Chalo,
Menos mal que respondiste, porque ya me estaba figurando una situación similar a una escena de "Los Simpsons" donde Homero pregunta en tono ceremonioso "Marge ¿respetas mi inteligencia?" y Marge guarda un silencio largísimo, dudando si mentir o decir la verdad. Al final miente… En fin, mejor no seguir con la imagen, que no quiero asociarme a Homero, jajaja.
Lo que sí, te confieso que cada vez me es más difícil no hacer alusiones a la famosa serie. Es buenísima, pero además a la televisión chilistaní, canal 13 para ser más precisos, le ha dado por mandarse maratones diarias de cinco o seis capítulos de los que me cuesta escapar, resultando de ello una colonización total de mi humor y mundo de referencias. Es terrible y a veces siento que los simpsons se han convertido en una multinacional igual de monstruosa que microsoft –eso sí con el interfaz amable de google– pero en la industria de los chistes y el ingenio. Me suelo imaginar legiones de los más chistocillos de la clase poniendo marca registrada a todas las situaciones potencialmente hilarantes en un edificio corporativo de alguna ciudad taquilla de Estados Unidos. Esa imagen se me refuerza, luego al sintonizar el canal vecino (el 11), con la fomedad de "El club de la comedia". Mientras lo veo, me imagino a los "creativos" del programa nacional, viéndolas verdes buscando "la talla" en un caldo anodino compuesto por la actualidad, nuestra supuesta idiosincrasia (casi siempre ramplona y siempre burlesca), the clinic, los videos antiguos de plan zeta y las reglas tácitas de inocuidad de contenidos de nuestra TV. Mientras escribo, trato de recordar algún chiste que ejemplifique lo que te quiero decir, pero no lo logro (indefectiblemente me remonto a mi época humorística de cuarto medio). Supongo que así de memorable es el show.
Antes de proseguir, te comento que acepto no hablar de trabajo, pues creo que en nuestros correos anteriores ha quedado meridianamente clara nuestra postura al respecto, y además ya estoy de vacaciones, y no quiero arruinarlas con pensamientos obscenos. De hecho llevo un día en Algarrobo e inevitablemente me he puesto a fantasear acerca de cómo no tener que volver nunca más a Santiago, "la única ciudad chilena de clase mundial", según escuché a un petulante. Desde acá podría transformarme fácilmente en un escritor, pero temo bastante llegar a ser de ese modo en una especie de José Luis Rosasco del siglo XXI, con obras con títulos tales como "Te pondría en cuatro Constanza" o "Francisca, se me sale el corazón por el cierre", los que serían híbridos exactos entre la huella del referido escritor y las preocupaciones que me suscitaría su lectura (en el improbable caso de que algún día lo lea).
Te confieso que me hizo mella esa idea de revisitar literariamente la comuna de Ñuñoa. Creo que soy lo suficientemente apátrida como para retratar sin asco las pequeñeces de mi comuna de clase media media, con ínfulas ABC1, en la que todo lo bueno que tiene se va borrando en el afán de parecerse más a Las Condes. Y claro, la Plaza Ñuñoa sería el epicentro del drama de los conflictos de los ñuñoínos con la modernidad. Te pongo un ejemplo con el esbozo de una historia que se me ocurre de buenas a primeras: una hija de vecino suficientemente buena como para que se la quiera cepillar un futbolista de pronto aspira a ser modelo y comienza a frecuentar la Kamasú. El problema es que su padre es un exiliado que no tocó en la repartija de prebendas por poco claros escrúpulos éticos y políticos, pero principalmente por una total flaxitud de voluntad y espíritu emprendedor, larvada en los años que vivió del estado de bienestar, quien dice querer que su hija estudie leyes, pero que en verdad desea que viva en un Chile que irremisiblemente se va apagando (como la Ñuñoa de antes). Ella pololea con un jipi trasnochado y treintón –amigo de la familia– que sueña con un cupo para concejal por el partido socialista, mientras no deja un día sin escuchar "al final de este viaje" de Suicilvio Rodríguez. La pareja suele ir los fines de semana al Dante a tomarse un pitcher, luego de fumarse un pito en la cuneta. El problema comienza cuando conoce a una amiga –ñuñoína también, pero de otra cepa, pongámosle que hija de un comerciante, rutilantemente enriquecido en los noventa, lo suficientemente picante como para no querer cambiarse de comuna, tal cual Zalo Reyes en Conchalí– y se da cuenta de que su vida es una lata. Claramente ir a la piscina de su amiga es más entrete que chelear en el parque Juan XXIII y los amigos de ella, algunos con moto y casa en la playa, son mucho más minos que su old fashion pololo, a quien –de todos modos– sigue queriendo (la jugada clave de éste es una serenata en la que le canta "te amaré" del mismo cantautor). Bueno no sigo. La cosa es que de a poco se enfrentan los mundos y comienza el tironeo de la niña por lograr su pertenencia a uno u otro, con complots ridículos y –si la cosa se pone fome– con la intervención de la masonería y un productor de televisión obsesionado con el sexo.
