Páginas

viernes, 27 de marzo de 2009

Episcolario: las casualidades

Don,

Me he demorado en escribir por un fenómeno preocupante; me dio por trabajar. No es nada grave, no te asustes, supongo que es la reacción natural de mi cuerpo a la merma del calor y al despoblamiento –sin prisa pero sin pausa– que sufre mi refrigerador (necesito un pago ya).

La verdad me repito como mantra esa explicación para tratar de acallar la verdadera causa de esta actitud. Voy a dar una larga vuelta para explicártelo.

Resulta que hace poco leí una novela en la que contaban la historia de un científico caído en desgracia por falsear experimentos, un tal Kemerer, si mal no recuerdo. La cosa es que este tipo afirmó que las casualidades se atraen a causa de principios físicos similares a las leyes de atracción de los cuerpos. Yaaaaaa, me dije, descreído como soy, porque siempre me han molestado esas situaciones en que –por ejemplo– un grupo de conocidos comienzan a cachar que tienen conocidos en común, y terminan indeclinablemente diciendo ese cliché "el mundo es un pañuelo". "No –digo yo en esas conversaciones– Santiago Oriente es un pañuelo, y además endogámico y bueno para mirarse el ombligo". En tales circunstancias propongo ver lo absurdo del aserto, imaginando, por ejemplo, a un grupo de jóvenes bagdadíes asombrados porque Alí conoció en su infancia al ex prometido de la tercera esposa de Mohamed, quien a su vez en una ocasión le compró una camella que se llama Miriam, al igual que la mentada mujer, por la misma cantidad de dinares que costó la dote, todo en un radio menor que la distancia entre el Tigris y el Éufrates, o sea, en un pañuelo.

Bueno, la cosa es que fui a comer a la casa de Felipe Aldunate y comenzamos como siempre a recordar nuestro paso por la Escuela de Periodismo, con un tono cada vez más cercano a la jubilación. Como siempre ubicamos el momento exacto en que él dejó de ser un patán y yo proseguí siéndolo, pese a sus advertencias, riéndonos además de las consecuencias de dichas decisiones (yo no sé de qué me reía). Una buena porción de la charla se dedicó a la gloriosa campaña que hicimos para conquistar el Centro de Estudiantes, de la cual tuve el honor de ser el candidato a presidente y ser acompañado en esa "Lista C" por tí, Felipe y una pléyade de tipos sin buen futuro aparente.

Sin querer entrar de lleno a ese recuerdo, porque tiene material como para un post completo del episcolario y por temor a tener que enfrentarnos a que ya a nadie le interesa, debo consignar acá que la campaña fue notable, desde sus eslóganes ("no quiero ser tu amigo" o "presta el voto") hasta momentos de insuperable surrealismo, como cuando todas nuestras rubias compañeras de curso votaron por nosotros, sin el mímimo cuidado por los contenidos contrariantes e injuriosos (supongo que intuían nuestra profunda insignificancia), todavía me acuerdo cuando fui a que me prestara el voto la Mónica Rincón y la Soledad Onetto. En fin.

La cosa es que tras rememorar esos tiempos, me llegó un correo para vincular una nota de Gonzalo Maza en la que trataba un tema que yo había tratado la semana pasada en citizenalmeida. Mi post tiene 8 comentarios en más de una semana, el de Gonzalo 91, hoy. ¿Quién es (o fue) Gonzalo? Nada menos que nuestro contendor en la gloriosa campaña, a quien vencimos inmisericordemente (y uso esta palabra sin pretensiones de grandilocuencia, sino porque fuimos unos pesados y odiosos), relegándolo al tercer lugar.

Eso es una casualidad a la que no habría prestado mayor atención, de no ser por la casualidad de haber leído sobre las casualidades y haber estado con Felipe, quien escapó de mi destino y del de Gonzalo (porque aquel rechazó la beca a una universidad cristiana de Texas, la que luego fue aceptada por éste), lo que me llevó a la trampa de misterio que encierran estas situaciones.

¿Las casualidades de Kemerer se conjuraron para decirme qué?

Cualquier observador inopinado, que conociera a Felipe y a Gonzalo, dos exitosos periodistas de nuestra época, habría pensado lo mismo que yo al principio: que soy un vago y sin ambición, y nunca voy a llegar a nada si no cambio, que mis últimos éxitos fueron precisamente la mentada campaña y un buen puntaje en la prueba de aptitud académica. Por eso tanto trabajo esta semana.

Sin embargo, en un minuto de lucidez, me detuve, abrí japines, vi tu post y recordé que no te había respondido, y mientras lo hago me doy cuenta que estoy en mi casa, escuchando musiquita, escribiendo lo que me sale, en definitiva contento de haber escapado de quizá qué diablos, si se hubiese dado la casualidad de no ser quien soy.

Salú

1 comentario:

Barbara dijo...

Estimado,
Ehm... toc toc... permiso... Casualidades existen, claro que sí. Ahora, de ahí a que las casualidades estén tan ocupadas coludiéndose -palabra tan de moda que no la puedo evitar, estoy contando cuántas veces la escucho en un día- para darle a uno el sentido de la vida, pues, no sé... se me ocurre que las casualidades pueden hacer lo que gusten, mientras uno decide y le achunta algunas veces y otras no, y algunas se arrepienta y otras no, y así siga decidiendo, básicamente porque no hay otra salida...
Salú.