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viernes, 27 de febrero de 2009

episcolario: señor cobranza

Andrés,

Me siento muy identificado con lo de convertirte en tu propia empresa de cobranza. Me ha pasado que me han pedido artículos para publicaciones en Chilistán y luego sencillamente se hacen los cuchos con la plata o bien te pagan el día del carajo. Como te imaginarás, una colaboración periodística es remunerada con tres chauchas, pero es precisamente porque se trata de una miseria de plata que me indigna que te traten de ver la cara. Uno habrá estudiado una carrera charcha, pero sigue siendo un profesional y tu trabajo tiene que ser remunerado. Esta es una de las cosas que no nos enseñaron en clases de ética. Mientras perdíamos calorías pensando si procedía o no aceptar una torta de regalo por parte de un entrevistado (lo peor de todo es que ésto no es un chistecito y como bien recordarás es un caso que se discutió en clases) obviábamos situaciones mucho más factibles de presentarse en tu vida profesional como que tu empleador te quiera pasar por la raja. Más rabia me da porque ni siquiera necesito esa plata y en general colaboro por gusto (gusto que, por cierto, se me está quitando). Pero, en fin, ese era el tipo de debates que proponían ciertos profesores que con suerte ejercieron como alumnos en práctica.

Una futura ley sobre periodismo debiera incluir la figura del periodista-agente de cobranzas, en que se te dieran atribuciones legales para hostigar a tu empleador cual financiera Atlas o casa comercial, imponiéndole intereses usureros por pagos atrasados so riesgo de terminar en Dicom. En un mundo ideal, el periodista-agente de cobranzas podría ir con un bate de béisbol y sacarle la chucha a los tipos hasta que te paguen, pero me conformo con los intereses usureros.

Un día de éstos, debiéramos organizar un seminario de ética periodística basado en las enseñanzas de nuestros ex - maestros. Podríamos dedicar un panel al caso de la torta y aderezar la discusión con una serie de otros dilemas profesionales: “¿Y qué tal si en vez de una torta el entrevistado me regala un jockey?”, “¿Y si el jockey tiene el logo de su compañía?”, “¿Qué tal si la entrevistada es rica y pone su mano en mi rodilla?”, etc.

Pasando a temas más agradables, tu idea de viajar me parece genial. No te voy a mentir ni negar que muchas veces echo de menos a Chilistán (especialmente desde la última vez que fui) pero también es cierto que el mundo es muy chico para que pases tu vida pegado a un pedazo de tierra. Viajar no es barato pero millones de personas emigran e inmigran en situaciones bastante más desesperadas que la de estar aburrido. Por lo demás, y en contraste con la situación de un inmigrante económico, siempre tienes la opción de volver a tu país. Asimismo, no tienes hijos y eres jov… perdón, quise decir “no tan viejo”.

Naturalmente, acá puedes quedarte todo el tiempo que quieras (pero si te pasas de dos meses puedo retirar lo dicho). Hablando en serio, ya lo hablé con la jefa y ciertamente serías bienvenido en D.C. por el tiempo que estimes pertinente. Debieras considerarlo con detención y en el peor de los casos darte el plazo de un año para volver, lo que no te va a hacer ni más pobre ni significativamente más viejo. Sobre este país podríamos hablar años, pero creo que vale la pena conocerlo.

La mini-vacación fue en Orlando (lugar que ciertamente no elegí yo y en el que me pasé todo octubre trabajando en las elecciones, por lo que lo odio doblemente) y más que cubano, está constituido por puertorriqueños pro-Demócratas y una buena dosis de colombianos pro-Uribe para compensar.

Hace años viví la vida del freelance y comparto parte de lo que describes. No tuve problemas de cobranzas porque trabajaba para gringos y británicos y los tipos me depositaban como reloj. Cualquier duda te la respondían de una y lo único que pedían a cambio es que tú también les mandaras los artículos a tiempo. Es decir, un sistema que no se da en Chilistán porque seguramente es considerado contrario al derecho del patrón de ignorar tus e-mails. El problema es lo que mencionas de trabajar y vivir en el mismo departamento y el hecho que para personas no tan disciplinadas como uno es difícil trabajar ordenadamente sin un horario fijo. Mi vida de freelance osciló entre dos polos. Primero vino la etapa en que todos los barsas asumían que como no trabajaba en un edificio con logotipo o una fábrica, podían llamarme a cualquier hora, dejarse caer o asumir que no tenía responsabilidad alguna y estaba disponible para tomar cerveza un miércoles en la tarde. Una vez superada esa situación, me fui al otro extremo, en que todo el mundo con que querías juntarte estaba ocupado y parecía que vivías en un huso horario distinto del de tus amistades. Es difícil llegar a un equilibrio en esas circunstancias, pero las cosas que ganas (tiempo libre, flexibilidad para trabajar a la hora que se te ocurra, pajas ilimitadas, etc.) son impagables y difíciles de recuperar una vez que el miedo a la inestabilidad te vence y comienzas tu vida de levantarte al sonido de la radio reloj, horarios de colación regimentados y regreso a tu casa a desplomarse en el sillón.

De tus resoluciones, los puntos tres y cuatro son los que más me gustaron. El cuatro, porque trato de cumplirlo lo más posible, al menos en lo que concierne a leer. El tres, porque es una aspiración frustrada y no encuentro ni se me ocurre un trabajo que cumpla los dos requisitos, hasta ahora mutuamente excluyentes, de: a) gustarme y b) que haya interés de contar con mis servicios.

La imagen de los viejos jubilados también me la habían comentado y sólo puedo decir que es certera. Lo mismo con lo de los viejos del Show de los Muppets, figura que a lo largo de los años han usado por lo menos dos otras personas para describir su relación conmigo. Será que nos potenciamos y sacamos lo peor del otro. Lo que sí me parece notable es que la comparación provenga nada menos que de… (redoble de tambores) MEMOLÍN.

Yo feliz que aporte al debate ya que, como habíamos comentado en privado, 1+1 es igual a 2 y 1+1+0 sigue siendo dos. Lo peor que puede pasar es que Memo siga fiel a su costumbre de no abrir la boca, no contestar los correos, no devolver las llamadas por teléfono y, cuando se digna a honrarnos con su presencia, interactuar preferentemente a través de la telepatía. Para mala suerte suya, ninguno de sus amigos es telépata así que sería bueno que escribiera algo. De todas formas, no me voy a aguantar la respiración esperándolo.

Un abrazo y estamos hablando, si no es con Memo, al menos contigo.

-GB.

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