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jueves, 23 de octubre de 2008

Entrevista a Jorge Insunza

Esta es la otra entrevista que hice para el especial del 11:

Ex diputado Jorge Insunza (PC):

“La traición de Pinochet hizo imposible resistir el Golpe”

El ex parlamentario y actual dirigente comunista recordó junto a Ercilla su participación política en los tiempos de crisis entorno al Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Según él, los altos grados de brutalidad respondieron en parte a la necesidad de aplastar una tenaz voluntad de resistencia por parte de los trabajadores.

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Jorge Insunza Becker es uno de los dirigentes históricos del Partido Comunista (PC) y como tal tuvo una destacada participación política durante el Gobierno de la Unidad Popular (UP) –fue diputado por O’Higgins y Santiago en ese periodo– y en el proceso de recomposición de su partido en el Chile dictatorial.

Como dirigente de primera línea del PC, fue testigo privilegiado y parte de los análisis que hizo su colectividad en vísperas del Golpe y del proceso mediante el cual la izquierda chilena trató de oponerse al régimen militar. Hoy cumple funciones como encargado del área Trabajo de su partido, y compone aquel sector que busca acuerdos políticos más amplios para evitar la exclusión que de facto le impone el sistema binominal al PC.

¿Cuándo avizoró que el Golpe de Estado estaba en ciernes?

El riesgo de un Golpe estuvo presente prácticamente desde el día de la victoria de la UP en la elección presidencial. En la noche del 4 de septiembre, Allende hizo un discurso en el que dijo que conquistar la Presidencia había sido una tarea difícil, pero que lo sería también la permanencia y el cumplir los compromisos adquiridos a través del programa de Gobierno de la UP, por lo que había que estar preparado para las más diversas eventualidades. 50 días después, estas prevenciones se corroboraron con el asesinato del Comandante en Jefe del Ejército, René Shneider, acto que estaba directamente vinculado a la Casa Blanca, a instancias de Agustín Edwards, quien viajó a pedirle al Presidente norteamericano Richard Nixon la inmediata organización del Golpe.

En consideración a esas amenazas ¿Cuál fue su análisis?

Teníamos claridad en que no había que dar pretexto alguno para un Golpe. Sin embargo, eso también implicó mantener una posición hasta permisiva con la actividad ilegal de desestabilización emprendida por la derecha y después incluso por la Democracia Cristiana (DC). Pocos en Chile recuerdan, porque se busca ocultarlo, que durante 1973 –en el periodo posterior al llamado Tancazo– se realizaban atentados terroristas a un ritmo de 10 a 15 por día.
Sin embargo, esas acciones eran ejecutadas principalmente por civiles, y sin las Fuerzas Armadas era muy difícil que llegaran a derrocar al Gobierno.

Sí, pero hay que considerar la organización de esos grupos –como Patria y Libertad– contaban con la connivencia de militares, que los adiestraban y facilitaban recursos, y con la colaboración –además– de agentes de seguridad norteamericanos infiltrados. El mismo Tancazo fue la alarma que indicaba que se aceleraba el Golpe, y que los sectores más reaccionarios –civiles y militares– estaban actuando concertadamente.

¿Cómo evaluó en su momento el rol del Comandante en Jefe del Ejército, Carlos Prats y otros militares constitucionalistas, en la contención de las fuerzas golpistas al interior del Ejército?

Desde el principio existió un núcleo de militares constitucionalistas que respaldaba y protegía los procesos de cambio que respondían a la voluntad democrática. Esa fue la concepción de Schneider con la que Prats siguió trabajando. De otro modo no se habría evitado una participación más sistémica por parte de los militares.

¿Supo si Prats realizó suficientes esfuerzos por conocer y controlar a los militares golpistas?
No sabría responder. Prats era un constitucionalista sólido, pero al mismo tiempo tenía una gran adhesión a su institución, por lo que toda la acción de inteligencia que pudo desarrollar no la intercambió con los partidos que sostenían a la UP. Sin embargo, cuando las intervenciones reaccionarias de militares eran evidentes, Prats no tuvo nunca una vacilación en aplicar las normas legales. En eso el general Augusto Pinochet también fue muy resuelto, lo que le valió aparecer como una de las figuras más relevantes en evitar el Golpe. Ahora, esos grados de hipocresía fueron probablemente muy altos por la presión que el Alto Mando ejercía.

