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sábado, 14 de marzo de 2009

instrucciones para salvar el mundo (comentario)


A Rosa Montero la conocí a propósito de un seminario sobre la transición española que tomé en tiempos de la universidad. La verdad leí algo que no recuerdo, pero en su calidad de periodista y no de escritora.

Por casualidad llegó a mi "instrucciones para salvar el mundo", su última novela, y decidí darle una leída más por curiosidad que por otra cosa. El caso es que el relato me atrapó de inmediato, a pesar de que suelo escabullirme de narraciones tristes, y ésta, de principio a fin, es una novela tristísima, pese a que contiene en sí también un consuelo.

En definitiva, me pasó algo parecido a cuando leí "las particulas elementales" de Houellebecq. Temí a la soledad, la vejez se me cruzó como un destino macabro, la muerte y la enfermedad se plantaron con su negrura irremisible, pero también la ciencia develó su capacidad de destilar sabiduría (no soluciones), la belleza demostró su fuerza frente a la miseria, y la bondad y el amor ofrecieron una chance.

Matías –el eje de la historia– es un taxista recientemente viudo atrapado en el dolor y el sinsentido que vive con dos perros. A través de él se concatenan otros tres personajes lacerados: Daniel, un médico mediocre que padece un matrimonio penoso y vive una segunda vida en Second Life; Fatma, una hermosísima prostituta de Sierra Leona aferrada a la vida y a la luz de día; y Cerebro, una científica alcohólica torva y taciturna. Todos transitan de un gris cotidiano insufrible y anquilosado a una experiencia vital en la que se develarán sentidos para existir, aunque sin caer en el recurso manido de la catarsis. Más bien dicha experiencia ofrecerá a los personajes una oportunidad para sentirse vivos antes de reemprender sus sencillas existencias.

Al final de la lectura, tal y como me pasó con Houellbecq, me quedé divagando un rato y para conciliar el sueño decidí volver a agradecer el haber nacido en Sudamérica, pues –después de todo– había algo en los personajes, en la trama y en el Madrid que sirve de escenario, que me pareció siempre absurdo. Era esa tristeza pretendidamente consustancial a la existencia humana, que se toma como un fundamento y precepto. De esta manera siempre las miserias se convierten en negras tragedias, mientras que acá se conjuran con el ridículo y la fiesta. Se secan al sol. Asímismo, allá la belleza y la bondad aparecen como flores exóticas e improbables, mientras que éstas adornan con frecuencia –si uno ve bien– hasta la feucha ciudad de Santiago de Chile. Supongo que la diferencia está en que por estos pagos la soledad sigue siendo una opción y no una inmanencia.

Al final un anécdota que puede que no tenga nada que ver, pero que se me hace que ilustra lo antedicho.

Hace algunos años conocí Europa. En ese viaje llegué a Sevilla, donde jugaba la selección española contra la holandesa. Pensé que si en alguna parte de Europa podría encontrar filiaciones sería en Andalucía y en el fútbol vería un apasionamiento similar al de estos pagos. Craso error. Los sevillanos acudieron al estadio como quien va al cine (o sea juntos, pero muy por separado), vieron el partido con una concentración similar a la de un estadístico (todos los comentarios de mis vecinos eran técnicos) y siguieron el programa oficial de aliento a la selección similar a la del público japonés, que incluía la configuración de una bandera española a partir de cartulinas rojas y amarillas dispuestas en cada asiento numerado, que me pareció un espectáculo muy franquista.

Al final, los andaluces se fueron en silencio y ordenadamente en el transporte colectivo más por costumbre que por el empate. Parecían disciplinados alemanes. Antes estuve en Francia y los parisinos me parecieron de todo menos románticos. Entonces comprendí que había algo que no comprendía que hacía que en verdad no entendiera nada de nada. Tal vez con esta lectura y la de Houellbecq haya encontrado una pista.

4 comentarios:

El pastelero dijo...

A Rosa Montero la cacho por sus artículos en El País, y la verdad es que no me despiertan ninguna curiosidad sus escritos. Hasta ahora, claro, que de forma tan amena me la presentas. Le pegaré una ojeá.
No entendí bien tu paralelo entre ir a ver el fútbol en Santiago y verlo en Andalucía. No creo que prefieras las batallas campales y las peleas veinte contra dos que hay después de los clásicos en Stgo.
Creo que tus pistas sólo te conducen a ratificar un lugar común: que los europeos tienen plata pero son fomes, solitarios y depresivos.
Algo de ese cliché es comprobable in situ, pero los matices que se abren cuando no te ciñes a ellos son mucho más gratificantes.
En todo caso es curioso eso que se da después de leer. Una especie de contradicción: se abre el conocimiento porque se cierra una idea, un silogismo. O para decirlo en Bersuit: el que tiene una certeza sólo sabe equivocarse.

