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martes, 19 de febrero de 2008
plexus
Acabo de terminar plexus, de henri miller, y no puedo hacer antes nada que escribir un comentario al respecto de esa novela. Es la tercera que leo de este escritor norteamericano, lejos el que más me gusta –¿gusta?, apasiona, la verdad– y siento la necesidad de compartir esta lectura.
Para quien no conoce nada de miller, nada, decir básicamente que es una obra autobiográfica en la que el relato transcurre a partir de muy pocos "hechos". En el caso de plexus, se trata de las viscisitudes del autor luego de decidir –a sus treintaytantos– que será escritor. Pese a que "pasan pocas cosas", la novela es voluptosa en reflexiones, lecturas, remebranzas e impresiones que celebran la vida sin asomo de mezquindad, en cada recodo de lo que acontece (en pocas palabras, a pito de cada cosa que miller hace para poder escribir y sobrevivir). Quizá lo más refrescante de todo sea la fuerza con la que el autor presenta sus vivencias, cubriéndolas siempre con un tamiz de maravilla y encanto, que convierten a quien lee a una manera de ver en la que la belleza, el humor, la inteligencia (poco o nada intelectualizante) y el ímpetu transgresor fluyen avasallando el pudor y la corrección aparente.
Él se reconoce un genio, y escribe como tal, contando cómo fue el camino que lo transformó en el escritor que llegó a ser, en ese tiempo antes en que no era nada más que un espíritu anónimo, un punto de vista, dispuesto a abrazar el nueva york de los años '20, amándolo, pero irrespetando las convenciones que tratan de ceñirlo a una vida corriente. No es un aspaviento de un rebelde, ni un canto contemplativo a la vida de un místico. O sea, es todo eso, pero en un curso claro: el de la conversión hacia un ser celeste-profano, que se atreve a pararse por encima de su tiempo y lugar, mostrando la estrella de su excepcionalidad, un héroe nietzchiano, sin dudas.
"Ahora mismo, Henry Miller, nadie en este país sabe nada de usted. Nadie –y lo digo en sentido literal– conoce su identidad auténtica ... Sin embargo, el secreto estriba en no preocuparse de que nadie, ni siquiera el Todopoderoso, tenga confianza en usted. Debe llegar –e indudablemente llegará– a comprender que no necesita protección. Tampoco debe anhelar la salvación, pues la salvación es sólo un mito. ¿Qué hay que salvar? ¡Pregúnteselo! Y, en caso de que sí, ¿salvar de qué? ¿Ha pensado usted en esas cosas? ¡Hágalo! No hay necesidad de redención, porque lo que los hombres llaman pecado y cupa carece de significado en última instancia. ¡Los vivos y los muertos!... ¡recuerde eso simplemente! Cuando llegue a lo más hondo de las cosas, no encontrará ni aceleración ni retraso, ni nacimiento ni muerte. Existe y usted es: esa es la cuestión, en pocas palabras. No se rompa cavilándolo, porque para la mente carece de sentido. Acéptelo y olvídelo... o lo volverá loco", le dice un tal Claude Dubois –un personaje de diecisés años absolutamente excepcional, crístico y búdico, probablemente inventado– a Miller en un encuentro iluminador.
En relación a sexus –la obra anterior a la trilogía en la que plexus es la obra central (después viene nexus, que ni he visto en librerías)– hay que decir que trata de las pulsiones vitales e irrefrenables de miller, en los momentos anteriores a su decisión de escribir, cuando malvivía como ejecutivo de la compañía cosmodemónica (¡qué nombrazo!), y vivía de huir del trabajo, enredándose en un tráfago de placeres y apetencias, muy recomedables de leer a quien guste de la literatura erótica (la novela fue calificada, como no, de pornográfica en su época). Sexus habla de las apetencias, de la voluptosidad, de un impulso irrefrenable por vivir, cuya expresión y metáfora principal es el sexo: "la comida no sacia el hambre, ni la bebida la sed. La comida, sexual o de otro tipo, sólo satisface los apetitos. El hambre es algo diferente. Nadie puede saciar el hambre. El hambre es el barómetro del alma. El éxtasis es la norma. La serenidad es la libertad con respecto de las condiciones atmosféricas: el clima permanente de la estratósfera. Hacia allí es hacia donde nos dirigimos todos... hacia la estratósfera. Ya estoy un poco borracho, ¿ves? Porque, cuando puedes pensar en serenidad, significa que has cruzado el cenit de la exaltación. Los chinos dicen que a las doce y un minuto del mediodía empieza la noche. Pero en el cenit y en el nadir te quedas inmóvil por un momento o dos. En los dos polos Dios te da la oportunidad de escapar a la regularidad del reloj. En el nadir, que es la embriaguez física, tienes el privilegio de volverte loco... o de suicidarte. En el cenit que es el éxtasis, pudes pasar satisfecho a la serenidad y la dicha. Ahora son las doce y diez minutos en el reloj espiritual. Ha caído la noche. Ya no tengo hambre. Simplemente tengo el deseo demencial de ser feliz. Eso significa que quiero compartir mi embriaguez contigo y con todo el mundo. Eso es sensiblero. Cuando acabe la jarra de agua, empezaré a creer que todo el mundo es tan bueno como todos los demás: perderé todo el sentido de los valores. Ese es el único modo de ser felices... creer que somos idénticos. Es la ilusión falsa de los pobres de espíritu. Es como el Purgatorio equipado con abanicos eléctricos y mobiliario aerodinámico. Es la caricatura de la alegría. Alegría significa unidad: felicidad significa pluralidad".
En fin, me siento cohibido a seguir subrayando pasajes y detalles de las obras, porque quedo demasiado reducido ante la cantidad de temas y significados que componen un universo riquísimo, en el que se aborda toda preocupación humana: la locura, el amor, la amistad, la admiración, dios, la pobreza, la historia, el arte, la sicología de los hombres y mujeres (cada descripción de los personajes que se cruzan en la vida de miller son un homenaje a la creación de dostoyevski, por la penetración que alcanza) y un largo etcétera. Por eso nunca –hasta ahora– había sabido decir de qué se trata la obra de miller. De hecho, leí mucho tiempo atrás trópico de cáncer, y juro que no recuerdo nada de lo que trata, o sea, más bien, tengo la impresión de que se trata de todo.
De cualquier modo –pese al esfuerzo– remataré este comentario tal como lo he hecho cada vez que alguien me presta atención cuando hablo sobre este autor: "mejor léelo, va a ser mejor que cualquier cosa que te pueda decir".
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