Páginas

miércoles, 4 de marzo de 2009

La vida privada de los árboles (comentario)


Con el poco original afán de ponerme a hablar de literatura en tiempo estival, paso a comentar un libro que leí en la playa de Algarrobo. Es “La vida privada de los árboles”, una pequeña y delicada novela de Alejandro Zambra, el primer escritor chileno vivo que leo sin estar obligado.

De Zambra sólo sabía que era crítico y que de un momento a otro devino en un escritor con buena crítica. Los títulos de sus novelas, “Bonsái” y “La vida privada de los árboles”, también me hacían suponer que el autor exploraba lo íntimo, la observación delicada, lo que me produjo curiosidad y cierto temor a ensartarme en un relato aburrido, al estilo de un tratado para gozar ver cómo crece el pasto (algo que menos mal no pasó).


También me produjo curiosidad su año de su nacimiento (1975), el mismo de quien escribe, por saber en qué está la gente de mi edad, para ver si ando tan perdido (alguna vez me hicieron ver que la mía era la generación perdida, a medio camino entre ayer y mañana, sin ser hoy).

Para quien no la ha leído, la historia es simple. Un escritor (vaya, al parecer es una roman a clef), padrastro de una niña espera a la madre de ésta en la casa que vive este ya clásico grupo familiar, tan ñuñoíno por lo demás, a juzgar por las breves señas de identidad que deja la obra, como la Plaza Ñuñoa.

La novela –avisa Zambra– acabará cuando la mujer llegue. Entre medio, la narración discurre entre los cuentos que él protagonista cuenta a Daniela, su hijastra (la vida privada de los árboles o las conversaciones entre un álamo y un baobad –referencia a “El Principito”, de seguro– en un parque), las divagaciones hacia el pasado y el futuro emocional del núcleo familiar y homenajes pequeños y acertados a los referentes literarios de quien narra (en particular me sorprendió la cita a Otoko, un personaje femenino de una novela japonesa que leí hace relativamente poco y que me dejó por días con la sensación de bella melancolía de un haikú).


El resultado es la intromisión en una intimidad bella y vulnerable, que –sin embargo– no arrastra hacia el pudor o la lástima, sino hacia una atmósfera levemente ajena que se hace familiar al sentirse uno de a poco invitado. Se parece mucho a la sensación maravillosa de espiar por las ventanas de los vecinos y descubrir en ellos una humanidad plena, con su permiso, sin vouyerismo ni exhibicionismo, en un momento único y gratuito (salvo, claro está, por el precio del libro).

No hay comentarios: