengo que bajar al lobby a correrme la paja”

En honor a la verdad, no pronuncié la última frase. Solamente la pensé, pero la experiencia arruinó tanto mi estadía como mis sueños de ser nuevo rico por una noche.

-GB

un jardín japonés para la palabra

Recomiendo leer el artículo del Pastelero, quien en su eterna búsqueda vocacional (pastelero, músico, poeta, periodista, escritor, catador de piscolas y ahora jardinero) alcanzó la elevación espiritual de puro escuchar como una gota de agua horada la montaña.

Sírvansen:

En torno a la jardinería y el periodismo

domingo, 15 de marzo de 2009

nuevo blog de tuki

se aburrió de las payas
se le trancó la tesis
ahora lanza colitis
en su blog tifoideas

difundamos sus pedos
olamos sus churretes
es mejor fuera que dentro
no hay que ser amarrete

si falta el confort
adios calzoncillo
que es peor el pudor,
oliendo a zorrillo

buena pluma, garantizo
y material de sobra
si no habla no obra
se nos pone enfermizo

estoy de acuerdo my friend
Chilitro indigesta
this is the end
se acabo la fiesta

pa darle sustento, color y brío
acá va su proclama
leedla con calma:
¡Cagones del mundo, uníos!

Este blog es café como la mierda que nos une y rosa como las ilusiones que nos venden. Hoy por hoy, guerra se dice prevención, propaganda se dice comunicación, desigualdad se dice oportunidades, esclavitud se dice trabajo, contaminación se dice desarrollo, autoritarismo se dice consenso, usura se dice rebaja e incertidumbre se dice futuro. Vivimos en un mundo donde el oficio del liderazgo consiste en disfrazar, acaso no en promover, los peores padecimientos. La mierda rosa se ha transformado en pan de cada día.

Mejor es soltar la caca que dárnosla de constreñidos, relajar la tripa antes que doparnos con loperamida, pedar sonoramente antes que tolerar las puntadas estomacales. Si caca hay, que caca fluya. Que corra por nuestras piernas pero que no se estanque en nuestros zapatos sino que siga camino hacia la calle, donde todos podamos olerla.

Aquí no es bienvenida el agua de cuba pues a nuestras frías democracias les falta actividad bacteriana. Así debiésemos entender la política, como la posibilidad de que las bacterias colonicen las instituciones. Tifoideas es, precisamente, una diarrea que contraviene la higiene tutelada.

sadnes

será la pena del sol quemante
del agua escasa y tibia
porque mis manos no peinan
cabellos trigos


será por los zurcos secos
o por su tierra baldía
o por estar buscando imágenes
de un campo que no prodiga

será una melancolía de nada
que inventa días lluvios
el recuerdo improbable
de una tierra lejana, andina y joven


será la preciencia del hambre
en este páramo mío
la infértil conciencia mía
que pare imágenes campesinas

serán estas mis palabras
tan ancladas en ayeres
que resuenan onomatopéyicos
a dolores que no hieren

serán estos arcaismos
paridos de tristes filiaciones
de poetas españoles
en el siglo XX enterrados

serán las vacas flacas
los lamentos geográficos
por calamidades íntimas
como lágrimas presas

será este día de silencio
un día de guardar
un día de placeres mansos
de cuerpos inánimes

serán ciertas ausencias
serán medidas distancias
todas con nombres
y huesos blancos

será que huelo entierros
agrios y dulzones
donde hubo campos de flores
vivas y frescas


o será este día
un pagano viernes santo
y estas palabras tristes
rogativas encubiertas

que invocan nubes
que precipitan aguas
que riegan campos
que crecen plantas
que alimentan gentes
que justifican fiestas
que danzan cuerpos
que se besan

sábado, 14 de marzo de 2009

instrucciones para salvar el mundo (comentario)


A Rosa Montero la conocí a propósito de un seminario sobre la transición española que tomé en tiempos de la universidad. La verdad leí algo que no recuerdo, pero en su calidad de periodista y no de escritora.

Por casualidad llegó a mi "instrucciones para salvar el mundo", su última novela, y decidí darle una leída más por curiosidad que por otra cosa. El caso es que el relato me atrapó de inmediato, a pesar de que suelo escabullirme de narraciones tristes, y ésta, de principio a fin, es una novela tristísima, pese a que contiene en sí también un consuelo.

En definitiva, me pasó algo parecido a cuando leí "las particulas elementales" de Houellebecq. Temí a la soledad, la vejez se me cruzó como un destino macabro, la muerte y la enfermedad se plantaron con su negrura irremisible, pero también la ciencia develó su capacidad de destilar sabiduría (no soluciones), la belleza demostró su fuerza frente a la miseria, y la bondad y el amor ofrecieron una chance.

