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jueves, 23 de octubre de 2008

Entrevista a Jorge Insunza

Esta es la otra entrevista que hice para el especial del 11:

Ex diputado Jorge Insunza (PC):

“La traición de Pinochet hizo imposible resistir el Golpe”

El ex parlamentario y actual dirigente comunista recordó junto a Ercilla su participación política en los tiempos de crisis entorno al Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Según él, los altos grados de brutalidad respondieron en parte a la necesidad de aplastar una tenaz voluntad de resistencia por parte de los trabajadores.

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Jorge Insunza Becker es uno de los dirigentes históricos del Partido Comunista (PC) y como tal tuvo una destacada participación política durante el Gobierno de la Unidad Popular (UP) –fue diputado por O’Higgins y Santiago en ese periodo– y en el proceso de recomposición de su partido en el Chile dictatorial.

Como dirigente de primera línea del PC, fue testigo privilegiado y parte de los análisis que hizo su colectividad en vísperas del Golpe y del proceso mediante el cual la izquierda chilena trató de oponerse al régimen militar. Hoy cumple funciones como encargado del área Trabajo de su partido, y compone aquel sector que busca acuerdos políticos más amplios para evitar la exclusión que de facto le impone el sistema binominal al PC.

¿Cuándo avizoró que el Golpe de Estado estaba en ciernes?

El riesgo de un Golpe estuvo presente prácticamente desde el día de la victoria de la UP en la elección presidencial. En la noche del 4 de septiembre, Allende hizo un discurso en el que dijo que conquistar la Presidencia había sido una tarea difícil, pero que lo sería también la permanencia y el cumplir los compromisos adquiridos a través del programa de Gobierno de la UP, por lo que había que estar preparado para las más diversas eventualidades. 50 días después, estas prevenciones se corroboraron con el asesinato del Comandante en Jefe del Ejército, René Shneider, acto que estaba directamente vinculado a la Casa Blanca, a instancias de Agustín Edwards, quien viajó a pedirle al Presidente norteamericano Richard Nixon la inmediata organización del Golpe.

En consideración a esas amenazas ¿Cuál fue su análisis?

Teníamos claridad en que no había que dar pretexto alguno para un Golpe. Sin embargo, eso también implicó mantener una posición hasta permisiva con la actividad ilegal de desestabilización emprendida por la derecha y después incluso por la Democracia Cristiana (DC). Pocos en Chile recuerdan, porque se busca ocultarlo, que durante 1973 –en el periodo posterior al llamado Tancazo– se realizaban atentados terroristas a un ritmo de 10 a 15 por día.
Sin embargo, esas acciones eran ejecutadas principalmente por civiles, y sin las Fuerzas Armadas era muy difícil que llegaran a derrocar al Gobierno.

Sí, pero hay que considerar la organización de esos grupos –como Patria y Libertad– contaban con la connivencia de militares, que los adiestraban y facilitaban recursos, y con la colaboración –además– de agentes de seguridad norteamericanos infiltrados. El mismo Tancazo fue la alarma que indicaba que se aceleraba el Golpe, y que los sectores más reaccionarios –civiles y militares– estaban actuando concertadamente.

¿Cómo evaluó en su momento el rol del Comandante en Jefe del Ejército, Carlos Prats y otros militares constitucionalistas, en la contención de las fuerzas golpistas al interior del Ejército?

Desde el principio existió un núcleo de militares constitucionalistas que respaldaba y protegía los procesos de cambio que respondían a la voluntad democrática. Esa fue la concepción de Schneider con la que Prats siguió trabajando. De otro modo no se habría evitado una participación más sistémica por parte de los militares.

¿Supo si Prats realizó suficientes esfuerzos por conocer y controlar a los militares golpistas?
No sabría responder. Prats era un constitucionalista sólido, pero al mismo tiempo tenía una gran adhesión a su institución, por lo que toda la acción de inteligencia que pudo desarrollar no la intercambió con los partidos que sostenían a la UP. Sin embargo, cuando las intervenciones reaccionarias de militares eran evidentes, Prats no tuvo nunca una vacilación en aplicar las normas legales. En eso el general Augusto Pinochet también fue muy resuelto, lo que le valió aparecer como una de las figuras más relevantes en evitar el Golpe. Ahora, esos grados de hipocresía fueron probablemente muy altos por la presión que el Alto Mando ejercía.