¿Hasta qué punto era posible contar con el la neutralidad de las Fuerzas Armadas, considerando la magnitud y naturaleza de los cambios que se querían realizar?

Nosotros estábamos convencidos que podíamos emprender grandes transformaciones en los marcos de la institucionalidad vigente, lo que era visto como legítimo por las Fuerzas Armadas. Sabíamos que ésta institucionalidad era estrecha, pero confiábamos en que los mismos cambios irían generando la fuerza política suficiente como para ir cambiando la institucionalidad –desde ella misma y por la vía democrática– para que cupiera el tipo de vida social que planteábamos al país.

En eso había altos grados de inocencia e ilusión, por lo que me parece obligatorio que nosotros asumamos la responsabilidad por un optimismo injustificado en el compartimiento de las Fuerzas Armadas.

Nosotros debimos actuar por nuestra cuenta para impedir que las acciones subversivas de la derecha lograran la descomposición del clima político y social, pues esas tensiones facilitaban incluso la confusión de sectores democráticos respecto del carácter mismo y los propósitos del Gobierno, lo que crispó también a los militares.

EL ACTUAR DEL PC

¿Cómo actuó a nivel político usted y su partido frente a ese problema de seguridad?

Frente a la evidencia que mostraba que el Golpe se precipitaba, nuestra actitud fue la de entregar un pleno respaldo a las iniciativas del Presidente Salvador Allende, encaminadas a encontrar vías institucionales para resolver la crisis. Como es conocido, Allende el día 11 de septiembre a las 11 de la mañana iba a pronunciar un discurso en la Universidad Técnica del Estado en el que plantearía al país la necesidad de un plebiscito acerca de 4 ó 5 puntos centrales. Eso implicaba incluso el riesgo de perder, generándose la obligación de la renuncia del Presidente, lo que estaba asumido así, porque Allende era un demócrata y republicano consecuente. En eso el PC lo apoyó resueltamente, pero no hubo una unanimidad al interior de la UP.

No tengo dudas de que uno de los factores que impidió el éxito del proceso fue que al interior de la coalición de Gobierno existían dos concepciones políticas que persistentemente se contraponían, estando en cuestión si era posible o no conducir un proceso revolucionario a través de la institucionalidad legal, esto es, sin llegar a una confrontación que implicara el uso de las armas.

¿Había un plan de contingencia para enfrentar la eventualidad del Golpe?

Sí. Desde que entendimos que la reacción buscó hacer de la violencia un componente constante de la lucha política, nosotros nos preparamos para contrarrestar ese tipo de acciones. Hubo adiestramiento de centenares –e incluso miles– de compañeros, creamos grupos de autodefensa en varias de las empresas, se generaron sistemas de información y control para evitar atentados que afectaran la producción, etcétera.

De hecho, toda esa organización estaba en pie antes del Golpe. Por ejemplo, yo fui diputado por O’Higgins, donde está el mineral de El Teniente, y ahí creamos con los trabajadores grupos de resguardo de todos los procesos claves de la producción para evitar atentados que implicasen la paralización de la empresa. Hubo que confrontarse con un grupos sindicales democratacristianos que realizaron huelgas que implicaron mermas significativas, las que –por cierto– estaban vinculadas a atentados.

Lo anterior ejemplifica bien el nivel de confabulación contra la UP. Basta recordar a Nixon, quien dijo desde el primer día “hay que hacer bramar la economía chilena”, y –¡carajo!– desgraciadamente lo consiguió en una gran medida.

En cuanto al Golpe mismo, la noche anterior hicimos una reunión del Comité Central del Partido, y tomamos medidas de protección ante esa eventualidad. Decidimos hacer una declaración en nuestro diario “El Siglo” –que no alcanzó a circular– cuya portada decía “todos a sus puestos de combate”, explicitando así la tensión del momento y dando orientaciones acerca de la resistencia que nos habíamos planteado, cuya base fue la acción de los trabajadores organizados, quienes debían permanecer en sus empresas, para desde ahí crear las condiciones de defensa que permitieran la acción de al menos una parte de las Fuerzas Armadas que se mantuvieran leales.

Sin embargo, eso no sucedió…

No, porque la traición de Pinochet significó la configuración de un cuadro totalmente diferente al previsto.

