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sábado, 14 de febrero de 2009

episcolario: pericos pal mundo

Don,

Me temo que la imagen de dos jubilados en la estación de trenes, alegando por todo y sacudiendo la chupalla cuando pasa una campirana se asemeja mucho al tono de nuestras últimas misivas. Ya me lo han dicho y he entrado en una profunda retrospectiva para saber a qué resorte psicológico responde esta lanzada de pericos tan inconducente.

Antes de entrar en ello, no puedo evitar comentar lo acertado de tus observaciones acerca de los métodos locales para subirse el pelo (el guión entre apellidos, especialmente). Sólo te faltó incluir a Marcos Henríquez-Ominami, quien representa -a mi juicio- el epítome de la integración de la "izquierda" a la oligarquía nacional y su súbita preocupación por los apellidos y la construcción de prosapias de nuevo cuño. En fin, supongo que el ridículo de la situación se agrava en sujetos como el mentado y otros similares, quienes componen una clase ascendente de Chilistán, a quienes yo llamo "la primera generación con la papa en la boca", parafraseando al adagio que refería a "la primera generación con zapatos", mediante la cual se sancionó en el siglo XX a los nuevos integrantes de las clases medias.

En fin, basta de comentarios clasistas.

Volviendo a las razones de -al menos- mi redoblada vociferación, identifico que aparece cuando aparece en mí un latente e indeterminado malestar conmigo mismo. No te podría decir de dónde proviene, pero supongo que es de cierta frustración. Lo raro es que no sé de qué, pues si al menos tuviera metas, podría achacarme por no acercarme a ellas, pero no es el caso. Tal vez, y más probablemente, se deba a un acto reflejo de vuelta a la adolescencia a través del cual mi psquis combate el irredargüible hecho de que ya estoy entrado en los treinta y -ante la dificultad de cambiar mi mundo- prefiero oponerme a él, tal y como hacía desde los quince.

Probablemente esto se deba al periódo de crisis en el que decidí entrar, al renunciar a mi pega estable, vivir de pololos bien rentados pero inseguros (me he tenido que transformar en mi propia empresa de cobranza), e intentar escribir como mi actividad principal (sin lograrlo, dígase al pasar).

Te cuento que en estos días de vacaciones, en los que -aparte de reventar mi línea de crédito- he llegado a ciertas decisiones:

Uno: descartar convertirme en un señor consultor de las comunicaciones. Podré ser un descreído y lograr tener ciertos grados de cinismo para sobrellevar mis escrúpulos, pero no me place ser un mercenario, ni menos un paraburócrata. Si vienen pololos en este registro, bien, pero no quiero que mi lápida diga que fui una mesalina de la palabra, además que cuando mejor lo paso en esta actividad es similar a cuando juego ajedrez.

Dos: descartar emplearme bajo la lógica de mejorar ingresos. Pese a la inestabilidad de mis ingresos (mi cuenta corriente parece montaña rusa) y el hecho de que ya no soporto trabajar y vivir en mi departamento, no quiero volver a cumplir horarios ni someterme a los caprichos de jefes. Ya me inoculé además del canto de sirena de mejores perspectivas y asumir más responsabilidades. Como excepción, sólo aceptaría un puesto de trabajo en algún lugar cuya "misión" sea loable y/o entretenida, como un eventual diario o revista con potencial para amagar el duopolio de El Mercurio y La Tercera.

Tres: aproximarme laboralmente a ámbitos entretendidos. Es decir, volver sobre mis gustos, que tienen que ver más con la historia, las artes, las letras y -en cierto modo, aunque sólo en cierto modo- con la política. Si bien esto suena a una condena económica, creo que es posible mantenerme en la clase media.

Cuatro: leer y escribir. Lo primero implica únicamente destinar tiempo. Lo segundo, aunque me cueste y reniegue de cada borrador, supongo que en algún momento llegará la epifanía y será más clara mi propia voz.

Cinco: tener una oficina, porque cada vez me es más difícil producir en el mismo lugar en que vivo, y se me mezcla el trabajo y la vida, perjudicándose notoriamente el primero.

Seis: viajar. Ayer desperté con la idea fija de irme unos meses a Estados Unidos. Por una parte quiero mejorar mi inglés. Si bien me comunico y entiendo, quiero dejar de ser un tarzán. Por otra, tengo familia en San Francisco, un primo regenta un restaurante allá donde podría pagarme el viaje, está mi padre y mi hermana en Nuevo México, quiero conocer bien Nueva York y me encantaría darme una vueltecita por Washington.

Mon ami, buenas vacaciones en Florida y a estamos a la espera de tus comentarios sobre Disney World, Miami Beach y la colonia cubana que da colorido al Estado (¿o es LA Florida, y debo pedirte hablar sobre la piscina La Araucana y el nuevo estadio mundialista?).

Salú

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