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domingo, 18 de noviembre de 2007

Crónicas de un Lobo Estepario


Por Juan Carlos Santa Cruz desde Roma


Palabras Preliminares

En la medida que me lo vaya permitiendo la vida, mi estado de ánimo, esta ciudad y Andrés. Les haré llegar algunas palabras de mi paso por estas tierras, bajo el nombre “Crónicas de un Lobo Estepario”. Lo que se reune con el nombre de “crónicas”, no es muy distinto a lo que recogían los exploradores de fines del siglo XV y comienzos del XVI, simplemente desvaríos, anécdotas sin mayor trascendencia, prejuicios, obsesiones, visiones personales y experiencias particulares. Es decir, un poco de vida filtrada.


Capítulo 1°: Entre Asterix y la Carmela de San Rosendo

(6 de noviembre de 2007)

Con el cansancio a cuestas, como arrastrando el polvo de los miles de kilómetros recorridos, después de 23 horas (17 horas en el aire y 6 esperando en los aeropuertos de Santiago, Sao Paulo y Milán), finalmente me vi en el Aeropuerto Fiumicino un día jueves, 1 de noviembre. O si se quiere, en el Aeropuerto Leonardo da Vinci, pero como era de esperar poca gente lo llama así, en un fenómeno no muy distante al que ocurre con Pudahuel.

Pues bien, era tarde, al rededor de las 5 PM, ya oscurecía, y obviamente nadie me fue a recibir. La versión pos-moderna y masculina de la Carmela de San Rosendo había llegado a la “ciudad eterna”, sin saber que diablos hacer. Luego de muchas vueltas, y consultas varias, logré dar con mi maleta, roja, enorme y pesada. Con más personalidad que calidad lingüística, pude averiguar donde estaba la salida (la correcta, obvio), dónde salían los trenes y cuánto costaba el bendito boleto. Me movía con seguridad, tal como hizo Asterix cuando vino a Roma, sin tener idea donde ir, pero decidido. Medio cagado de sueño, medio desorientado, pero con la parada del que sabe exactamente lo que está haciendo.

Cansado, con sueño y un apetito voraz, preso de una sensación de cuerpo cortado bastante parecida a la caña y la necesidad de una ducha, tuve que esperar hasta las 17:57 a que saliera el trencito, que en 45 minutos me iba a dejar en medio de la ciudad, por fin. Primera sorpresa, el trencito costaba 11 euros, es decir 7.700 pesos chilenos por un cagón boleto de tren del aeropuerto al centro. Segunda sorpresa, nadie revisa si uno tiene o no boleto, y perfectamente podría haber subido sin pagar. En una actitud bien criolla, apelando a la necesidad de fomenar las tradiciones culturales, la identidad en un lugar extraño, debí haberme hecho el weon y no pagar. Pero no, me las di de civilizado, de weon correcto, para no seguir alimentando la idea de que somos una tropa de inadaptados, y pagué los putos 11 euros y nadie vino a revisar mi boleto.

Finalmente llegamos a Termini, el lugar donde llegan los trenes en Roma. Que nombre más sugerente para un terminal, literalmente “Términos”. En Termini, nuevamente, nadie me vino a recibir. Pero esta vez era diferente, todo era más rápido, algo más caotico. Abandonada la cadencia lángida de los aeropuertos, me enfrenté de sopetón a la locura de un lugar que era terminal de trenes, buses, metro y taxis, y un pequeño Centro Comercial, a la vez. Esto era, definitivamente muy cercano a lo que Asterix y Obelix deben haber sentido cuando llegaron a buscar los laureles del César, o la Carmela cuando bajó del tren y se paró en Estación Central. Simplemente no cachar nada. Algo me dice, que la Carmela y Asterix tienen más cosas en común que sólo las trenzas.

Pues bien, así fue mi llegada al primer mundo, al destino de todos los caminos, a uno de los orígenes de nuestra cultura. De una pequeña aldea indomita, como Asterix, o desde el campo a vivir en la ciudad, como la Carmela. De pronto me vi parado, sin saber que hacer, pero con una gran sonrisa en el rostro. No tenía a Obelix, al lado, pero tenía a mi maleta, gorda y pesada, a quien le hablaba sin recibir respuesta (por suerte). Caminé, busqué un teléfono para llamar al tío de la Pancha, no se muy bien para qué, quizas porque soñaba con que al viejo se le ablandaría el corazón y dijera “pobre cabro, debe venir cansado y con hambre, vamos a socorrerlo”. No dejaba de soñar.

