Don,
Me desternillé de la risa con la nota de advertencia que tuviste que poner en tu misiva, para evitar toda condena u objeción frente a cualquier interpretación maliciosa acerca de tus aseveraciones sobre el austríaco ese.
También no dejó de preocuparme el que hayas hecho notar la facilidad con que te pueden googlear en tu contra. De hecho, lo único que estoy haciendo con mi otro blog, el citizen almeida, es pavimentar un derrotero de cesantía, porque con mis palabras estoy conculcando toda posiblidad de trabajar en un lugar con aire acondicionado. Pisarle los callos a cuanto perico con charretas no es buena estrategia. Pero en fin, supongo que es una manera de quemar las naves y no tener la chance de emplearme de gato en cualquier cosa. Y por último, sigue siendo cierto que esta actividad blogera es de muy baja lectoría, por lo que el escudo de la insignificancia seguirá protegiéndome.
También me pareció esplendorosa la idea de salir de Facebook de una manera rutilante. Al respecto, conozco de cerca una experiencia muy bella. Fue el suicidio de ese mundo por parte de Tato, quien lo publicó en su blog. Sírvete de leerlo, que está muy bueno pinchando aquí.
La verdad es que cada día me parece más abismante lo que pasa en Facebook. La impudicia y la vanidad son un cóctel demasiado indigestante. Es un ejercicio de autorrepresentación que me propende con demasiada frecuencia a la sensación de ridículo. Además, me parece ciertamente que es una herramienta de espionaje muy poderosa, que pronto cobrará víctimas, en historias sórdidas y macabras similares a las que imaginaste con Fritzl. De hecho, la Policía de Investigaciones ya debe tener un experto para inmiscuirse en redes Facebook, gente con doble identidad, etc.
Por mi parte también he estado tentado por hacerme pasar por compañero de curso de alguno de los periodistas más sapos del país (esos que parece que tuvieran mierda en el bigote cuando sapean a un pobre diablo que no da boletas en una botillería) para después hacer un reportaje-denuncia con todo lo políticamente incorrecto del sujeto en cuestión que pueda recabar usando Facebook, con el propósito de que viva en carne propia el escarnio de ser objeto de cristazos por parte de un cualquiera arriba de un púlpito.
Esta reflexión me lleva a mi última lectura, una selección de textos de Riszard Kapuscinski, un periodista polaco de esos de los antigüos, de los que se vanagloriaban de conocer y vivir el mundo y no del número de presidentes y ministros que han entrevistado. Según me enteré, en Chilistán tiene muchos seguidores, aunque pensándolo bien deben ser simples admiradores, porque que yo sepa el ave periodística nacional no arriesga ni el bono de navidad de fin de año (menos el culo), así que dudo que Kapuscinski haya hecho escuela, pues el tipo fue a cuanto conflicto hubo en lo que el llama el Tercer Mundo y no lo cubrió desde el Hyatt de Bagdad, como otros que andan de guapos por ahí.
De su lectura también extraje una valiosísima lección, a partir de una pregunta: ¿Cómo fue que el sistema de medios de la Polonia del siglo XX (léase un país agrario, retrasado (católico) y dominado por un régimen pro soviético) se las amañó para mandar un tipo a cubrir las guerras del África, con una producción peridística notable por su independencia y vigor? Ni idea, pero ciertamente es notable que en nuestra remota tierra no haya habido nada parecido. Cable, puro cable, y un desdén propio del más embrutecido de los campiranos por todo lo que no sucede entre mar y cordillera, si hasta se inventó un jet set nacional y una farándula de cuarta ante el desinterés del chilistaní por las cuitas de la casa real de Inglaterra (que esos al menos si tienen glamur, aunque yo les quitaría todas las coronas, tronos, palacios y privilegios para que averiguen lo que es tener que trabajar).
Ahí es cuando coincido plenamente contigo con ese extraño sentimiento de envidia que produce el acto poético y mamón de los franceses. Pero es imposible que pase algo similar en Chilistán, incluso hasta las más burda de las imitaciones, porque es imposibe saber qué lectura es enojosa para Piñera para llamar a leerla y comentarla compulsivamente, porque de seguro no la tiene. Tampoco podríamos atacar por la preferida, porque definitivamente no estoy dispuesto a gastar mi saliva ni mi tinta (o byts) en nada de autoayuda o de grandes gurúes del emprendimiento.
Ahora, me atrevería a proponer algunas lecturas a nuestros dirigentes, con el propósito de ahondar en sus intereses, proponiendo títulos que guién eventuales ensayos a partir de dichas lecturas:
Jovino Novoa: El obsceno pájaro de la noche, Donoso y Memorias de un soldado, de un desmemoriado soldado.
Ensayo: Mejor no rascar donde no pica.
Eduardo Frei: Confesiones, San Agustín, y Sexus, Miller.
Ensayo: Eso de ser DC...
Pablo Longueira: La formación integral del sacerdote católico, Maciel, y Los nenes, Patricio Fernández
Ensayo: ¡Jaime, hacia donde veo hay perversión!
Michelle Bachelet: Nuestros años verde olivo, Ampuero y Las cartas del Che en Bolivia
Ensayo: Mis pecadillos de juventud y sus enseñanzas
Sebastián Piñera: El vendedor más grande del mundo, Og Mandino y Cuento de navidad, Dickens
Ensayo: La envidia es el costo del éxito
Ricardo Lagos: Mapa de la extrema riqueza, del mismísmo.
Ensayo: Crecer con igualdad: la batalla inganable que nunca dí
Joaquín Lavín: Memorias de una geisha, Anita Alvarado y Camino, mons. Escrivá
Ensayo: Dios escribe en reglones torcidos
Alejandro Navarro: Perico trepa por Chile, Marcela Paz y Mampato y Ogú: la rebelión de los mutantes, Themo Lobos
Ensayo: Infanitilismo revolucionario, la salida a nuestros males
Carlos Larraín: El roto, de Edwards Bello
Ensayo: ¿Si me lo leo entero no tendré que ir nunca a una pobla?
Camilo Escalona: Gargantúa y pantagruel, Rabelais y La Biblia, varios autores
Ensayo: La vida es hoy y no hay por dónde perderse
Andrés Velasco: Economía y negocios, El Mercurio
Ensayo: A un click de la sabiduría
Guido Girardi, Viaje al señor del poder, Osho y El padrino, Puzzo
Ensayo: intersecciones entre el budismo y la cosa nostra para el Chile de hoy
Adolfo Zaldívar: El arte de la guerra, Sun Tzu
Ensayo: Ese chino, niño de pecho
Jorge Schaulsohn: Las partidas de Alfonso el Sabio, Los pactos de los sabios del Sión y selección de columnas de Sergio Melnick
Ensayo: Cómo ser judío y aceptado en una elite católica
Jorge Teillier: El capital, Marx
Ensayo: Actualizar levitas y peniques: una renovación necesaria
No hay comentarios:
Publicar un comentario