Lo que pasó y no vimos, fue que Pinochet se instaló en la dirección legal del Ejército, sobre la base de una operación sucia en la que se puso al general Prats en una circunstancia en que se le hacía insoportable continuar, por lo que presentó su renuncia unos cuantos días antes del Golpe. Además, hubo otros cuatro generales constitucionalistas –que al parece conocían mejor a Pinochet– que resolvieron salir del Ejército junto con Prats, lo que debilitó aún más posición leal en las Fueras Armadas.

Cuando Pinochet concretó su traición y se unió a la Armada, generó una correlación de fuerzas en el terreno militar abrumadoramente dispar, propiciando la imposibilidad de que sectores del Ejército mantuvieran una postura constitucional. Con eso –más el peso de la adhesión popular al Gobierno– habría sido posible evitar la asonada golpista.

Ante esa situación, tuvimos que desactivar la defensa de las industrias por parte de los trabajadores, ante el riesgo cierto de una masacre. Allende se dio cuenta y –si se presta atención a su último discurso– él llamó a los trabajadores a resistir, pero no al punto de dejarse inmolar, pues sabía ya de la traición de Pinochet.

¿A qué atribuye los grados de violencia alcanzados por las Fuerzas Armadas?

En mi opinión, eso está en directa proporción con el peso, la fuerza y la ascendencia que la UP tenía en el pueblo. Esa adhesión era muy grande –pese a lo que se ha afirmado– por lo que se les hizo necesario tomar la resolución de aplastar a los dirigentes de izquierda en un proceso brutal, para destruir las capacidades de resistencia que desde la clandestinidad podían hacerse muy fuertes. De otro modo les habría sido muy difícil instalar el tipo de Gobierno que finalmente se instaló.

Entonces la brutalidad está determinada no sólo por la vesania de tipos como Manuel Contreras o Moren Brito, sino porque también estaban enfrentados a gente que no se rendía, y que pese a todo mantuvo la resistencia.

LA CLANDESTINIDAD

¿Cómo fue esa resistencia?

En 6 ó 7 días reestablecimos las estructuras del partido, empezamos a coordinarnos y muy rápidamente logramos generar un cuerpo de dirección central que encabezó Víctor Díaz.
Trabajamos permanentemente durante dos años y recuperar y fortalecer las organizaciones sociales, tales como los sindicatos, las organizaciones vecinales o las estructuras en el mundo campesino. También elaboramos dispositivos de seguridad, para –por ejemplo– traer a Santiago a compañeros de regiones, porque ahí iban a caer como moscas, y establecimos grupos de defensa ante los abusos contra los trabajadores, etcétera. Es decir, restituimos nuestra vida política, con las limitaciones naturales impuestas por la dictadura. Por ejemplo, antes del 30 de septiembre de 1973 comenzamos a editar el periódico “Unidad Antifascista”, que yo mismo dirigí.

¿Qué determinó su salida del país?

Muy tempranamente logramos reestablecer orgánicas con un grupo que permaneció en Chile del Partido Socialista (PS) compuesto por el diputado Carlos Lorca, Exequiel Ponce, un dirigente sindical, y un muchacho bastante joven, Ricardo Lagos Salinas, estando yo a cargo de tener un contacto directo con ellos. De este modo, cuando cayeron se asumió de manera muy legítima que me tenía que ir, pues eso podía tocar la seguridad del Partido.

En definitiva, en el año de 1975 yo vivía en calle Lord Cochrane en un edificio a dos cuadras y media debajo de 10 de julio, y alguien me vio caminando por esa calle. Me reconocieron la manera de andar, según supimos después. Eso provocó un allanamiento desde la Alameda hasta 10 de julio, o sea justo fuera de donde vivía.

¿Fueron infiltrados o detectados?

Infiltrados no, pero detectados sí. Tenemos una cantidad de desaparecidos que son sin excepción cuadros dirigentes que fueron detectados, torturados y asesinados. En el caso de la dirección original de la que yo formé parte nos salvamos sólo 3: Inés Cornejo, Américo Zorrilla y yo. En cambio, Mario Zamorano, Rafael Cortés, Uldarico Donaire, Víctor Díaz, Jorge Muñoz –el compañero de Gladys Marín– y otros, todos cayeron, principalmente en calle Conferencia, que era una de nuestras casas de reunión donde estuve muchas veces, pero en ese momento, yo ya estaba fuera de Chile.

¿Cuáles fueron sus sentimientos?

El conocimiento que día a día teníamos de que habían asesinado a éste o este otro compañero, para mi era de un dolor tremendo, pero sin una sombra de pretensión, diría que me infundían una determinación aún mayor para seguir haciendo todo lo posible para que ese sufrimiento fuera corto. Se ve que no lo conseguí tan rápidamente.