Mientras tanto no cabía en mi provinciano asombro, y eso que no había visto nada aún. Pero bueno, la mitad de los teléfonos no recibían monedas y la otra mitad estaban malos. Sin llamar a nadie, y apelando al lema de enfrentar la vida con hidalguía y coraje, caminé por la noche romana, con la espalda hecha mierda, los 30 kg de la maleta roja colgando de mis manos, y el cuerpo destruido y con hambre. Caminé lento, pasé por delante de unos policias fumando, de unos mendigos acomodándose en un recodo, de infinidad de africanos que se congregaban quien sabe para qué. Cruce un patio de maniobras de buses, un estacionamiento de autos con gentes subiendo rápido a sus coches, y finalmente llegué a una gran calle, y me dejé llevar por donde mi pasos me llevaran.

Mucha basura en las calles, uno que otro sujeto tomando en la via pública, mendigos pidiendo dinero, otros preparándose para dormir en la entrada del Metro, tapados con mantas y cartones, y abrigados con algún perro callejero. Por todos lados la presencia del Tercer Mundo, exigiendo su pedazo de torta, mirando con ojos desconfiados, con la mirada del que sabe que no lo quieren, del que se siente perseguido y al que todo el tiempo lo hacen sentir “stranieri”.

Un poco más allá, se adivinaba la situleta de las ruinas de unas termas de poco más de 2.000 años. Mas allá se veían iluminados, edificios enormentemente monumentales, fachadas continuas, detalles constructivos desproporcionados, junto a negocios pequeños y tiendas de poca monta. Finalmente, llegue casi por inercia a un lugar donde dormir, entre hindúes discutiendo (bien podrían haber sido pakistaníes o bengalíes), andamios sujetando edificios en restauración. El Hotel Papa Germano, escondido, sobrio, limpio, tranquilo, y con Internet y desayuno. Boté mis cosas, me duché, y salí a comer.

A pocos pasos encontré la maravilla de las pizzas por kilo. Entre 6 y 9 lucas chilenas un kilo de Pizza. Una en particular, hecha de unos hongos (no como los de Tati, Patolín y Tuki, obviamente), sencillamente exquisitos. Hongos y Mozzarella, con un jugo de naranjas rojas (rara la weaita, pero bien buena). En resumen, por sólo 5 euros (3.500 pesos) me comí 300 gramos de Pizza y me tomé un jugo. Un excelente recibimiento a la ciudad eterna. El primer paso para la conquista de Roma, había sido dado.

PD: (Aclaración: para evitarme complicaciones futuras, emanadas de fluctuaciones del mercado, cálculos engorrosos - del tipo 12.8 x 717 o 3.5 x 689 -, he asumido que el Euro cuesta y costará un buen tiempo 700 pesos)

martes, 13 de noviembre de 2007

LFQC vence a Chuleta en extraño partido

Llegamos los que vencimos el letargo, nos cambiaron la cancha, nos robaron la pelota, terminamos jugando con un globo, y contra todo pronóstico, le dimos una tunda al rival (10-5), con notables actuaciones de Patolín y Taipín.

Al empezar el match, Chuleta debía darnos un galleta para poder jugar 6 contra 6. Cada jugador rival se asignó un número y LFQC debía decir cuál elegía. Nunca pensó Taipín que el mágico número "3" lo salvaría de una derrota aplastante.

El juego se inició raro. De partida, al toque Quesos agarró la manija del partido y comenzó a tocar y tocar (lo que es muy raro, más si no estaban Tato ni Cristóbal). En breve llegó el primer gol de Taipín y no mucho después el de Patolín. Ambos, se hicieron un picnic en la mitad de la cancha, y cada uno coronó su faena con sendos 2 goles.

Habría más. Todos los jugadores de Quesos marcarían. Tati y Andrés de penal (dos manos groseras de Renato para salvar goles seguros), Max en dos grandes arrestos ofensivos y Gabriel –quien inicia una senda goleadora– luego de un preciosismo de jugada colectiva (la tocamos todos) que coronó con un chimbazo al arco (grande Gabo!). Para los 10, se suma un pelotazo de Andrés desde el área propia que Ian no logra despejar y que se coló mañosamente en al arco.

Luego de esta pichanga, sin grandes nervios y muchos eventos (el más notable el robo de la pelota, luego de que se cayera a la calle, por parte de un avispado cara de raja a quien no atinamos ni a insultar), la camaradería se dio al sabor de unas cervezas, bebidas en la cancha y unos postreros shops en Plaza Italia, brindados por Cote, Andrés, Taipín y Taipei, a la espera de las 12 para saludar a este último por su cumple.

AVISO: quedamos de hacer el asado el día sábado 17 en la casa de Nacho. Se convoca a Quesos a que nos organicemos para una caza de perros, gatos y ratas acorde a la prosapia de nuestros comensales.