¿Hasta qué punto era posible contar con el la neutralidad de las Fuerzas Armadas, considerando la magnitud y naturaleza de los cambios que se querían realizar?

Nosotros estábamos convencidos que podíamos emprender grandes transformaciones en los marcos de la institucionalidad vigente, lo que era visto como legítimo por las Fuerzas Armadas. Sabíamos que ésta institucionalidad era estrecha, pero confiábamos en que los mismos cambios irían generando la fuerza política suficiente como para ir cambiando la institucionalidad –desde ella misma y por la vía democrática– para que cupiera el tipo de vida social que planteábamos al país.

En eso había altos grados de inocencia e ilusión, por lo que me parece obligatorio que nosotros asumamos la responsabilidad por un optimismo injustificado en el compartimiento de las Fuerzas Armadas.

Nosotros debimos actuar por nuestra cuenta para impedir que las acciones subversivas de la derecha lograran la descomposición del clima político y social, pues esas tensiones facilitaban incluso la confusión de sectores democráticos respecto del carácter mismo y los propósitos del Gobierno, lo que crispó también a los militares.

EL ACTUAR DEL PC

¿Cómo actuó a nivel político usted y su partido frente a ese problema de seguridad?

Frente a la evidencia que mostraba que el Golpe se precipitaba, nuestra actitud fue la de entregar un pleno respaldo a las iniciativas del Presidente Salvador Allende, encaminadas a encontrar vías institucionales para resolver la crisis. Como es conocido, Allende el día 11 de septiembre a las 11 de la mañana iba a pronunciar un discurso en la Universidad Técnica del Estado en el que plantearía al país la necesidad de un plebiscito acerca de 4 ó 5 puntos centrales. Eso implicaba incluso el riesgo de perder, generándose la obligación de la renuncia del Presidente, lo que estaba asumido así, porque Allende era un demócrata y republicano consecuente. En eso el PC lo apoyó resueltamente, pero no hubo una unanimidad al interior de la UP.

No tengo dudas de que uno de los factores que impidió el éxito del proceso fue que al interior de la coalición de Gobierno existían dos concepciones políticas que persistentemente se contraponían, estando en cuestión si era posible o no conducir un proceso revolucionario a través de la institucionalidad legal, esto es, sin llegar a una confrontación que implicara el uso de las armas.

¿Había un plan de contingencia para enfrentar la eventualidad del Golpe?

Sí. Desde que entendimos que la reacción buscó hacer de la violencia un componente constante de la lucha política, nosotros nos preparamos para contrarrestar ese tipo de acciones. Hubo adiestramiento de centenares –e incluso miles– de compañeros, creamos grupos de autodefensa en varias de las empresas, se generaron sistemas de información y control para evitar atentados que afectaran la producción, etcétera.

De hecho, toda esa organización estaba en pie antes del Golpe. Por ejemplo, yo fui diputado por O’Higgins, donde está el mineral de El Teniente, y ahí creamos con los trabajadores grupos de resguardo de todos los procesos claves de la producción para evitar atentados que implicasen la paralización de la empresa. Hubo que confrontarse con un grupos sindicales democratacristianos que realizaron huelgas que implicaron mermas significativas, las que –por cierto– estaban vinculadas a atentados.

Lo anterior ejemplifica bien el nivel de confabulación contra la UP. Basta recordar a Nixon, quien dijo desde el primer día “hay que hacer bramar la economía chilena”, y –¡carajo!– desgraciadamente lo consiguió en una gran medida.

En cuanto al Golpe mismo, la noche anterior hicimos una reunión del Comité Central del Partido, y tomamos medidas de protección ante esa eventualidad. Decidimos hacer una declaración en nuestro diario “El Siglo” –que no alcanzó a circular– cuya portada decía “todos a sus puestos de combate”, explicitando así la tensión del momento y dando orientaciones acerca de la resistencia que nos habíamos planteado, cuya base fue la acción de los trabajadores organizados, quienes debían permanecer en sus empresas, para desde ahí crear las condiciones de defensa que permitieran la acción de al menos una parte de las Fuerzas Armadas que se mantuvieran leales.

Sin embargo, eso no sucedió…

No, porque la traición de Pinochet significó la configuración de un cuadro totalmente diferente al previsto.