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De diputado a clandestino

Hasta el 11 de septiembre Jorge Insunza era un diputado bastante conocido dadas sus funciones como alto dirigente del PC, por las cuales le tocó aparecer con cierta frecuencia en televisión. En los días, posteriores una de sus máximas preocupaciones fueron no parecerse a sí mismo, para no ser reconocido y capturado, por lo que cambió su aspecto. “Yo era muy circunspecto y encontré un contacto con un amigo que era hermano del dueño de la tienda Palta, que era la que llevaba el último grito de la moda en ese tiempo, y como yo vestía muy formal, comencé a usar pantalones pata de elefante, por ejemplo, chaquetilla”, rememora.

¿Cómo vivió el mismo día del Golpe?

Con las primeras informaciones partí de inmediato a visitar las empresas del cordón industrial de Macul para llamar a los trabajadores a no perder la calma y mantenerse en sus puestos de trabajo. Al salir un tiro de escopeta de un calibre no muy alto cayó muy cerca de mi compañera y comenzamos así el día.

Cuando avisaron el toque de queda, partí a la casa de seguridad que tenía asignada, pero alrededor de la 1:30 de la tarde salió el bando que ordenaba presentarse ante el Ministerio de Defensa a los altos dirigentes de la UP, entre los que estaba yo, lo que generó mucha incertidumbre.

Para ver qué hacer, llamé a un contacto que hizo un trabajo muy serio de información, y él me dijo “ten cuidado, estoy detectado, Allende murió, corta”. Creo que fui de los primeros que supo que Allende había muerto. Entonces, la madre de la dueña de casa sufrió un ataque de pánico con gritos y llantos, por lo que decidí salir de inmediato, porque el toque de queda era a las 3:00.

DONDE BALMES Y LA DESIDERIA

¿Qué hizo entonces?

Me fui a la casa del pintor Ricardo Mesa, quien me aceptó, pero llegó una persona nuevamente muy asustada y conmovida. Ahí, Ricardo me dijo que fuéramos a la casa de Balmes, porque él estaba en la ocupación del Bellas Artes. Nos recibió su padre, a quien le pregunté si me podía quedar y el dijo “por cierto, con todo gusto”, entonces pasé esa noche ahí y pude salir de ahí sólo al tercer día. En el intertanto, el padre de Balmes –quien había combatido por el Gobierno Republicano en la Guerra Civil española– su mujer y la mía me hicieron una transformación total, cambiándome la ropa y el pelo, consiguiéndome unos lentes planos. Hasta me depilaron las cejas.

Luego partí a la casa de una compañera –también de origen español– en Pedro de Valdivia Norte. Ella estaba en Buenos Aires y había dejado las llaves con la familia Balmes.

¿Se sentía seguro ahí?

No del todo. De hecho ahí ocurrió un hecho muy desgraciado que muestra hasta que punto el odio había descompuesto a la gente. Los vecinos sabían que la señora estaba fuera del país y vieron luces, y en el cuarto día, despertamos muy temprano atentos a lo que podía pasar. Me asomo por la ventana y reconozco parado frente a nosotros a un periodista, en una pose de espera. Me alarmé, y le planteé a mi mujer y a otro compañero con quien vivíamos, que lo mejor era salir de inmediato, porque ese tipo podía haber comunicado a los servicios de inteligencia que yo estaba ahí. Logramos salir y efectivamente allanaron una hora después. O sea, estoy vivo por la casualidad de haberme asomado por la ventana.

¿Qué otros riesgos enfrentó?

En general logré batirme sin grandes riesgos, pero corrí uno considerado un crimen de seguridad, que era vivir con mi compañera todo ese tiempo. En ese periodo ella esperaba familia y nació nuestro primer hijo. Estar juntos fue posible porque en ese tiempo vivimos acogidos en la casa de Ana González, la Desideria, quien tuvo un comportamiento de un coraje y una valentía tremenda.

viernes, 17 de octubre de 2008

entrevistas para especial del 11


Sé que esto que viene anda medio tarde, pero qué le puedo hacer, si he estado muy concentrado en mi cambio de pega. La cosa es que en septiembre hice dos entrevistas para un especial sobre el 11 de la Revista Ercilla, el que no está en internet, por lo que decidí publicarlas acá.

