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viernes, 17 de octubre de 2008

entrevistas para especial del 11


Sé que esto que viene anda medio tarde, pero qué le puedo hacer, si he estado muy concentrado en mi cambio de pega. La cosa es que en septiembre hice dos entrevistas para un especial sobre el 11 de la Revista Ercilla, el que no está en internet, por lo que decidí publicarlas acá.

En orden de tiempo, la primera fue realizada a Carlos Montes y acá la reproduzco. La otra fue al dirigente del PC, Jorge Insunza, y la tiraré la próxima semana, que son bien larguitas.


Diputado Carlos Montes:
“Nunca pensamos que el Golpe sería así de violento”

“Creímos que Chile era un país diferente”, recuerda el actual diputado socialista por La Florida, a propósito de los 35 años del 11 de septiembre de 1973, quien se refiere a sus vivencias de ese histórico día en el que sintió que se produjo “un quiebre total”.
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Al 11 de septiembre de 1973 Carlos Montes era un joven dirigente del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) de 27 años, que apoyaba decididamente el gobierno de la Unidad Popular (UP) del Presidente Salvador Allende. Después de esa fecha, su vida cambió drásticamente, conociendo la clandestinidad, la tortura (fue detenido por la CNI en 1980 y recluido en el cuartel Barros Borgoño) y el exilio en México (1981 – 1985).

Si bien hoy –35 años después– sus preocupaciones como diputado están ligadas a lo que resulte de la discusión de la Ley General de Educación, sus deberes para con La Florida –distrito por el cual desde ya anuncia que volverá a postular– y sus responsabilidades en el Partido Socialista (PS), Montes conversó con Ercilla para rememorar las vivencias personales producidas por el Golpe de Estado, las que representan a muchos quienes se quedaron haciendo oposición en Chile durante la década de los ’70, el periodo más duro de la represión.

¿Desde cuándo se veía con certeza que habría un Golpe de Estado en Chile?

Lo esperábamos desde un mes antes de que sucediera, pero con mucha claridad sentimos que venía unos 10 días antes, pues se veía como muy difícil de contener. Lo esperábamos y decíamos viene, viene, pero la verdad es que fue una tremenda sorpresa cuando llegó. El 11 mismo, despertamos con el Golpe. Me llamó mi señora y acordamos qué hacer. Algunas cosas las teníamos pensadas, pero muchas otras no. Todo lo cotidiano se volvió inverosímilmente difícil. Por ejemplo, yo vivía en el paradero 19 de Vicuña Mackenna, en La Florida, y de repente me di cuenta de que no tenía pan para desayunar y no podía salir a comprarlo, porque no se me ocurrió abastecerme antes.
¿Cuáles fueron sus actividades de ese martes 11 de septiembre?

En la mañana sólo había consternación, por lo que lo único que hice fue llamar y recibir llamadas por teléfono, y escuchar la radio, para saber qué hacer. Al final los dirigentes del MAPU nos juntamos en la Dirección del partido y luego nos trasladamos a COTESA, una industria de La Florida, que formaba parte marginal del cordón industrial, para almorzar y ponernos de acuerdo. Después, había que buscar dónde dormir. Esa noche con unos pocos nos fuimos a la casa de mis padres a conversar sobre lo que venía, que ya a esa alturas nos dimos cuenta que era básicamente sobrevivir. Esa misma noche nos denunciaron y tuvimos que escapar de ahí para evitar la detención.

Algo teníamos preparado, pero todo era más difícil de lo pensado y cometimos muchos errores. Por ejemplo, esa noche me fui a un departamento en las Torres San Borja, pero de ahí no me podía mover, no podía salir, porque había toque de queda y esa zona estaba atestada de militares. Fue algo muy absurdo que da cuenta del bajo nivel de preparación que teníamos para un evento como éste.
¿Qué sintió ese día?

Un tremendo desgarro y mucha incertidumbre. No podíamos sopesar lo que estábamos viviendo, ni comprender la magnitud de lo que sucedía. La información era parcial y terrible, porque era de persona a persona, pues no había medios de comunicación en los que confiar. Nos enterábamos de que a tal lo habían detenido, que a otro lo habían matado, sin seguridad de nada.

¿Cuándo fue el momento en que se dio cuenta de que la represión venía con esos altos grados de violencia?

