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jueves, 28 de agosto de 2008

Episcolario: facebook

Andrés,

Facebook es algo con lo que me topé hace cuatro años, cuando estudiaba en una universidad gringa. Lo miré porque todos mis compañeros 10 años más jóvenes lo usaban como si fuera el mejor invento desde correrse la p… (dale con el tema. Voy a parecer monotemático así que las referencias a masturbarse se acaban acá). Mi primera impresión fue que, o me estaba volviendo más viejo, o las nuevas generaciones son aún más huevonas de lo que pensaba. La adicción a la pasta base entre sus padres fue más frecuente de lo que sospechamos y hoy vemos las consecuencias en sus retoños. Probablemente la respuesta sea una mezcla entre ambas. El punto es que no le encontré la gracia a meterse a una página para ver fotos de otras personas, algunas carentes de todo pudor y sentido de la dignidad, así como esas frases a las que aludes: "Nicolás está descansando en casa", "Rodrigo necesita vacaciones", "Luis se está corriendo la p…" (perdón, no lo puedo evitar). Después de un estudio acabado de 30 minutos concluí que Facebook es una gran base de datos que contiene los nombres e información personal de la gente más huevona del planeta. Supuse en ese momento que se trataba de un truco de Dios para decidir, una vez llegado el Apocalipsis, a quiénes mandar al infierno sin necesidad de ponernos a todos en fila y revisar nuestros prontuarios. Piénsalo, hasta el nombre es idiota. "Face" y "book". El único "feisbuk" que conozco es el que usa Gendarmería para sacarle fotos de frente y perfil a su clientela.


Es así como, fiel a mi inconsecuencia crónica, el año pasado me inscribí en la paginita, cual viejo que comienza a usar la palabra "chori" dos décadas después que pasó de moda. Tuve que tragarme mis palabras, en especial cuando le dije a una amiga de ambos que "Facebook es el refugio de todos los pedófilos en busca de amigos menores de edad". De un día para otro, me di cuenta que ya sumo más de 100 amigos, lo que en el mundo real de gente con vida suena a harto, pero en Facebook me sitúa como una de las personas más impopulares junto a Pol Pot y Jack el Destripador. En Facebook, no eres nadie si no tienes más amigos que Roberto Carlos. La cosa es que ya me he familiarizado con el sistemita y lo uso para lo que todos lo usan: buscar compañeras de colegio para determinar si siguen ricas y ver si las personas a las que alguna vez les deseaste mal continúan vivas pese a todas tus maldiciones, vudú y males de ojo. Ya agoté mi círculo de amigos de primera, segunda y tercera división y ahora estoy en búsquedas del tipo: "¿Cómo se llamaba ese pendejo con que iba al jardín infantil? Ese que me pegó con su camión de plástico en la cabeza y me dejó con la cicatriz que todavía se me ve si me corto el pelo" o "¿Cómo se llamaba la ex de XX? Te apuesto que todavía tiene el par de tremendas…".


También envío y recibo "friend requests" de gente con la que no me gusta que me asocien y de la cual ni siquiera me interesa ver sus álbumes, pero no tengo corazón para rechazarlas. Busco fotos de mis amigos y lo único que encuentro son imágenes de guaguas ("Jorge conoce la playa", "Andreíta en su primer día de colegio") y me siento más viejo y desconectado. También intento localizar gente que no he visto en diez años y una vez que nos hacemos "friends" seguimos sin hablarnos por otros diez años. Creo que en un tiempo más van a tener que inventar otro Facebook para ubicar a la gente con la que ya no te hablas en Facebook. Por último, están esas encuestas que te hacen dudar de qué tan bien conoces a las personas. Cuando un buen amigo te invita a participar en cosas como "¿Qué tipo de piscola eres?" te preguntas si la caída del pelo también implica la pérdida del sentido del humor.


Lo de escribir y leer es tema aparte. Me parece genial. Tuve esa misma revelación hace unos años y me puse a leer ficción como enfermo. Decidí que era mejor volver a meterse en novelas que seguir los casos Inverlink o Spiniak (Inver… ¿qué? Spin… ¿qué? Nadie se acuerda y a nadie le importa) o escuchar la último declaración del ex – Presidente megalómano que todavía se cree Presidente. Ahora me mantengo algo informado por razones de trabajo pero miro de lejos cómo la gente en mi oficina se desvive por encuestas y declaraciones que a nadie le van a importar después de las presidenciales en noviembre.


El hábito lo tuve que interrumpir luego de venirme a EEUU y comenzar a preocuparme de cosas triviales como estudiar y trabajar. Hace un par de años lo reanudé y hoy me compro más libros de los que alcanzo a leer, cual Imelda Marcos coleccionando zapatos. También volví a escribir y de no ser por las primarias, tal vez ya habría terminado una novela de la que llevo como 120 páginas, un récord para un flojo como yo. Aunque muchos dicen que no sirven para nada, me compré un libro sobre cómo escribir de Walter Mosley (entre paréntesis, un escritorazo, muy entretenido. Debieras buscarlo. Te aseguro que encuentras sus novelas en las librerías del Drugstore) y me ayudó con la disciplina de sentarse a tipear. El tipo no te enseña lo imposible de enseñar (si escribes libros como Coelho y poesía como Arjona, lo más probable es que sea una condición crónica), sino que da consejos para organizarte, que es lo que más se necesita cuando haces cosas que no son por obligación ni tienen plata de por medio. En resumen, un libro de autoayuda sin tener que reconocer que leíste un libro de autoayuda.


Ok, ahora me largo. Me salió el viaje a Hawai así que ya me estoy probando camisas floreadas para partir la próxima semana. Un gran abrazo y estamos hablando.

Saludos,
GB.

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