En orden de tiempo, la primera fue realizada a Carlos Montes y acá la reproduzco. La otra fue al dirigente del PC, Jorge Insunza, y la tiraré la próxima semana, que son bien larguitas.


Diputado Carlos Montes:
“Nunca pensamos que el Golpe sería así de violento”

“Creímos que Chile era un país diferente”, recuerda el actual diputado socialista por La Florida, a propósito de los 35 años del 11 de septiembre de 1973, quien se refiere a sus vivencias de ese histórico día en el que sintió que se produjo “un quiebre total”.
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Al 11 de septiembre de 1973 Carlos Montes era un joven dirigente del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) de 27 años, que apoyaba decididamente el gobierno de la Unidad Popular (UP) del Presidente Salvador Allende. Después de esa fecha, su vida cambió drásticamente, conociendo la clandestinidad, la tortura (fue detenido por la CNI en 1980 y recluido en el cuartel Barros Borgoño) y el exilio en México (1981 – 1985).

Si bien hoy –35 años después– sus preocupaciones como diputado están ligadas a lo que resulte de la discusión de la Ley General de Educación, sus deberes para con La Florida –distrito por el cual desde ya anuncia que volverá a postular– y sus responsabilidades en el Partido Socialista (PS), Montes conversó con Ercilla para rememorar las vivencias personales producidas por el Golpe de Estado, las que representan a muchos quienes se quedaron haciendo oposición en Chile durante la década de los ’70, el periodo más duro de la represión.

¿Desde cuándo se veía con certeza que habría un Golpe de Estado en Chile?

Lo esperábamos desde un mes antes de que sucediera, pero con mucha claridad sentimos que venía unos 10 días antes, pues se veía como muy difícil de contener. Lo esperábamos y decíamos viene, viene, pero la verdad es que fue una tremenda sorpresa cuando llegó. El 11 mismo, despertamos con el Golpe. Me llamó mi señora y acordamos qué hacer. Algunas cosas las teníamos pensadas, pero muchas otras no. Todo lo cotidiano se volvió inverosímilmente difícil. Por ejemplo, yo vivía en el paradero 19 de Vicuña Mackenna, en La Florida, y de repente me di cuenta de que no tenía pan para desayunar y no podía salir a comprarlo, porque no se me ocurrió abastecerme antes.
¿Cuáles fueron sus actividades de ese martes 11 de septiembre?

En la mañana sólo había consternación, por lo que lo único que hice fue llamar y recibir llamadas por teléfono, y escuchar la radio, para saber qué hacer. Al final los dirigentes del MAPU nos juntamos en la Dirección del partido y luego nos trasladamos a COTESA, una industria de La Florida, que formaba parte marginal del cordón industrial, para almorzar y ponernos de acuerdo. Después, había que buscar dónde dormir. Esa noche con unos pocos nos fuimos a la casa de mis padres a conversar sobre lo que venía, que ya a esa alturas nos dimos cuenta que era básicamente sobrevivir. Esa misma noche nos denunciaron y tuvimos que escapar de ahí para evitar la detención.

Algo teníamos preparado, pero todo era más difícil de lo pensado y cometimos muchos errores. Por ejemplo, esa noche me fui a un departamento en las Torres San Borja, pero de ahí no me podía mover, no podía salir, porque había toque de queda y esa zona estaba atestada de militares. Fue algo muy absurdo que da cuenta del bajo nivel de preparación que teníamos para un evento como éste.
¿Qué sintió ese día?

Un tremendo desgarro y mucha incertidumbre. No podíamos sopesar lo que estábamos viviendo, ni comprender la magnitud de lo que sucedía. La información era parcial y terrible, porque era de persona a persona, pues no había medios de comunicación en los que confiar. Nos enterábamos de que a tal lo habían detenido, que a otro lo habían matado, sin seguridad de nada.

¿Cuándo fue el momento en que se dio cuenta de que la represión venía con esos altos grados de violencia?

Desde el primer momento, cuando muere Salvador Allende y bombardean La Moneda. Ahí, en lo personal, me vine al suelo. Después la sensación de desgarro se confirmó en los primeros días de toque de queda, cuando comienza a vivirse los campos de concentración, las detenciones, los allanamientos, las muertes y la brutalidad en general.
Nunca pensamos que el Golpe sería así de violento, porque creíamos que Chile era un país diferente.
Pero había antecedentes de que esto podía pasar. En el pasado ocurrió la Matanza de Santa María de Iquique y en esa época ya había golpes de Estado muy cruentos en el Cono Sur ¿Los consideraron en las vísperas del 11?