Desde el primer momento, cuando muere Salvador Allende y bombardean La Moneda. Ahí, en lo personal, me vine al suelo. Después la sensación de desgarro se confirmó en los primeros días de toque de queda, cuando comienza a vivirse los campos de concentración, las detenciones, los allanamientos, las muertes y la brutalidad en general.
Nunca pensamos que el Golpe sería así de violento, porque creíamos que Chile era un país diferente.
Pero había antecedentes de que esto podía pasar. En el pasado ocurrió la Matanza de Santa María de Iquique y en esa época ya había golpes de Estado muy cruentos en el Cono Sur ¿Los consideraron en las vísperas del 11?

Todo lo sabíamos. Sabíamos de la Doctrina de Seguridad Interior, de la Escuela de Las Américas, etcétera, pero creíamos que Chile era distinto. Tomábamos esos antecedentes pero no los internalizábamos. Esa era parte de la ingenuidad con que vivimos el periodo anterior al Golpe. En la izquierda nadie se imaginaba algo así, desde el Presidente Allende hacia abajo. Algunos lo tenían más claro, pero no fue la generalidad. Yo tomé parte de muchas conversaciones en círculos de dirigentes políticos, y no había un clima previo que pudiera advertir de la naturaleza de lo que venía. Sabíamos que podía venir el Golpe, pero no que seríamos arrastrados por la ola de violencia política que ya se veía en Uruguay o Brasil, por ejemplo. No calculamos que en el caso de Chile sería incluso más brutal, porque el proceso estaba más avanzado. No lo podíamos ver.
VIVIR EN DICTADURA
¿Qué tipo de decisiones tomó después del Golpe?

Todas las necesarias para sobrevivir. Unos 10 días después del 11, comenzamos a pensar cómo reconstruir los vínculos, la capacidad de organización y medios de comunicación precarios. El leimotiv era la permanente reconstrucción y la prioridad saber qué pasaba, por lo que formamos equipos de comunicaciones para evitar detenciones, conocerlas a tiempo cuando sucedían, enviar gente fuera del país cuando su seguridad era demasiado precaria, etcétera. En dictadura, yo –por ejemplo– viví en más de 150 casas distintas.

Además teníamos que pensar cómo íbamos a sobrevivir económicamente. Teníamos una reserva para cualquier eventualidad, pero se agotó muy rápido. Sobreviví de las más diversas maneras, por ejemplo reparé zapatos e hice contabilidad en negocios de gente de confianza. Mi primer trabajo estable fue el de administrador del restaurante El Naturista a fines de la década de 1970, en el que estuve hasta mi detención en 1980, por lo que mi nivel de vida también era precario. Había aportes desde fuera también pero, sumando eso con los trabajos ocasionales que se podían hacer en la clandestinidad, mi ingreso era de 100 dólares de entonces.

¿Qué cosas no se hicieron y que pudieron haber mitigado la represión?

Si no se ha vivido algo así es muy difícil preparar algo, porque no se podía prever ni en lo humano ni en lo político, ni en lo social una situación así de extrema. Hubo gente que se preparó militarmente, aprendió a manejar un arma, pero eso no se vio ni se sintió, salvo casos muy aislados.

Ni siquiera el repliegue, asilarse en embajadas o esconderse, era algo que haya tenido procedimientos muy pensados. Ahora, no sé si eso hubiese sido lo más apropiado. La gente del Partido Comunista, que era la más preparada, no se replegó, y sobrellevó mejor los primeros días, porque mantuvieron sus redes pudiendo conocer en mejor grado lo que pasaba para ayudarse, moverse y evitar detenciones.
¿Por qué se quedó en Chile durante el periodo más duro de la represión?

Yo estuve en el país hasta 1981, y partí al exilio a México sólo luego de mi detención, porque ya no era posible seguir acá. Pero antes de esa experiencia, tenía la convicción de que mi deber era estar en Chile y participar de la resistencia, que en ningún caso se pensó en ese tiempo que podía ser armada. Se trataba de acabar con la dictadura a través de la generación de una marea democrática y civil. Era muy difícil esa tarea, porque eran más los retrocesos que los avances, pero aún así logramos reconstruir redes a nivel del país y organizar grupos con alguna capacidad de oposición.