Uno x uno

LFQC
Andrés: un tirón en el muslo lo relegó al arco, donde respondió con seguridad, aún cuando no faltaron torpezas propias del que no conoce el puesto.

Max: notable en la marca y en la salida. A partir de él se creó el fútbol quesísitico.

Gabo: su mejor partido por Quesos, coronado por un golazo. Cada vez juega mejor.

Tati: factor de descuelgue y quite, respondió con fiereza y orden. Se comió un pelotazo en el ojo horrible por parte de –quien más podía ser– Renato.

Taipín: contratado! jugó el mejor partido que se le ha visto, y con los colores de Quesos, siendo un factor de riesgo indisoluble en tres cuartos de cancha hacia arriba. Nada tiene que hacer en Chuleta.

Patolín: la estrella de la noche. La aguantó, jugó con criterio, marcó, hizo goles, y hasta corrió. Un crack que se asegura un puesto en delantera.

Chuleta
Renato: deslucido y desganado, no tuvo los nervios como para optar a algo más.

Ian: el sobrino de Renato, tal vez el más chico que haya jugado estas pichangas, promete éxito para nuevas generaciones chuletísticas, pero en esta ocasión no pudo gozar. "Tío, por qué eres tan malo", se escuchó que espetó al terminar el match.

Nacho: impreciso como nunca, se perdió en el pelotazo indiscrimando y el carrerón sin destino.

Taipei: desde hace tiempo que es lo mejorcito de Chuleta, pero su empuje y movilidad no entusiasmó a su exánime equipo.

Horacio: le puso empeño, pero falló en el área.

Cote: deslucido, como sus compañeros, recibió un cabezazo brutal que le dejó un chichón de pateadura. Renato lo dijo bien "ahora que fue más grave lloraste harto menos que la otra vez", recordando un patadón que lo asustó más que el cuco la vez pasada.






lunes, 5 de noviembre de 2007

nobleza obliga

Perdimos 3 - 1 ante un remozado Chuleta y nada... habrá que cumplir con lo pactado, y tal como ayer nos tocó sólo mascar y degluir, mañana tendremos que asar y servir.

De todos modos el partido no fue tan horrible, y LFQC dio atisbos de fútbol, orden y táctica. La clave: la presión en la salida; mientras Chuleta se afanó en ello, nuestros colores esperaron en la mitad de cancha. También algún mérito hay que reconocer en las galletas chuletísticas, las que revivieron el fútbol del rival.

El partido se definió en los primeros 20 minutos. Un gol malhadado y dos golazos dejaron a Chuleta arriba todo el partido. LFQC fue a buscar el descuento, pero la agobiante marca, la pobre salida, los errores en el área y la notable actuación de Taipei frustraron cualquier recuperación. En cambio, Chuleta no hizo mucho más, y cuando tuvo el gol, nuestro nuevo arquero, Jose, cumplió, validando los pergaminos que lo antecedían. Una lástima.

De consuelo, Patolín se mandó un golazo y pide un protagonismo que se le ha mezquinado. Sin duda el mejor con los pies, y con unas ganas que suplen cualquiera de los ripios que lo han relagado a posiciones defensivas.

Uno x uno
LFQC

Jose: ya está dicho, atajó y permitió un orden que seguramente hará que poco a poco el equipo se encuentre.

Andrés: reemplazó a Max. Fiero en la marca, pero evidenció algo de nerviosismo en la salida.

Tati: mucho más táctico que en otros encuentros, no obstante, al igual que toda la defensa, le costó salir.

Patolín: jugó con criterio y fue casi la única vía de salida. Se matriculó con un golazo.

Gabriel: batalló, marcó y hasta perdió su short en el juego. No pudo hacer más por tratar de salir.

Cristóbal: impotente por la falta de alimentación, pecó de nerviosismo y no fue el factor de otros encuentros.

Tato: evitó la marca, buscó los espacios, apoyó la defensa, trató de salir, pero el equipo no le acompañó en tal esfuerzo.

Chuleta

Taipei: cuando no anda curao y falta a los encuentros, se convierte en pieza clave. Lo atajó todo.

Renato: sólido en la marca, pero aún no se le ve en ofensiva, como antes.

El rancaguino: habilidoso, siempre salió jugando y sus arremetidas fueron factor de riesgo.

Horacio: se supera cada vez, con sentido de fútbol allana mucho de sus ripios con los pies.

Taípín: jugó un correcto partido, aunque no brilló como en otras jornadas.

Lucho: todavía no muestra su zurda, pero acompañó para crear peligro.

Amigo de Cote: bueno pa la pelota, generó el fútbol en el medio, aunque le costó despegarse de las marcas.

Cote: Lloró bastante menos y buscó con más caballerosidad las ventajas. De todos modos se opaca ante una marca férrea.