En todo caso no descarto proseguir con el camino de una roman a clef, pese a que reconozco que ese derrotero corresponde al infantilismo literario. El protagonista de esta otra historia bien puede llamarse Gilberto Muñiz, un estudiante católico de la universidad católica, de prosapia cien por ciento DC y sin cuello, quien no llegó a cura a causa de las consecuencias de las sucesivas confesiones que realizó ante un reconocido, admirado y querido clérigo (tal vez el último con esas características en la historia patria), quien lo persuadió por años (incluso desde antes de tener vello púbico) de no correrse la paja por miedo a que su respetable instrumento le quedara puntudo y le hiciera daño a su futura mujer. En la universidad Muñiz conoce a Godofredo Baez y a Ambrosio Alameda, dos sujetos totalmente desaconsejables como amistades, por diversas pero igualmente potentes razones, pese a lo que se convierten en los preferidos por la abuelita de Muñiz. Pronto llegará Thomson, un personaje sin igual, absolutamente indescriptible, quien llevará a Muñiz a aventuras descabelladas en las que intervienen otros personajes de fábula (Titán y Betón) y, en las que nuestro héroe saldrá librado sólo por sus particulares socarronería y sarcasmo soterrados, los que nunca nadie se enteró, pues el tipo no habla sino lo mínimo, salvo cuando se encuentra con Baez y Alameda, quienes conocen sus más recónditos secretos, como las razones astrales de divina compensación que explican lo corto de su cogote.
Pasando a otro tema, te quería preguntar si verdaderamente deseas incluir en nuestra correspondencia el análisis político. Yo tengo mis dudas a causa de un acierto que hice al inicio del gobierno de la Presidenta, cuando afirmé que el candidato sería Frei. Mi análisis fue básico: tiene que ser por fuerza DC o sino se acaba la Concertación (lo que no calculé es que esa era una posibilidad concreta, pues creía que el poder y las prebendas siempre serían más fuertes) y que la Alvear y Zaldívar jamás alcanzarían una popularidad similar a la del tarro con más duraznos de cualquier reality show (incluido los de UCV TV, si los tuviera), por lo que el actual candidato caía de cajón. Eso como que me hace tener una indefinible adhesión a Frei. Reconozco que es por una vanidad que no puedo evitar (el mero hecho de achuntarle) y el vivísimo deseo de que no sea Piraña el Presidente. Además, se me ocurren mil maneras de hacerle anticampaña al abanderado de la derecha (en eso tenemos experiencia, baste recordar nuestra exitosa candidatura al centro de estudiantes, que revolucionó el Campus Oriente, si acaso eso es posible alguna vez), empezando por denunciar su macabra jugada de hacerse accionista –y lo que es peor: hincha– de Colo Colo, en circunstancias de que es genéticamente de la Católica. Sé positivamente que nadie puede ser considerado confiable si se cambia así de equipo, salvo los futbolistas, claro está. O sea, o el tipo no tiene ninguna lealtad por sus afectos o es un quintacolumnista profesional. No sé. Pienso que este aspecto además es trasvasijable a la política dura, como cuando se pasó de la DC a RN sólo por las posibilidades de un mayor protagonismo, en un acto despreciable de la astucia inescrupulosa que lo caracteriza (pero que por otra parte caracteriza también a buena parte de nuestro aspiracional país).
Por último, te comento que conocí a Torshe, pero no en las más felices circunstancias (más bien diría una simpsoniana circunstancia) en el que estábamos él y yo envueltos. Es algo que tiene que ver con trabajo por lo que no ahondaré, pues temo –como dices tú– ser googleado en mi contra, y así perder una de mis fuentes laborales, además de que ya dijimos stop al tema. Para no dejar hálito de mala leche, te diré que lo que me pasó con él no es en lo absoluto atribuible a su persona ni a su calidad profesional, sino a la más kafkiana de las situaciones en las que intervienen la burocracia, unos pinches consultores (él, yo y otros, por separado y semi en competencia) y el quehacer artístico nacional.
Ya me he extendido bastante así que nada, parabienes y cuando sientas que tu novela toma cuerpo, no dudes en mandármela, yo por mientras seguiré explorando en los proyectos literarios que acabo de hacer alusión.
Abrazos.
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