Lo que pasó y no vimos, fue que Pinochet se instaló en la dirección legal del Ejército, sobre la base de una operación sucia en la que se puso al general Prats en una circunstancia en que se le hacía insoportable continuar, por lo que presentó su renuncia unos cuantos días antes del Golpe. Además, hubo otros cuatro generales constitucionalistas –que al parece conocían mejor a Pinochet– que resolvieron salir del Ejército junto con Prats, lo que debilitó aún más posición leal en las Fueras Armadas.

Cuando Pinochet concretó su traición y se unió a la Armada, generó una correlación de fuerzas en el terreno militar abrumadoramente dispar, propiciando la imposibilidad de que sectores del Ejército mantuvieran una postura constitucional. Con eso –más el peso de la adhesión popular al Gobierno– habría sido posible evitar la asonada golpista.

Ante esa situación, tuvimos que desactivar la defensa de las industrias por parte de los trabajadores, ante el riesgo cierto de una masacre. Allende se dio cuenta y –si se presta atención a su último discurso– él llamó a los trabajadores a resistir, pero no al punto de dejarse inmolar, pues sabía ya de la traición de Pinochet.

¿A qué atribuye los grados de violencia alcanzados por las Fuerzas Armadas?

En mi opinión, eso está en directa proporción con el peso, la fuerza y la ascendencia que la UP tenía en el pueblo. Esa adhesión era muy grande –pese a lo que se ha afirmado– por lo que se les hizo necesario tomar la resolución de aplastar a los dirigentes de izquierda en un proceso brutal, para destruir las capacidades de resistencia que desde la clandestinidad podían hacerse muy fuertes. De otro modo les habría sido muy difícil instalar el tipo de Gobierno que finalmente se instaló.

Entonces la brutalidad está determinada no sólo por la vesania de tipos como Manuel Contreras o Moren Brito, sino porque también estaban enfrentados a gente que no se rendía, y que pese a todo mantuvo la resistencia.

LA CLANDESTINIDAD

¿Cómo fue esa resistencia?

En 6 ó 7 días reestablecimos las estructuras del partido, empezamos a coordinarnos y muy rápidamente logramos generar un cuerpo de dirección central que encabezó Víctor Díaz.
Trabajamos permanentemente durante dos años y recuperar y fortalecer las organizaciones sociales, tales como los sindicatos, las organizaciones vecinales o las estructuras en el mundo campesino. También elaboramos dispositivos de seguridad, para –por ejemplo– traer a Santiago a compañeros de regiones, porque ahí iban a caer como moscas, y establecimos grupos de defensa ante los abusos contra los trabajadores, etcétera. Es decir, restituimos nuestra vida política, con las limitaciones naturales impuestas por la dictadura. Por ejemplo, antes del 30 de septiembre de 1973 comenzamos a editar el periódico “Unidad Antifascista”, que yo mismo dirigí.

¿Qué determinó su salida del país?

Muy tempranamente logramos reestablecer orgánicas con un grupo que permaneció en Chile del Partido Socialista (PS) compuesto por el diputado Carlos Lorca, Exequiel Ponce, un dirigente sindical, y un muchacho bastante joven, Ricardo Lagos Salinas, estando yo a cargo de tener un contacto directo con ellos. De este modo, cuando cayeron se asumió de manera muy legítima que me tenía que ir, pues eso podía tocar la seguridad del Partido.

En definitiva, en el año de 1975 yo vivía en calle Lord Cochrane en un edificio a dos cuadras y media debajo de 10 de julio, y alguien me vio caminando por esa calle. Me reconocieron la manera de andar, según supimos después. Eso provocó un allanamiento desde la Alameda hasta 10 de julio, o sea justo fuera de donde vivía.

¿Fueron infiltrados o detectados?

Infiltrados no, pero detectados sí. Tenemos una cantidad de desaparecidos que son sin excepción cuadros dirigentes que fueron detectados, torturados y asesinados. En el caso de la dirección original de la que yo formé parte nos salvamos sólo 3: Inés Cornejo, Américo Zorrilla y yo. En cambio, Mario Zamorano, Rafael Cortés, Uldarico Donaire, Víctor Díaz, Jorge Muñoz –el compañero de Gladys Marín– y otros, todos cayeron, principalmente en calle Conferencia, que era una de nuestras casas de reunión donde estuve muchas veces, pero en ese momento, yo ya estaba fuera de Chile.