También era importante reflexionar sobre las causas de nuestra derrota y analizar los errores cometidos. Así pudimos llegar –por ejemplo– a la conclusión de que era inapropiado imponer un gran cambio sin suficiente fuerza social, cultural y política, incluso antes de que la Renovación Socialista adhiriera a esa tesis. Leímos y escribimos bastante en ese tiempo, pero lamentablemente no sé el paradero de esos documentos, porque era muy riesgoso tenerlos, por lo que debieron ser destruidos por nosotros mismos para evitar que cayeran en manos primero de la DINA (Dirección Nacional de Inteligencia) y después de la CNI (Central Nacional de Informaciones). Por ejemplo, muchos de nosotros narramos nuestras historias de vida, abordando quiénes nos influyeron y las experiencias sobre la dictadura y la UP para compartirlas y reflexionar, pero ya no están los escritos. Tuvimos que botarlos.
¿Cómo se convivía con el miedo?

Fue de un gran desgaste y siento que es imposible de transmitir la sensación a quien no ha vivido algo parecido. Por ejemplo, una noche trabajábamos en la casa de un amigo, y de pronto sentimos que allanaban. Nos escondimos toda la noche sin saber si era en donde estábamos o la casa del lado. La sensación en ese silencio e incertidumbre me es muy difícil de explicar. Al final no nos buscaban a nosotros, pero pasamos una noche sin dormir con la expectativa de terminar muertos. El pánico de esa situación creo que es intransmisible.

¿De dónde se sacaba la fuerza para persistir y no renunciar?

En parte me quedé en Chile porque sentí que era mi deber ético por mucha gente que murió, como Patricio Vergara y muchos otros. No era llegar y decir “yo me voy”. Claro, cuando estaba detenido o en el exilio me cuestionaba el haberlo hecho, por los riesgos que había tomado, pero en definitiva fue una opción que respeté siempre y no me arrepiento, aunque ahora veo que también había una relativa inconciencia. En eso influyó mucho mi formación de izquierda y cristiana, con su sentido de responsabilidad y de misión, y la opción de pareja que tomamos con mi mujer (Gloria Cruz).

De todos modos no siempre todo era negro. Se obtenía también satisfacción de en la dinámica que generábamos para infundirnos energía para sobrevivir, y mantener estructuras mínimas de organización y ciertos valores. De este modo alcanzar pequeños objetivos era satisfactorio, aunque siempre eran precarios, como que resultara una reunión a la que todos pudieran llegar.
Construimos una cultura de sobrevivencia muy fuerte, en la que las alegrías estaban en los logros más primarios. Por ejemplo, cuando estaba detenido por la CNI en el Cuartel de Barros Borgoño, encontraba gratificaciones en las noches en que me quedaban más sueltas las esposas o si me tocaba el pedazo de carne que había en la sopa que nos daban. Para mi el gran fetiche de esa época era lograr una conversación en la calle, porque tenía muy pocas, pues estaba clandestino y no usaba mi nombre, sino chapas como “Patricio” o “Mauro”.

EL 11 DE SEPTIEMBRE HOY
¿Qué significados tiene el 11 de septiembre de 1973?

Fue un corte en la vida más íntima, en lo cotidiano, en lo político. Un quiebre total, en realidad. También se acabó un ciclo en la historia de este país. Por eso se sigue conmemorado a través de distintos actos en los que se aprovecha de recordar a quienes cayeron. Es una fecha de reflexión y de sentimiento, en la que en lo personal busco generar instancias para ello, en la Cámara o en La Florida. Por eso ahora me molesta mucho cuando transforman la fecha en una ocasión para el vandalismo.

Es también un hito que dejó una huella muy a fondo en toda una generación.

Para las elecciones municipales de diciembre van a poder votar por primera vez electores que no nacieron ni en dictadura ni en la época anterior ¿Cómo ve el tema de la memoria respecto del 11 se septiembre en las nuevas generaciones?