Todo lo sabíamos. Sabíamos de la Doctrina de Seguridad Interior, de la Escuela de Las Américas, etcétera, pero creíamos que Chile era distinto. Tomábamos esos antecedentes pero no los internalizábamos. Esa era parte de la ingenuidad con que vivimos el periodo anterior al Golpe. En la izquierda nadie se imaginaba algo así, desde el Presidente Allende hacia abajo. Algunos lo tenían más claro, pero no fue la generalidad. Yo tomé parte de muchas conversaciones en círculos de dirigentes políticos, y no había un clima previo que pudiera advertir de la naturaleza de lo que venía. Sabíamos que podía venir el Golpe, pero no que seríamos arrastrados por la ola de violencia política que ya se veía en Uruguay o Brasil, por ejemplo. No calculamos que en el caso de Chile sería incluso más brutal, porque el proceso estaba más avanzado. No lo podíamos ver.
VIVIR EN DICTADURA
¿Qué tipo de decisiones tomó después del Golpe?

Todas las necesarias para sobrevivir. Unos 10 días después del 11, comenzamos a pensar cómo reconstruir los vínculos, la capacidad de organización y medios de comunicación precarios. El leimotiv era la permanente reconstrucción y la prioridad saber qué pasaba, por lo que formamos equipos de comunicaciones para evitar detenciones, conocerlas a tiempo cuando sucedían, enviar gente fuera del país cuando su seguridad era demasiado precaria, etcétera. En dictadura, yo –por ejemplo– viví en más de 150 casas distintas.

Además teníamos que pensar cómo íbamos a sobrevivir económicamente. Teníamos una reserva para cualquier eventualidad, pero se agotó muy rápido. Sobreviví de las más diversas maneras, por ejemplo reparé zapatos e hice contabilidad en negocios de gente de confianza. Mi primer trabajo estable fue el de administrador del restaurante El Naturista a fines de la década de 1970, en el que estuve hasta mi detención en 1980, por lo que mi nivel de vida también era precario. Había aportes desde fuera también pero, sumando eso con los trabajos ocasionales que se podían hacer en la clandestinidad, mi ingreso era de 100 dólares de entonces.

¿Qué cosas no se hicieron y que pudieron haber mitigado la represión?

Si no se ha vivido algo así es muy difícil preparar algo, porque no se podía prever ni en lo humano ni en lo político, ni en lo social una situación así de extrema. Hubo gente que se preparó militarmente, aprendió a manejar un arma, pero eso no se vio ni se sintió, salvo casos muy aislados.

Ni siquiera el repliegue, asilarse en embajadas o esconderse, era algo que haya tenido procedimientos muy pensados. Ahora, no sé si eso hubiese sido lo más apropiado. La gente del Partido Comunista, que era la más preparada, no se replegó, y sobrellevó mejor los primeros días, porque mantuvieron sus redes pudiendo conocer en mejor grado lo que pasaba para ayudarse, moverse y evitar detenciones.
¿Por qué se quedó en Chile durante el periodo más duro de la represión?

Yo estuve en el país hasta 1981, y partí al exilio a México sólo luego de mi detención, porque ya no era posible seguir acá. Pero antes de esa experiencia, tenía la convicción de que mi deber era estar en Chile y participar de la resistencia, que en ningún caso se pensó en ese tiempo que podía ser armada. Se trataba de acabar con la dictadura a través de la generación de una marea democrática y civil. Era muy difícil esa tarea, porque eran más los retrocesos que los avances, pero aún así logramos reconstruir redes a nivel del país y organizar grupos con alguna capacidad de oposición.

También era importante reflexionar sobre las causas de nuestra derrota y analizar los errores cometidos. Así pudimos llegar –por ejemplo– a la conclusión de que era inapropiado imponer un gran cambio sin suficiente fuerza social, cultural y política, incluso antes de que la Renovación Socialista adhiriera a esa tesis. Leímos y escribimos bastante en ese tiempo, pero lamentablemente no sé el paradero de esos documentos, porque era muy riesgoso tenerlos, por lo que debieron ser destruidos por nosotros mismos para evitar que cayeran en manos primero de la DINA (Dirección Nacional de Inteligencia) y después de la CNI (Central Nacional de Informaciones). Por ejemplo, muchos de nosotros narramos nuestras historias de vida, abordando quiénes nos influyeron y las experiencias sobre la dictadura y la UP para compartirlas y reflexionar, pero ya no están los escritos. Tuvimos que botarlos.
¿Cómo se convivía con el miedo?

