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martes, 3 de febrero de 2009

Episcolario, ñuñoa

Andrés,

Lo de la novela iba bien en 2007 hasta que empezaron las benditas elecciones en E.E.U.U. y fui reclutado para trabajar en ellas sin posibilidad de invocar incompatibilidad médica. La objeción de conciencia tampoco es viable cuando careces de una. Cuando veo que algo parecido comienza en Chilistán, con primarias entre un ex – Presidente hijo de un ex – Presidente (sugerencia para slogans: "Puedo hacer un mal gobierno… dos veces", "Si cree que mi primer gobierno fue malo, espérese un poco", "Me teñí el pelo y me saqué la corbata… Vote por Mí", etc.) y el único miembro del Partido Radical menor de 60 años, me vienen esos ataques de rabia tipo El Exorcista, en que la cabeza me gira en 360 grados, grito blasfemias en latín y le vomito la cara a un cura. Las otras opciones – el tipo que está dispuesto a ahogar a una guagua en una tina con tal de ser Presidente (no así a desprenderse de sus empresas) y los cuatro "extra parlamentarios" que preparan una estrategia para arrendar sus votos en la segunda vuelta y seguir siendo extra parlamentarios – tampoco me entusiasman.


Es cierto que todo el mundo cree que tiene algo que decir y que existe una audiencia ansiosa de escucharlo. En general, ese impulso es sublimado hablando inanidades pero algunos de nosotros, los más pretenciosos, las escribimos. Tengo un borrador de novela relativamente largo y llevo bastante tiempo diciendo que lo voy a retomar. Espero hacerlo este fin de semana. Cuando estime que es digno de leerse y a prueba de silencios incómodos, ten la seguridad que vas a ser una de las primeras víctimas. Por si acaso, acá va un adelanto: es la historia de un manuscrito de miles y miles de años de antigüedad, ocultado por una congregación religiosa de reprimidos sexuales dueña de la mitad de las empresas de Chilistán, y cómo un intrépido y buen mozo profesor universitario se une a una física nuclear de medidas anatómicas perfectas y juntos descubren el texto en cuestión. Las consecuencias son nefastas, porque al publicarlo revelan el secreto más recóndito de los templarios, pero al final todo se resuelve (todavía estoy trabajando en esa parte de la trama) y adviene una Nueva Era para la humanidad en que la prosperidad material es compartida y los chilistaníes dejan de ser tontos.


Sería muy cara de raja si te diera consejos sobre escribir. La única vez que mi nombre apareció publicado fue en la guía de teléfonos y lo hicieron sin mi permiso. No digo nada nuevo con ésto, pero todas las novelas, en especial las primerizas, tienen algo de roman a clef. La tendencia es aún más notoria en esta época en que todos se miran el ombligo y tienen blogs, Facebook, Flickr, etc. No sabes cuántos títulos aparecen cada semana en E.E.U.U. acerca de jóvenes ya no tan jóvenes en crisis porque no saben si seguir siendo adolescentes o cómo enfrentar el desafío de tener las bolas peludas y ganar un sueldo.


En lo que no estoy de acuerdo es en esa certidumbre de algunos escritores chilistaníes que la cotidianidad de las familias de apellido rancio es la preocupación central del país y que aún no se han publicado suficientes novelas sobre el grupo familiar aristócrata venido a menos y cómo su vida se compara con la de su servidumbre. Hay un artículo del escritor Pablo Torche que resume la situación perfectamente. Te recomiendo leerlo completo, pero este pasaje es decidor:


"Por un lado, están los discursos asociados al entorno del grupo dominante, que busca retratar, con una prosa superficial y anodina, los recursos y fisuras del mundo de la clase alta. No es la exaltación de este mundo, ya que muchas veces lo que se intenta es renegar de él, sino la presunción de que sus conflictos y debacle constituyen la principal problemática del país, lo que vuelve a esta literatura autorreferente, carente de originalidad y de fuerza".


Buena parte de las autoproclamadas y auto ungidas elites de Chilistán se aferran a la pigmentación de piel y un apellido (o dos, o bien dos apellidos charchas unidos por un guión) para legitimar su superioridad o al menos reservar su espacio en la página de la vida social. El problema radica en que al entrar a Chilistán se suspenden las reglas de la lógica e incluso de la física. Las minas malas pero con buen apellido pasan a ser deseables y las "elites" no son producto de una jerarquía que se explique por parámetro racional alguno. Un ejemplo más pedestre es lo que ocurre con la palabra "modelo", lo que antes llamábamos "promotora de supermercados del pasillo 4 del Agas" pero que hoy describe a una chiquilla poto loco dispuesta a triunfar cual "Sussi" y que se gasta la plata que gana en "desfiles" en discoteques marginales y formando partes de "teams" playeros, en teñirse el pelo y agrandarse las pechugas en Mendoza.


Te recuerdo que el último autor que escribió in extenso sobre Ñuñoa fue José Luis Rosasco, así que no vendría mal otra miradita a la comuna. Pese a que nunca viví en ella, me considero parcialmente ñuñoíno por la cantidad de plata de mi billetera que terminó en las cajas registradoras de la Plaza Ñuñoa y botillerías adyacentes. Para qué hablar de las multas, partes y fianzas que seguramente ayudaron a que su honorable fuerza policial organizara mejores fiestas de fin de año.