Matías –el eje de la historia– es un taxista recientemente viudo atrapado en el dolor y el sinsentido que vive con dos perros. A través de él se concatenan otros tres personajes lacerados: Daniel, un médico mediocre que padece un matrimonio penoso y vive una segunda vida en Second Life; Fatma, una hermosísima prostituta de Sierra Leona aferrada a la vida y a la luz de día; y Cerebro, una científica alcohólica torva y taciturna. Todos transitan de un gris cotidiano insufrible y anquilosado a una experiencia vital en la que se develarán sentidos para existir, aunque sin caer en el recurso manido de la catarsis. Más bien dicha experiencia ofrecerá a los personajes una oportunidad para sentirse vivos antes de reemprender sus sencillas existencias.

Al final de la lectura, tal y como me pasó con Houellbecq, me quedé divagando un rato y para conciliar el sueño decidí volver a agradecer el haber nacido en Sudamérica, pues –después de todo– había algo en los personajes, en la trama y en el Madrid que sirve de escenario, que me pareció siempre absurdo. Era esa tristeza pretendidamente consustancial a la existencia humana, que se toma como un fundamento y precepto. De esta manera siempre las miserias se convierten en negras tragedias, mientras que acá se conjuran con el ridículo y la fiesta. Se secan al sol. Asímismo, allá la belleza y la bondad aparecen como flores exóticas e improbables, mientras que éstas adornan con frecuencia –si uno ve bien– hasta la feucha ciudad de Santiago de Chile. Supongo que la diferencia está en que por estos pagos la soledad sigue siendo una opción y no una inmanencia.

Al final un anécdota que puede que no tenga nada que ver, pero que se me hace que ilustra lo antedicho.

Hace algunos años conocí Europa. En ese viaje llegué a Sevilla, donde jugaba la selección española contra la holandesa. Pensé que si en alguna parte de Europa podría encontrar filiaciones sería en Andalucía y en el fútbol vería un apasionamiento similar al de estos pagos. Craso error. Los sevillanos acudieron al estadio como quien va al cine (o sea juntos, pero muy por separado), vieron el partido con una concentración similar a la de un estadístico (todos los comentarios de mis vecinos eran técnicos) y siguieron el programa oficial de aliento a la selección similar a la del público japonés, que incluía la configuración de una bandera española a partir de cartulinas rojas y amarillas dispuestas en cada asiento numerado, que me pareció un espectáculo muy franquista.

Al final, los andaluces se fueron en silencio y ordenadamente en el transporte colectivo más por costumbre que por el empate. Parecían disciplinados alemanes. Antes estuve en Francia y los parisinos me parecieron de todo menos románticos. Entonces comprendí que había algo que no comprendía que hacía que en verdad no entendiera nada de nada. Tal vez con esta lectura y la de Houellbecq haya encontrado una pista.

martes, 10 de marzo de 2009

episcolario: no soy memo

No soy Memo. No estudié periodismo en la Católica de Santiago, sino en una privada cuando aún funcionaba explícitamente como puesto de avanzada del momiaje más vomitivo. Ejemplo, algunos de mis profesores manifestando en la venida a menos calle Valparaíso de la V región –hace algunos años el mall Marina Arauco, a un par de kilómetros de allí, la ha sumido en una decadencia sin retorno, y eso que el mall no tiene flippers, ni cocolocos, ni adivinos, ni imitadores de Vodanovic– exigiendo el retorno de pinocho con el mismo fervor que esperan la parusía.

Me atrevo a tomar el guante que Memo, al menos a nivel no telepático, no ha recogido porque en calidad de periodista y, claro de estudiante de ciencias de la información social, es un deber deontológico onanístico compartir el paralelismo de experiencias.

Creo no haber sido el único estudiante que le tocó analizar el caso del “avión presidencial”, el wena Naty de los noventa. El profesor era un mequetrefe peinado a la gomina que no tenía reparo en señalar que a los 40 años vivía con su madre, que llegaría virgen al matrimonio y que dormía con un oso de peluche, táctica encubierta para sacar un suspiro de algunas compañeras que veían en eso un genuino acto de ternura varonil (suspiro que me imagino luego complementaba sus toqueteos nocturnos), mientras los escasos estudiantes hombres de la sala hacíamos concursos del vello púbico más largo sobre una hoja blanca de cuaderno de matemáticas. El guatón Gonzalo, hoy profesor en 2 universidades, ocupó 12 cuadrados con uno de los pendejos más grandes nunca vistos ni registrados en ninguna descripción calenturienta que yo ni ninguno de los organizadores de tan prestigiado concurso haya visto. En esa discusión tuvimos el privilegio de contar con una compañera que no entendía lo que era el sexo oral. En plena época del chacotero sentimental, para hacerla entender se nos ocurrió utilizar la alegoría de la “conferencia de prensa”, en el recreo por supuesto. Mala idea. A ella se le terminó de confundir todo (¿el mundo estaba tan avanzado para que se realizaran conferencias de prensa en vivo y en directo a más de 10 mil pies de altura a miles de personas? ¿Acaso el presidente había utilizado palabras sexuales oralmente para dirigirse al público? Si era así, eso era un acto éticamente muy grave, a todas luces repudiable).