Fue de un gran desgaste y siento que es imposible de transmitir la sensación a quien no ha vivido algo parecido. Por ejemplo, una noche trabajábamos en la casa de un amigo, y de pronto sentimos que allanaban. Nos escondimos toda la noche sin saber si era en donde estábamos o la casa del lado. La sensación en ese silencio e incertidumbre me es muy difícil de explicar. Al final no nos buscaban a nosotros, pero pasamos una noche sin dormir con la expectativa de terminar muertos. El pánico de esa situación creo que es intransmisible.

¿De dónde se sacaba la fuerza para persistir y no renunciar?

En parte me quedé en Chile porque sentí que era mi deber ético por mucha gente que murió, como Patricio Vergara y muchos otros. No era llegar y decir “yo me voy”. Claro, cuando estaba detenido o en el exilio me cuestionaba el haberlo hecho, por los riesgos que había tomado, pero en definitiva fue una opción que respeté siempre y no me arrepiento, aunque ahora veo que también había una relativa inconciencia. En eso influyó mucho mi formación de izquierda y cristiana, con su sentido de responsabilidad y de misión, y la opción de pareja que tomamos con mi mujer (Gloria Cruz).

De todos modos no siempre todo era negro. Se obtenía también satisfacción de en la dinámica que generábamos para infundirnos energía para sobrevivir, y mantener estructuras mínimas de organización y ciertos valores. De este modo alcanzar pequeños objetivos era satisfactorio, aunque siempre eran precarios, como que resultara una reunión a la que todos pudieran llegar.
Construimos una cultura de sobrevivencia muy fuerte, en la que las alegrías estaban en los logros más primarios. Por ejemplo, cuando estaba detenido por la CNI en el Cuartel de Barros Borgoño, encontraba gratificaciones en las noches en que me quedaban más sueltas las esposas o si me tocaba el pedazo de carne que había en la sopa que nos daban. Para mi el gran fetiche de esa época era lograr una conversación en la calle, porque tenía muy pocas, pues estaba clandestino y no usaba mi nombre, sino chapas como “Patricio” o “Mauro”.

EL 11 DE SEPTIEMBRE HOY
¿Qué significados tiene el 11 de septiembre de 1973?

Fue un corte en la vida más íntima, en lo cotidiano, en lo político. Un quiebre total, en realidad. También se acabó un ciclo en la historia de este país. Por eso se sigue conmemorado a través de distintos actos en los que se aprovecha de recordar a quienes cayeron. Es una fecha de reflexión y de sentimiento, en la que en lo personal busco generar instancias para ello, en la Cámara o en La Florida. Por eso ahora me molesta mucho cuando transforman la fecha en una ocasión para el vandalismo.

Es también un hito que dejó una huella muy a fondo en toda una generación.

Para las elecciones municipales de diciembre van a poder votar por primera vez electores que no nacieron ni en dictadura ni en la época anterior ¿Cómo ve el tema de la memoria respecto del 11 se septiembre en las nuevas generaciones?

El 11 de septiembre es parte del proceso de aprendizaje de nuestro pueblo. Sin duda quienes lo vivimos lo vamos a ver de manera distinta que quienes no lo vivieron, pero ellos comprenderán que esto forma parte de su historia. Depende de nosotros el lograr transmitir nuestras reflexiones, sin amargura, pero sí con la intención de que se convierta en aprendizaje.
Me gustaría que el 11 sea visto como el quiebre de la democracia en el que los chilenos no fuimos capaces de entendernos y mediante el que se llegó a una situación en la que no podíamos convivir. De eso se desprende una serie de lecciones que permiten evitar que esto se repita. Desde ser muy claros para rechazar la brutalidad alcanzada en esos años, hasta la inconveniencia de hacer grandes cambios sin grandes movimientos mayoritarios.