Citizen Almeida dijo...

Don:

En cuanto al fútbol, no es que prefiera una u otra cosa. Simplemente me extrañó la manera que tienen para ver el fútbol, me puso triste. Si bien es cierto que ir al estadio en Chile te expone a todos los peligros de América Latina (violencia, delincuencia, enfermedades gastrointestinales, etc.), por lo menos ahí se descarga una energía colectiva increíble, y no ver ni la sombra de eso en Europa me pareció perturbadoramente raro.

Respecto de las generalizaciones que mencionas, es cierto, las hay. No quise aferrarme al cliché del contraste entre un continente viejo gris y melancólico, versus un continente nuevo colorinche y dicharachero. Es cierto también que eso es archimanido.

Lo novedoso que traen las novelas que cito es –además de la textura de la soledad– que aventuran causas y manifiestan una actualidad del fenómeno que me parece es postexistencialista.

Me explico, hemos crecido educándonos en la cultura europea, por lo que somos testigos lejanos de sus pasiones y su genio. De una humanidad viva, creadora, pasaionada y violenta (como casi todas las "humanidades"). Además tenemos una relación filial con dichas características, se quiera o no. Entonces, ir allá y ver cómo esas sociedades están de alguna manera inmóviles de tan trabajadas en busca de una perfección, llama la atención. Digo que es postexistencialista, porque se me hace que ese rasgo cultural es de las posguerras europeas de mitad de siglo, las que pasaron una factura gigante a las pasiones desbocadas.

El caso de Andalucía es para mí perfecto. Yo he estudiado la conquista y la colonia americana, y desde una perspectiva culturalista, está meridianamente aceptado que la españolidad transmitida en los sectores más pobres proviene principalmente de andaluces, lo que a mi juicio explicaba cierta adhesión latinoamericana a la voluptuosidad y el caos. Además, crecí cerca de la literatura española del siglo XX y me pareció que Andalucía simbolizaba todo lo no europeo de España, lo que hacía del país un bastión de creencias inveteradas, mágicas y pasionales ajenas al iluminismo francés, por ejemplo.

Bueno, eso no lo ví en el estadio y me llamó la atención que Andalucía hoy no tenga, en una mirada superficial, por supuesto, rasgos tercermundistas que anhelaba encontrar. De verdad me impresionó, porque en dicha ocasión preferí ir allá que a Cataluña, pese a que mi abuelo es de Barcelona, pues sentí en ese momento una filiación cultural más fuerte que familiar, y no la encontré.

Me gustó tu párrafo final, pero no lo entiendo en relación al texto del post, básicamente porque no identifico pretenciones de verdades.

Salú

El pastelero dijo...

Es cierto lo de la familiaridad con los andaluces. No sólo en la forma de hablar, también tienen actitudes muy "bananeras" y por otro lado también muy cercanas.
Andalucía es un pueblo, tal cual, donde en las paradas de buses la gente te saluda, o cuando entras a una tienda, no sólo la dependienta, también los clientes te dicen buenas tardes. Aquí las entradas para el fútbol son carísimas (más en Madrid) y asisten casi puros socios.
Madrid es otro cuento. Y creo, si mal no conjeturo, que la Montero habla de Madrid y que por ahí llegaste a ciertas conclusiones. Puede que me haya excedido en el último párrafo, porque siempre me embalo (y espero no dejar de hacerlo), pero de verdad que viviendo aquí unos años te puedo decir que ese partido de fútbol no clarifica nada.
Sé que no pretendes decir nada más que verdades, pero es curioso eso que nos pasa a todos y que la canción de Bersuit, más bien, sólo la frase (la canción habla de otra weá na que ver) retrata tan bien. Y es que hacerse una idea de algo es descansar en una perspectiva y dejar las demás "latentes". Lo que a todas luces es un exceso como comentario.

un abrazo

Citizen Almeida dijo...

Concedido: está claro que no es posible llegar a esencias, lo que implica que todo texto –que requiere de un punto de vista– sea una forma de simplificación, una caricatura e incluso un error.

Pero sería más erróneo renunciar a hacerlos, sólo porque vas a ser parcial. Es cierto, tal vez mi mirada es enteramente superficial, pero no por eso dejó de extrañarme lo vivido.

Y reitero, está muy buena la frase, "el que tiene una certeza, sólo sabe equivocarse". Sin embargo ese aserto tiene una dificultad lógica, pues es una afirmación (homologable a una certeza), por lo que bien puede ser un error.

En fin, da igual, no creo en los ovnis, pero de que los hay los hay.