A este mismo bufón bastaba colocar en la bibliografía de nuestros trabajos, Cifuentes, Ramón, Mitos y verdades de la ética periodística, editorial Porrúa, España, 1992, o el célebre y manoseado Céspedes, José Manuel, Sobre el origen de la ética periodística, ediciones del Castillo, Madrid, 1994 (reconocíamos en nuestras invenciones cierto privilegio por autores españoles) para esquivar holgadamente el examen final, tener testimonio escrito de la ignorancia del profesor y de que, al fin, el tema en cuestión en su génesis, objetivos y resultados es la más grande idiotez creada alguna vez por los encargados del diseño de mallas curriculares en todo el mundo.

El equipo de profesores de periodismo se componía de una momia televisiva que trabajaba hace un par de siglos en canal 4 (para aquellos que no viven en la playa, como denominan a mi querida costa los santiaguinos, UCV TV, canal 5 si no me equivoco) mentor de la mano peluda, Tongas y otros grandes hits de nuestra niñez; una profesora de “periodismo científico” que nos hablaba de Aristóteles, en un intento sudado y frustrado por ir a las bases de algo, y luego refiriéndose a lo que ella creía otro filósofo nos decía “por otra parte el Estagirita, otro pensador griego contemporáneo a Aristóteles …” (que nació en Estagira, de ahí el seudónimo); la hija del difunto comentarista de internacional de canal 13, contemporáneo de JM, y mentor de eximios analistas políticos como Karin Ebensperger, la Thomas Friedman nacional. Lo único bueno que tenía esa señora eran sus salidas de madre cuando intentábamos con un compañero bajarle el perfil, denostar encubiertamente, a su progenitor; un marino, “experto” en comunicación con doctorado en Navarra, que de las 18 sesiones que tenía que darnos, nos dio sólo 4, aún luego de comprometerse en la primera clase –luego de cuestionar su muy débil exposición del refrito concepto de “aldea global”– a transformarnos en los egresados de periodismo más capetas en teoría de la comunicación de Chile.

Además de penca, mentiroso y ladrón. Un comunicador audiovisual, compulsivo y paranoico, con el cual un compañero salió de copas una noche en la que terminaron en un prostíbulo del Puerto y el tipo en una actitud muy extraña, no se sabe exactamente con qué fin más que el de humillar, les hablaba a las anfitrionas sobre Nietzsche inquiriéndolas sobre si se habían leído o no el Anticristo. Por último, un aún aspirante a abogado, de más de 50 años, que trabajaba en el archivo de un diario local entre microfilms y naftalina, que nos hablaba de los modernos sistemas de organización de información en fichas de papel, tesauros y otros soporíferos que hicieron que nuestro concurso de vellos tomara aún más fuerza y, en un hecho inédito, que incluyera a una compañera. Protegiendo su dignidad, ella obtuvo su muestra en el baño de la universidad y no en la misma sala. Por ello, aún dudamos de que el exponente que presentó oficialmente, que alcanzaba los nada despreciables 9 cuadrados (relegando a unos cuantos varones a la Primera B del Campeonato trimestral de vello púbico), haya sido de ella y no uno huérfano que naufragaba en uno de los tantos retretes de la sede de la universidad.


En fin, hay mucho que decir, sin embargo, es la primera vez que me sumo a este trabajo epistolar, que me merece un grandísimo respeto. Reconozco que sus intercambios me hacen a veces reír casi tanto como los del grasoso Ingatius Reilly (sobre todo en los que refiere a cuestiones de honor salchichesco) y Mirna Minkoff.

Hasta pronto, espero.

pisodos@blogspot.com

miércoles, 4 de marzo de 2009

La vida privada de los árboles (comentario)


Con el poco original afán de ponerme a hablar de literatura en tiempo estival, paso a comentar un libro que leí en la playa de Algarrobo. Es “La vida privada de los árboles”, una pequeña y delicada novela de Alejandro Zambra, el primer escritor chileno vivo que leo sin estar obligado.