Entiendo que haya mayor distancia emocional en otras personas, pero me preocupa la indiferencia, no sólo con quienes son muy jóvenes. Por ejemplo, en una misión de la Cámara de Diputados en la que viajamos a Autzwitz, uno de quienes iban en el grupo se puso a echar tallas en una de las celdas del campo de concentración. Me indigné y tuve que salir para contenerme. Esa indignación en parte era por comprobar la indolencia de algunos frente al tema y por otra porque me afectaba en lo personal, porque esa celda era idéntica a la que a mi me tocó mientras estuve detenido, pues responden ambas celdas a un modelo pensado para la tortura y la degradación humana. O sea, siento que en la UDI –por ejemplo– no hay ninguna conciencia de que el bloque político en el que participaron propició atrocidades como las del mismo Autzwitz. No se les ha escuchado ni una palabra de arrepentimiento. Nunca. Eso es grave.

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“Machuca”, el cura Wheallan y Juan Maino

A penas estuvo en cartelera “Machuca”, la última película de Andrés Word, Carlos Montes compró las entradas para verla. El apuro era porque había algo especial en ese filme que retrató en general los anhelos de la generación que vivió la UP, y en particular, las vivencias de la comunidad de estudiantes y ex estudiantes del colegio Saint George.

Montes estudió ahí, y aunque ya estaba fuera del colegio para el Golpe –por lo que no conoció directamente la experiencia de traer niños pobres a las aulas de uno de los mejores colegios de Santiago– reconoce el espíritu que quiso transmitir el rector del Saint George, el padre norteamericano Gerardo Wheallan.

Dos recuerdos se le vinieron a la memoria a propósito del filme. El primero, la inocencia de su propio hijo, muy niño en 1973, quien asoció con pescaditos las bombas que vio caer sobre las antenas de Radio Corporación. Y el segundo, la pérdida de un compañero de colegio, correligionario y amigo cercano, Juan Maino, quien fue secuestrado en 1976, y torturado, asesinado, y su cuerpo quemado y tirado al río en Colonia Dignidad.
A propósito de “Machuca” ¿qué reflexiones le surgen acerca de la formación que recibió cuando joven?

La experiencia que retrata la película fue producto del natural desarrollo del proyecto educativo del padre Wheallan, a quien recordé con mucho afecto.

También esa integración forzada que impuso el rector del colegio es reflejo de lo que se quería hacer con el país, buscando alcanzar objetivos a un paso más rápido del que se podía seguir. Pero, esa experiencia también muestra la necesidad de hacer transformaciones, porque caminábamos hacia ser una sociedad más integrada y justa.

Una de las consecuencias del Golpe fue acabar con ese proceso histórico, y eso se ve en la formación que muchos reciben en colegios católicos de elite, ligados al Opus Dei o los Legionarios de Cristo que propugnan segregar aún más la sociedad, generando jóvenes que viven en un submundo que no tiene nada que ver con Chile, del que se dan cuenta después participando en proyectos como “Un techo para Chile”.

Eso también pasa de una manera similar, menos exagerada seguramente, en el contexto general del sistema educativo que tenemos hoy, y que es producto del Golpe, la dictadura, pero también de los errores de la Concertación que –pese lo mucho que ha hecho en educación– no ha logrado realizar cambios indispensables para fortalecer una educación pública integradora.
¿Cómo lo ayudo la formación que recibió en el Saint George en los momentos más difíciles?
Recién hablé del sentido de misión que me transmitió mi formación cristiana, pero tengo la impresión que su ayuda fue un poco más concreta. Cuando estuve detenido, la congregación Holly Cross –a la que pertenece el colegio– era parte del Consejo de Seguridad de Estados Unidos ese año de 1981, por lo que tengo la sospecha que a ese nivel se trató mi caso, por lo que bien podría ser que gracias a las gestiones de Wheallan este vivo hoy.


jueves, 2 de octubre de 2008

Episcolario: silencio

Estimado:

No sé si te encuentras aún en Hawaii, o volviste al rudo continente, pero espero hayas pasado de lujo. No sé si esperar que las piñas coladas y las centelleantes caderas polinésicas hayan torcido tu destino, que a nuestra edad eso suena a despropósito, aunque en el fondo aquello siempre será un parabien indistinto a cualquier edad o condición.

Yo debiera contar bastantes cosas, pero ando tentado de mudez, y sólo para evitar la fuga de mis cada vez más exiguos lectores, te escribo ahora con el fin de noticiarte que me cambié de pega. Es una mejor pagada, pero más insegura, y con libertad horaria. La verdad me ha exigido tiempo y dedicación, pero hay algo fresco que me hace sentir más dueño de mi.

Cierro transmisiones, porque es tarde y mañana debo estar a primera hora fresco como lechuga. Ya retomaremos el diálogo.

Abrazos