¿Cuáles fueron sus sentimientos?

El conocimiento que día a día teníamos de que habían asesinado a éste o este otro compañero, para mi era de un dolor tremendo, pero sin una sombra de pretensión, diría que me infundían una determinación aún mayor para seguir haciendo todo lo posible para que ese sufrimiento fuera corto. Se ve que no lo conseguí tan rápidamente.

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De diputado a clandestino

Hasta el 11 de septiembre Jorge Insunza era un diputado bastante conocido dadas sus funciones como alto dirigente del PC, por las cuales le tocó aparecer con cierta frecuencia en televisión. En los días, posteriores una de sus máximas preocupaciones fueron no parecerse a sí mismo, para no ser reconocido y capturado, por lo que cambió su aspecto. “Yo era muy circunspecto y encontré un contacto con un amigo que era hermano del dueño de la tienda Palta, que era la que llevaba el último grito de la moda en ese tiempo, y como yo vestía muy formal, comencé a usar pantalones pata de elefante, por ejemplo, chaquetilla”, rememora.

¿Cómo vivió el mismo día del Golpe?

Con las primeras informaciones partí de inmediato a visitar las empresas del cordón industrial de Macul para llamar a los trabajadores a no perder la calma y mantenerse en sus puestos de trabajo. Al salir un tiro de escopeta de un calibre no muy alto cayó muy cerca de mi compañera y comenzamos así el día.

Cuando avisaron el toque de queda, partí a la casa de seguridad que tenía asignada, pero alrededor de la 1:30 de la tarde salió el bando que ordenaba presentarse ante el Ministerio de Defensa a los altos dirigentes de la UP, entre los que estaba yo, lo que generó mucha incertidumbre.

Para ver qué hacer, llamé a un contacto que hizo un trabajo muy serio de información, y él me dijo “ten cuidado, estoy detectado, Allende murió, corta”. Creo que fui de los primeros que supo que Allende había muerto. Entonces, la madre de la dueña de casa sufrió un ataque de pánico con gritos y llantos, por lo que decidí salir de inmediato, porque el toque de queda era a las 3:00.

DONDE BALMES Y LA DESIDERIA

¿Qué hizo entonces?

Me fui a la casa del pintor Ricardo Mesa, quien me aceptó, pero llegó una persona nuevamente muy asustada y conmovida. Ahí, Ricardo me dijo que fuéramos a la casa de Balmes, porque él estaba en la ocupación del Bellas Artes. Nos recibió su padre, a quien le pregunté si me podía quedar y el dijo “por cierto, con todo gusto”, entonces pasé esa noche ahí y pude salir de ahí sólo al tercer día. En el intertanto, el padre de Balmes –quien había combatido por el Gobierno Republicano en la Guerra Civil española– su mujer y la mía me hicieron una transformación total, cambiándome la ropa y el pelo, consiguiéndome unos lentes planos. Hasta me depilaron las cejas.

Luego partí a la casa de una compañera –también de origen español– en Pedro de Valdivia Norte. Ella estaba en Buenos Aires y había dejado las llaves con la familia Balmes.

¿Se sentía seguro ahí?

No del todo. De hecho ahí ocurrió un hecho muy desgraciado que muestra hasta que punto el odio había descompuesto a la gente. Los vecinos sabían que la señora estaba fuera del país y vieron luces, y en el cuarto día, despertamos muy temprano atentos a lo que podía pasar. Me asomo por la ventana y reconozco parado frente a nosotros a un periodista, en una pose de espera. Me alarmé, y le planteé a mi mujer y a otro compañero con quien vivíamos, que lo mejor era salir de inmediato, porque ese tipo podía haber comunicado a los servicios de inteligencia que yo estaba ahí. Logramos salir y efectivamente allanaron una hora después. O sea, estoy vivo por la casualidad de haberme asomado por la ventana.

¿Qué otros riesgos enfrentó?

En general logré batirme sin grandes riesgos, pero corrí uno considerado un crimen de seguridad, que era vivir con mi compañera todo ese tiempo. En ese periodo ella esperaba familia y nació nuestro primer hijo. Estar juntos fue posible porque en ese tiempo vivimos acogidos en la casa de Ana González, la Desideria, quien tuvo un comportamiento de un coraje y una valentía tremenda.

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