Todavía recuerdo con cariño la época previa al advenimiento de los "alcaldes eficientes" en que la Plaza Ñuñoa no tenía faroles y podías sentarte a tomar una cerveza de a litro sin que llegaran camionetas de colores a molestar. Ahora que los colegios siguen siendo igual de malos pero tienen Internet, la calle está llena de furgones municipales conducidos con tipos con menos autoridad que un alguacil del Mampato y ya no existen las botillerías de urgencia, lo único que quedan son las casas antiguas haciendo hora para que las demuelan. Todavía me acuerdo esa noche cerca de Las Lanzas en la Plaza Ñuñoa modernizada y Sabat-izada en que fuimos atacados por una decena de borrachos pastabaseados mientras el personal de seguridad ciudadana miraba desde su camioneta y cómo unos pacos cagados de susto también se negaron a intervenir. Cada vez que me pregunto porqué en Chilistán nunca han hecho un reality show al estilo "COPS", esa anécdota me da la respuesta.


Algo parecido sucedió en otras comunas en que los alcaldes hicieron plebiscitos populares con urnas a la salida de misa para decidir si las botillerías y bares debían cerrar más temprano. Naturalmente, el público que se opone al toque de queda no está en condiciones de levantarse temprano los fines de semana, por lo que ganó una "mayoría" pro cierre de todo los que tenga que ver con el rubro entretención, compuesta por viejas de mierda, jubilados y gente que se dedica a escribir cartas al diario. Las comunas de hoy son más ordenadas y hasta organizan ferias del libro y festivales de cine pero en las cosas que importan siguen igual de rascas. Es por eso que a nadie le preocupan cosas como que los niños de los colegios municipales de Chilistán apenas contestaron correctamente el 8% de las preguntas de la última PSU de matemáticas. Tal cual. El 8%. Es decir, 5,7 respuestas buenas de un total de 70. En otras palabras, los pendejos son más tontos que nunca pero por lo menos ya no toman en la calle.


En fin, que Chilistán siempre va a dar que hablar y no veo por qué Ñuñoa no pueda ser material para una novela. Si quisiera leer historias de gente que se cree parte de una aristocracia o una elite intelectual, prefiero comprarme un libro de autores nuevos como Keith Gessen o Benjamin Kunkel, ambientados en medios donde autoproclamarse de "elite" suena un poco menos ridículo. Al menos es mejor que seguir fomentando el voyerismo arribista tan típico de Chilistán, pajeándose con la vida de gente que estudió en colegios religiosos con nombres arcanos en que pagas para que un inadecuado sexual les llene la cabeza con supercherías de película de Charlton Heston. Chilistán es el único país de occidente donde la gente todavía cree que madrasas como el St. George y similares no sólo son garantías de buena educación, sino más encima van a hacer a tus hijos más inteligentes y rubios.


Es una lástima ver a tanto "colega" trabajando como maestro chasquilla del palabreo y yendo de pega en pega. Creo que siempre supimos que esa era la realidad y tal vez nuestra estadía prolongada en la universidad se explique por el deseo inconsciente de postergar lo inevitable. Por otro lado, el que fuéramos unos pajeros de mierda me parece una tesis más plausible. Más que el tipo de trabajo o para quién trabaje, me interesa trabajar poco. Es por eso que llego todos los días 15 minutos atrasado y, para compensar, me voy a la casa 15 minutos más temprano. Trabajar es un asco por donde lo mires y mi fórmula para elegir pega es "menos trabajo por más plata". La misión, los principios y la historia de la compañía me la pueden mandar por email y todos nos ahorramos la lata.


Ser buen empleado tiene tanta validez como las estrellitas que te ponía la tía del jardín infantil en el dorso de la mano. La gente que se "pone la camiseta" de la empresa o se levanta a trabajar por gusto es intrínsecamente despreciable. Es por eso que, más que la separación Iglesia-Estado, me gustaría ver una separación de empresas como D&S y Wal-Mart o por último que se separaran la "D" de la "S", a ver si por fin tenemos una cadena de supermercados menos chucheta, con 500 sindicatos de empleados de dos miembros cada uno y negociaciones colectivas en que los logros se miden por el tamaño del canasto de productos que le regalan a los trabajadores a fin de año.


Trabajar duro por una falsa sensación de autoestima es el equivalente a haber corrido toda la cancha y, cuando llegaste a la línea de fondo, tirar un centro como las huevas de malo. Nadie se va a acordar de tu ética de trabajo cuando vayas a tirar currículum para una pega de Viejo Pascuero en Falabella y te digan que vuelvas después de pascua. En mi opinión, la única diferencia entre estar empleado y desempleado es que en una te pagan por sacar la vuelta y en la otra no.


De hecho, te propongo que no hablemos más de trabajo. Me pagan por estar físicamente en una oficina ocho horas al día. Lo que pasa dentro de mi cabeza es cosa mía y si me quieren pagar por dedicarle tiempo mental al trabajo, eso vale extra. Es como poner un aviso en horario "prime". Para venir a la oficina, me visto con camisa y pantalón en vez de calzoncillos y camisetas manchadas con pizza. ¿Qué más quieren?

Volviendo a temas más agradables, yo digo que escribas algo de todas maneras. ¿Qué es lo peor que puede pasar?


Un abrazo,

GB.

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