De Zambra sólo sabía que era crítico y que de un momento a otro devino en un escritor con buena crítica. Los títulos de sus novelas, “Bonsái” y “La vida privada de los árboles”, también me hacían suponer que el autor exploraba lo íntimo, la observación delicada, lo que me produjo curiosidad y cierto temor a ensartarme en un relato aburrido, al estilo de un tratado para gozar ver cómo crece el pasto (algo que menos mal no pasó).


También me produjo curiosidad su año de su nacimiento (1975), el mismo de quien escribe, por saber en qué está la gente de mi edad, para ver si ando tan perdido (alguna vez me hicieron ver que la mía era la generación perdida, a medio camino entre ayer y mañana, sin ser hoy).

Para quien no la ha leído, la historia es simple. Un escritor (vaya, al parecer es una roman a clef), padrastro de una niña espera a la madre de ésta en la casa que vive este ya clásico grupo familiar, tan ñuñoíno por lo demás, a juzgar por las breves señas de identidad que deja la obra, como la Plaza Ñuñoa.

La novela –avisa Zambra– acabará cuando la mujer llegue. Entre medio, la narración discurre entre los cuentos que él protagonista cuenta a Daniela, su hijastra (la vida privada de los árboles o las conversaciones entre un álamo y un baobad –referencia a “El Principito”, de seguro– en un parque), las divagaciones hacia el pasado y el futuro emocional del núcleo familiar y homenajes pequeños y acertados a los referentes literarios de quien narra (en particular me sorprendió la cita a Otoko, un personaje femenino de una novela japonesa que leí hace relativamente poco y que me dejó por días con la sensación de bella melancolía de un haikú).


El resultado es la intromisión en una intimidad bella y vulnerable, que –sin embargo– no arrastra hacia el pudor o la lástima, sino hacia una atmósfera levemente ajena que se hace familiar al sentirse uno de a poco invitado. Se parece mucho a la sensación maravillosa de espiar por las ventanas de los vecinos y descubrir en ellos una humanidad plena, con su permiso, sin vouyerismo ni exhibicionismo, en un momento único y gratuito (salvo, claro está, por el precio del libro).

domingo, 1 de marzo de 2009

episcolario: remembranzas de años mozos

Estimado:

Indefectiblemente volvemos a uno de nuestros leimotivs: la periodistez. Por angas o por mangas (nunca entendí el dicho) el tema supura por algún poro y se instala recursivamente en nuestras conversaciones. ¿Tan atragantados estamos que no podemos librarnos de la experiencia de haber "estudiado" dicha profesión?

La respuesta es sí y el ejemplo de la torta de regalo que traes a colación es un muy buen ejemplo de aquello que no hemos purgado aún. Por esas casualidades de la vida, yo estuve presente en esa clase de "deontología" (mira el nombre presuntuoso para un ramo de ética profesional que más parecía un instructivo de servicio secreto de algún país totalitario en el que sólo había respuestas correctas, es decir coincidentes con la interpretación de la jerarquía de la Universidad de Navarra de su propio decálogo) de la cual saqué una valiosa lección: olvidar sistemáticamente todo lo aprendido, porque nunca vi ñoñeces iguales. La periodista en cuestión cubría algo así como repostería en la revista Hacer Familia y el tema de la entrevista era algo así como el azúcar flor en postres con crema pastelera.

Lo extraño de todo es que ese ejemplo efectivamente servía para enseñar los dogmas, pues la premisa básica del ramo era que la ética profesional era inseparable y deducible de la ética general, es decir, de la ética cristiana, es decir, de la ética católica, es decir, de Santo Tomás y pare de contar. Así, aceptar un trozo de torta atentaba no sólo contra las normas básicas del derecho a la información, pues afectaba la independencia del periodista, sino que contra su propia salvación. Lo que no nos enseñaron es que un periodista es un suche de los dueños de los medios de comunicación, fácilmente recambiable en cuyo contrato (si lo hay) queda implícitamente establecido que no tiene libertad de expresión y que –en la práctica– es un eslabón más para servir a los intereses de su patrón. Si no te gusta, te vas. Punto. En definitiva, no nos enseñaron la ética de la supervivencia.

