Estimado:
Indefectiblemente volvemos a uno de nuestros leimotivs: la periodistez. Por angas o por mangas (nunca entendí el dicho) el tema supura por algún poro y se instala recursivamente en nuestras conversaciones. ¿Tan atragantados estamos que no podemos librarnos de la experiencia de haber "estudiado" dicha profesión?
La respuesta es sí y el ejemplo de la torta de regalo que traes a colación es un muy buen ejemplo de aquello que no hemos purgado aún. Por esas casualidades de la vida, yo estuve presente en esa clase de "deontología" (mira el nombre presuntuoso para un ramo de ética profesional que más parecía un instructivo de servicio secreto de algún país totalitario en el que sólo había respuestas correctas, es decir coincidentes con la interpretación de la jerarquía de la Universidad de Navarra de su propio decálogo) de la cual saqué una valiosa lección: olvidar sistemáticamente todo lo aprendido, porque nunca vi ñoñeces iguales. La periodista en cuestión cubría algo así como repostería en la revista Hacer Familia y el tema de la entrevista era algo así como el azúcar flor en postres con crema pastelera.
Lo extraño de todo es que ese ejemplo efectivamente servía para enseñar los dogmas, pues la premisa básica del ramo era que la ética profesional era inseparable y deducible de la ética general, es decir, de la ética cristiana, es decir, de la ética católica, es decir, de Santo Tomás y pare de contar. Así, aceptar un trozo de torta atentaba no sólo contra las normas básicas del derecho a la información, pues afectaba la independencia del periodista, sino que contra su propia salvación. Lo que no nos enseñaron es que un periodista es un suche de los dueños de los medios de comunicación, fácilmente recambiable en cuyo contrato (si lo hay) queda implícitamente establecido que no tiene libertad de expresión y que –en la práctica– es un eslabón más para servir a los intereses de su patrón. Si no te gusta, te vas. Punto. En definitiva, no nos enseñaron la ética de la supervivencia.
En esas clases vimos un sinfín de ejemplos que ilustran problemas éticos típicos en el ejercicio de la profesión, tales como el sensacionalismo o el terrorismo, pero curiosamente nunca abordamos ninguno asociado a la prensa escrita chilena. Así, titulares tales como "Se mataron como ratas", usado por La Segunda para encubrir una matanza a militantes comunistas, no sirvieron para enseñarnos que los medios de comunicación están siempre comprometidos con intereses ajenos a los hieráticos propósitos que supuestamente hacen legítima la tenencia de la propiedad de un medio. Lo mismo con el terrorismo, enseñándonos que nunca (sí, nunca) hay que publicar nada que emane de terroristas, pero sin enseñarnos que a los gobiernos les es tan fácil motejar grupos subversivos como terroristas para aplicar normas excepcionales, tal como pasa con los mapuches en el sur y la ley de defensa del estado. De este modo, estas personas no representan sus demandas y se silencia cosas tan potencialmente reverberantes como las sistemáticas condenas de la ONU al Estado de Chile por las violaciones a los derechos humanos cometidas en contra de los indígenas. Con enseñanzas éticas tales, todos los poderes instituidos pueden estar tranquilos, porque aseguran acallar cualquier amenaza que ose usar la fuerza, sin riesgo de que haya eventos similares a la revolución francesa, o los movimientos independentistas como el que vamos a celebrar en su bicentenario.
Respecto al caso de los mapuches, me parece de particular interés contarte algo que es más que un anécdota, y que refleja bien lo que pasa en Chile al respecto (si es que no te lo he contado). Como sabrás, hago textos escolares de historia, y en esa labor, junto a Tato, abordamos el episodio por todos conocido por el efeumismo "Pacificación de la Araucanía" y otros relativos a la historia del estado chileno y los pueblos originarios. Ahí, mencionamos que a los mapuches se les usurpó sus tierras por diversos modos; engaños, trueques inicuos y arrebatos directos, y las campañas de exterminio a las etnias patagónicas y magallánicas. El caso, es que los conceptos "usurpación" y "exterminio" fueron "editados", o sea, censurados. La razón: la DIFROL (Dirección de Fronteras de la Cancillería). Cómo, te preguntarás. Simple, el organismo es el que da el vamos a cualquier publicación que lleve un mapa en Chile, y –de una manera muuuuuy diplomática– hicieron ver a la editorial que si no cambiaban esos incómodos términos (claves a mi entender para comprender qué pasó) retrasarían la aprobación de los mapas, que son indispensables en cualquier texto escolar de historia.
En fin, todo esto de los tiempos en que supe qué es la deontología (puaj, no puede dejar de darme náuseas ese nombre presuntamente científico) me ha traído a la memoria otras joyas ocurridas en otros cursos. A saber:
Uno. Cuando estaban pasando la guerra civil china, con Mao Se Tung y Chiang Kai Chek, y una compañera paró la explicación del profesor para preguntar cuáles son los buenos y cuáles los malos ("niña por dios, todos sabe que Mao era el malo", faltó que dijeran).
Dos. Cuando en los debates de actualidad internacional otra compañera dijo que Estados Unidos era "el paladín de la democracia, y es un hecho" (tristes debates por lo demás, porque a mi me tocó defender –junto a Mónica Rincón y contra Soledad Onetto– al Reino Unido en su posición frente a Irlanda del Norte, comprobando por primera vez que la objeción de conciencia es una entelequia que no sirve para nada).
Tres. Cuando una compañera hizo un reportaje recordando el viaje a Chile de Juan Pablo II, a quien yo le digo el cura polaco, pero que nuestra compañera trataba de Su Santidad, ante lo cual el profesor indicó que la nota era muy lamebotas y parcial, pues hasta entonces el cura polaco no estaba santificado como para decirle "su santidad" y porque ella relató el rechazo al unísono de la juventud en el Estadio Nacional a la invitación a ser asexuados hecha por el papa como un acto de agravio de un grupúsculo de la juventud del MIR ("rechazáis el falso ídolo del sexo", dijo el papa, y ella habló de "llevar una vida sana", para ser exactos). A la otra clase, la niña trajo una nota titulada "¡Para el auto o te mato!" en la que dejaba a Carlos Prats como un maniaco atacador de mujeres por una anécdota en el que le paró los carros a una vieja por tirarle maíz en una calle en las vísperas del Golpe.
Cuatro. Cuando en un reportaje radial otra compañera (todas son distintas) hizo una nota a las nanas peruanas que parecía publicidad pagada por una compañía esclavista (se desmentía que fueran cochinas y se decía que no había razón para no dejar la despensa con llave), cuyo final era "y bueno, sino le gusta, siempre cabe la opción de dejarla de patitas en la frontera".
Supongo que se me olvidan otras de ese calibre. Habrá que esperar a Memo, que ese se acuerda de todo lo que denigra al prójimo, si se digna a escribir.
Saludos
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