Páginas

domingo, 28 de junio de 2009

Episcolario: escribir






Estimado,

Creo que estoy en condiciones de responder tu carta, sólo después de una larga cuarentena que decidí darle a esto de tecletear, al menos con propósitos menos instrumentales que los del oficio al que finalmente he vuelto, pese a todas mis invectivas.

Sí, volví a la periodistez, lo que comportó en lo inmediato el uso intensivo de las palabras y un cambio sustantivo en mi relación con ellas, a las que he tenido que someter a rutinas y esquemas, con el propósito de alcanzar estándares de producción industrial. Así, el escribir se me ha vuelto un ejercicio mecánico en el que abundan fórmulas tales como “si bien es cierto”, “tanto, en cuanto, como”, “de tal manera o de este modo” y todas esas expresiones que salen de una caja de herramientas diseñada para narrar sucesos que por muy novedosos que sean, responden a una pauta preestablecida desde tiempos remotos. Si hasta me imagino a los heraldos del imperio romano contanto los pormenores de la batalla en que Julio César derrotó a Pompeyo, tal y como lo hago yo con el tema del ingreso de Cuba a la OEA. Por eso, temía y temo que este retorno a japines resulte en ese tenor.

Lo peor de todo es que no supe cómo ni cuándo pasó, pues no logro identificar el momento mismo de la vuelta al oficio con la circunstancia exacta de sentarme por primera vez frente a un computador desconocido para producir lo que se me ha encomendado y por lo que se me paga. Supongo que tengo esa sensación porque ya estaba en la periodistez desde antes, pues de cierta manera el haber fundado El Citizen y haberle conferido una lógica medial fue un suceso que de manera oblicua e imperceptible me fue arrastrando hasta el punto actual, en el que las palabras componen mi tiempo y economía.

El tránsito fue imperceptible, porque en el afán de cumplir con la promesa esa de ser una “revista diaria”, que ahora no sé como sostener, el blog adquirió una marcha y cadencia ajena a mi propia voluntad, lo que me ha inducido una locuacidad falsa, en el sentido que no responde a mi ritmo interior ni al flujo y reflujo natural que emana de la relación entre lo sensible y lo fáctico, sino que a las expectativas de un respetable público que se ha acostumbrado a degustar palabrejas a diario. Claro, tuve la astucia de envolver a los lectores y convencerlos de escribir, lo que me alivia bastante, pero aún así, la labor propia de editor no quita que el universo de lo expresado esté volcado hacia un afuera que veía lejano, por la fantasía de haber creído alcanzar una distancia suficiente de lo banal y lo prosaico, aspectos que inevitablemente aparecen con porte alto al tratar la realidad que buscamos ironizar.

El resto de la historia es justamente banal y prosaica: necesitaba plata, me ofrecieron algo bueno, dije sí y ni sentí ni me cobré el renuncio, porque, como ya dije, estaba en la periodistez de antes, aunque no haya tenido conciencia de ello.

No digo que trabajar de periodista sea malo ni estoy renegando de El Citizen, sino constato cómo de pronto el escribir se me volvió un instrumento antes que un sentido, lo que me lleva a entender porque cada vez que escribo privilegio la síntesis por sobre cualquier otra virtud. Yendo al mismo blog, en un principio, tal vez porque la novedad es un aliciente para el entusiasmo, me salían palabras burbujeantes y centelleantes, porque estaban compenetradas con el propósito de crear sentidos, atmósferas y misterios de algún modo análogos a las conversaciones de cafetín y bares –cuyo máximo éxito, a mi juicio, ha sido el de la recreación, en sus dos acepciones, tanto esa que se asocia con el placer del ocio, como esa que permite traer de vuelta al presente lo que había quedado anclado en el pasado– pero que, con el correr de los días, el imperio de la realidad con todo su gris y su obcecada redundancia, fue minando el regusto puro del decir y al final todo declinó irremisiblemente hacia un decir para constatar, lo que implicó el advenimiento de la síntesis y el rehuir a la instancia ésta de estar diciendo estas cosas tan fuera de toda plaza o foro, pero al final más necesarias.

Si no se entiende, sea por la atrofia consecuente del desuso de este nivel de expresión, o por otras causas aún más graves, te pongo el ejemplo de Piñera en El Citizen. Después de darle dos, tres, cuatro, diez veces, la décimo primera resultó fome, pero igual hay que darle, tal como hice cuando salió la CEP, circunstancia en la que reaccioné usando un título, una foto y una pequeñísima lectura y nada más. Al final, esa simpleza dio pie para una discusión que ya va en un récord de más de cincuenta comentarios, pero eso se lo debo a la inercia causada por el trabajo previo de tratar de hacer parecer al blog una caja de sorpresas (si hasta cambio de diseño hubo), pero ya veo cuando los lectores se percaten de mis truquillos de ahorro de conceptos y tiempo, como las encuestas, y quede al desnudo el descolor de todas las bengalas que he tirado para obtener y mantener un promedio de cuarenta lectores diarios y los temas se conviertan en un chicle aburrido de mascar y capaz de llevarte al bruxismo.

Tal vez todo esto provenga del simple pero soberano cansancio, pues los últimos dos meses tuve que volver al ritmo inhumano de trabajo de todos los mortales, lo que me ha restado ánimo para escribir a gusto, más aún si la actividad productiva obligatoria ha sido precisamente escribir. En fin, es como le pasaba a un colega periodista deportivo que se lamentaba por su oficio, pues éste significaba la conculcación del placer de dos de las cosas para él más caras: el escribir y el fútbol, lo que en la práctica es igual a la transformación de un sueño en pesadilla, gracias a la inefable varita mágica del trabajo, que todo lo que toca lo convierte en mierda.

En todo caso, El Citizen tiene la gracia de que ya no depende tanto de mí, sino de los lectores y los corresponsales, y cada cierto tiempo suceden cosas que permiten renovar mi ánimo. Por ejemplo, los cuentos de la manfinfla, concurso que hice sin fé en que llegaran aportes, pero ya han llegado tres narraciones y espero que lleguen al menos tres más. La gracia es que fueron los propios lectores quienes lo sugirieron, y ahí va la iniciativa por su curso propio. Al menos el concurso apunta a algo menos zarrapastroso y propio que andar revisando la prensa diaria para reirse de lo que a esta altura ya da pena.

También te he notado poco prolífico, y supongo que eso se debe a que el escribir es en alguna medida un sucedáneo a vivir, y tal vez te encuentres justamente viviendo algo con la intensidad suficiente como para no tener tiempo ni ánimo para recurrir a subterfugios. Tal vez te haya dado por sacar tu novela de la lista de los pendientes, y en tal caso, cuenta en qué va eso.

Un abrazo