El 11 de septiembre es parte del proceso de aprendizaje de nuestro pueblo. Sin duda quienes lo vivimos lo vamos a ver de manera distinta que quienes no lo vivieron, pero ellos comprenderán que esto forma parte de su historia. Depende de nosotros el lograr transmitir nuestras reflexiones, sin amargura, pero sí con la intención de que se convierta en aprendizaje.
Me gustaría que el 11 sea visto como el quiebre de la democracia en el que los chilenos no fuimos capaces de entendernos y mediante el que se llegó a una situación en la que no podíamos convivir. De eso se desprende una serie de lecciones que permiten evitar que esto se repita. Desde ser muy claros para rechazar la brutalidad alcanzada en esos años, hasta la inconveniencia de hacer grandes cambios sin grandes movimientos mayoritarios.

Entiendo que haya mayor distancia emocional en otras personas, pero me preocupa la indiferencia, no sólo con quienes son muy jóvenes. Por ejemplo, en una misión de la Cámara de Diputados en la que viajamos a Autzwitz, uno de quienes iban en el grupo se puso a echar tallas en una de las celdas del campo de concentración. Me indigné y tuve que salir para contenerme. Esa indignación en parte era por comprobar la indolencia de algunos frente al tema y por otra porque me afectaba en lo personal, porque esa celda era idéntica a la que a mi me tocó mientras estuve detenido, pues responden ambas celdas a un modelo pensado para la tortura y la degradación humana. O sea, siento que en la UDI –por ejemplo– no hay ninguna conciencia de que el bloque político en el que participaron propició atrocidades como las del mismo Autzwitz. No se les ha escuchado ni una palabra de arrepentimiento. Nunca. Eso es grave.

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“Machuca”, el cura Wheallan y Juan Maino

A penas estuvo en cartelera “Machuca”, la última película de Andrés Word, Carlos Montes compró las entradas para verla. El apuro era porque había algo especial en ese filme que retrató en general los anhelos de la generación que vivió la UP, y en particular, las vivencias de la comunidad de estudiantes y ex estudiantes del colegio Saint George.

Montes estudió ahí, y aunque ya estaba fuera del colegio para el Golpe –por lo que no conoció directamente la experiencia de traer niños pobres a las aulas de uno de los mejores colegios de Santiago– reconoce el espíritu que quiso transmitir el rector del Saint George, el padre norteamericano Gerardo Wheallan.

Dos recuerdos se le vinieron a la memoria a propósito del filme. El primero, la inocencia de su propio hijo, muy niño en 1973, quien asoció con pescaditos las bombas que vio caer sobre las antenas de Radio Corporación. Y el segundo, la pérdida de un compañero de colegio, correligionario y amigo cercano, Juan Maino, quien fue secuestrado en 1976, y torturado, asesinado, y su cuerpo quemado y tirado al río en Colonia Dignidad.
A propósito de “Machuca” ¿qué reflexiones le surgen acerca de la formación que recibió cuando joven?

La experiencia que retrata la película fue producto del natural desarrollo del proyecto educativo del padre Wheallan, a quien recordé con mucho afecto.

También esa integración forzada que impuso el rector del colegio es reflejo de lo que se quería hacer con el país, buscando alcanzar objetivos a un paso más rápido del que se podía seguir. Pero, esa experiencia también muestra la necesidad de hacer transformaciones, porque caminábamos hacia ser una sociedad más integrada y justa.

Una de las consecuencias del Golpe fue acabar con ese proceso histórico, y eso se ve en la formación que muchos reciben en colegios católicos de elite, ligados al Opus Dei o los Legionarios de Cristo que propugnan segregar aún más la sociedad, generando jóvenes que viven en un submundo que no tiene nada que ver con Chile, del que se dan cuenta después participando en proyectos como “Un techo para Chile”.

Eso también pasa de una manera similar, menos exagerada seguramente, en el contexto general del sistema educativo que tenemos hoy, y que es producto del Golpe, la dictadura, pero también de los errores de la Concertación que –pese lo mucho que ha hecho en educación– no ha logrado realizar cambios indispensables para fortalecer una educación pública integradora.
¿Cómo lo ayudo la formación que recibió en el Saint George en los momentos más difíciles?
Recién hablé del sentido de misión que me transmitió mi formación cristiana, pero tengo la impresión que su ayuda fue un poco más concreta. Cuando estuve detenido, la congregación Holly Cross –a la que pertenece el colegio– era parte del Consejo de Seguridad de Estados Unidos ese año de 1981, por lo que tengo la sospecha que a ese nivel se trató mi caso, por lo que bien podría ser que gracias a las gestiones de Wheallan este vivo hoy.


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