En esas clases vimos un sinfín de ejemplos que ilustran problemas éticos típicos en el ejercicio de la profesión, tales como el sensacionalismo o el terrorismo, pero curiosamente nunca abordamos ninguno asociado a la prensa escrita chilena. Así, titulares tales como "Se mataron como ratas", usado por La Segunda para encubrir una matanza a militantes comunistas, no sirvieron para enseñarnos que los medios de comunicación están siempre comprometidos con intereses ajenos a los hieráticos propósitos que supuestamente hacen legítima la tenencia de la propiedad de un medio. Lo mismo con el terrorismo, enseñándonos que nunca (sí, nunca) hay que publicar nada que emane de terroristas, pero sin enseñarnos que a los gobiernos les es tan fácil motejar grupos subversivos como terroristas para aplicar normas excepcionales, tal como pasa con los mapuches en el sur y la ley de defensa del estado. De este modo, estas personas no representan sus demandas y se silencia cosas tan potencialmente reverberantes como las sistemáticas condenas de la ONU al Estado de Chile por las violaciones a los derechos humanos cometidas en contra de los indígenas. Con enseñanzas éticas tales, todos los poderes instituidos pueden estar tranquilos, porque aseguran acallar cualquier amenaza que ose usar la fuerza, sin riesgo de que haya eventos similares a la revolución francesa, o los movimientos independentistas como el que vamos a celebrar en su bicentenario.

Respecto al caso de los mapuches, me parece de particular interés contarte algo que es más que un anécdota, y que refleja bien lo que pasa en Chile al respecto (si es que no te lo he contado). Como sabrás, hago textos escolares de historia, y en esa labor, junto a Tato, abordamos el episodio por todos conocido por el efeumismo "Pacificación de la Araucanía" y otros relativos a la historia del estado chileno y los pueblos originarios. Ahí, mencionamos que a los mapuches se les usurpó sus tierras por diversos modos; engaños, trueques inicuos y arrebatos directos, y las campañas de exterminio a las etnias patagónicas y magallánicas. El caso, es que los conceptos "usurpación" y "exterminio" fueron "editados", o sea, censurados. La razón: la DIFROL (Dirección de Fronteras de la Cancillería). Cómo, te preguntarás. Simple, el organismo es el que da el vamos a cualquier publicación que lleve un mapa en Chile, y –de una manera muuuuuy diplomática– hicieron ver a la editorial que si no cambiaban esos incómodos términos (claves a mi entender para comprender qué pasó) retrasarían la aprobación de los mapas, que son indispensables en cualquier texto escolar de historia.

En fin, todo esto de los tiempos en que supe qué es la deontología (puaj, no puede dejar de darme náuseas ese nombre presuntamente científico) me ha traído a la memoria otras joyas ocurridas en otros cursos. A saber:

Uno. Cuando estaban pasando la guerra civil china, con Mao Se Tung y Chiang Kai Chek, y una compañera paró la explicación del profesor para preguntar cuáles son los buenos y cuáles los malos ("niña por dios, todos sabe que Mao era el malo", faltó que dijeran).

Dos. Cuando en los debates de actualidad internacional otra compañera dijo que Estados Unidos era "el paladín de la democracia, y es un hecho" (tristes debates por lo demás, porque a mi me tocó defender –junto a Mónica Rincón y contra Soledad Onetto– al Reino Unido en su posición frente a Irlanda del Norte, comprobando por primera vez que la objeción de conciencia es una entelequia que no sirve para nada).

Tres. Cuando una compañera hizo un reportaje recordando el viaje a Chile de Juan Pablo II, a quien yo le digo el cura polaco, pero que nuestra compañera trataba de Su Santidad, ante lo cual el profesor indicó que la nota era muy lamebotas y parcial, pues hasta entonces el cura polaco no estaba santificado como para decirle "su santidad" y porque ella relató el rechazo al unísono de la juventud en el Estadio Nacional a la invitación a ser asexuados hecha por el papa como un acto de agravio de un grupúsculo de la juventud del MIR ("rechazáis el falso ídolo del sexo", dijo el papa, y ella habló de "llevar una vida sana", para ser exactos). A la otra clase, la niña trajo una nota titulada "¡Para el auto o te mato!" en la que dejaba a Carlos Prats como un maniaco atacador de mujeres por una anécdota en el que le paró los carros a una vieja por tirarle maíz en una calle en las vísperas del Golpe.

Cuatro. Cuando en un reportaje radial otra compañera (todas son distintas) hizo una nota a las nanas peruanas que parecía publicidad pagada por una compañía esclavista (se desmentía que fueran cochinas y se decía que no había razón para no dejar la despensa con llave), cuyo final era "y bueno, sino le gusta, siempre cabe la opción de dejarla de patitas en la frontera".

Supongo que se me olvidan otras de ese calibre. Habrá que esperar a Memo, que ese se acuerda de todo lo que denigra al prójimo, si se digna a escribir.

Saludos