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viernes, 23 de enero de 2009

episcolario: back to us

Andrés,


Hace poco leí una noticia sobre un estudio que concluía que las personas con el dedo anular más largo solían ser más exitosas y tener mayores ingresos. Fue una investigación hecha a corredores de bolsa, brokers y toda esa gente que de haber vivido en la Edad Media hubiese terminado en una hoguera. Desde que la leí, me levanto 10 minutos más temprano para estirarme el dedo anular hasta que quede más largo que mi dedo medio. Aún no detecto progreso ni en mi mano ni en mi cuenta bancaria, pero es todo el esfuerzo que estoy dispuesto a hacer para ser más exitoso.


Eso es lo que me importan los ránkings, un ejercicio entretenido cuando estás curado y se acabaron los temas en común, pero que en verdad tienen tanta validez como el ránking de esa entidad chanta de historiadores de fútbol de Alemania que a veces pone a clubes chilistaníes como el Colo, la U o la Católica en su top 100. Es cierto que esos listados te dan una idea de quién tiene éxito y quién no, pero de ahí a determinar el orden de los puestos o tu valía personal… me parece que es tan arbitrario como los ránkings de colegios de la Revista El Sábado. Figuran todos los colegios caros que uno conoce (cómo no, si cuestan 400 lucas al mes. Lo mínimo que debieran producir es tres premios Nobel por generación, una Miss Universo y un par de deportistas de elite en disciplinas caras, idealmente un esquiador (que de algo les sirva a sus papás tener un refugio en la nieve), un golfista negro, un motociclista que no se desmaye en el Dakar y un automovilista que no pase chocando murallas de concreto ni se vuelque en las dunas como Eliseo Fracasar). También salen esos establecimientos "revelación" ("El Wellington Academy School es un colegio pequeño pero con un currículum muy progresivo…", "el Instituto Alemán de Puyehue dio que hablar en el último SIMCE…") y que desaparecen al año siguiente porque en definitiva esas listas son confeccionadas con el mismo rigor metodológico de las encuestas de desempleo.


Las noticias sobre estudios científicos tontos ("Universidad japonesa concluye que bebedores de Coca Cola tienen erecciones más duraderas"), temas insólitos tipo canal Infinito ("Chupacabras regresa a la escena del crimen"), cretinismo chilistaní ("Nace una nueva tribu urbana: los pokelais") y lo último que pasó en Yingo y los matinales es lo único que leo del diario. Si me interesara la gente exitosa, miraría la Vida Social, que más parece el álbum familiar de cuatro familias endogámicas a una generación de distancia de tener hijos mongólicos.


A menos que alguno de nosotros lo pique una araña radioactiva y se convierta en superhéroe, su grado relativo de éxito no va a cambiar la percepción original que creamos de nuestras personas y cimentamos a lo largo de nuestro paso por la universidad. Para mis compañeros, yo siempre voy a ser el tipo que iba a clases al Bahamondes y se pasaba las causales por el culo, tú siempre vas a ser conocido como un patán y otras personas a quien no voy a nombrar porque no me han dado permiso, van a seguir siendo recordadas por cualquier cosa menos su currículum. Entre ellos figuran el tipo que se organizó tres despedidas de soltero y coleccionaba botellas de pisco (JLF), el que no tenía cuello (GM), el que era bueno para la pelota pero se lesionaba la rodilla si lo miraban feo (JN) y un largo etcétera de irrelevancias. Es lo mismo que pasa con las reuniones de compañeros de colegio. El tonto del curso va a seguir siendo considerado tonto a pesar que haya llegado en un Ferrari, al que se hizo pipí en cuarto básico lo van a seguir molestando por lo mismo y las minas ricas van a seguir creyéndose ricas pese a que ahora no te muevan un pelo.


Personalmente, me encuentro en el mejor trabajo de mi vida y si me preguntas cómo llegué ahí me sería imposible responder. Cada vez que me depositan el sueldo o me voy para la casa al final del día, me río solo y pienso cuánto más se van a tardar en desenmascararme. Tan sólo tres años atrás estaba metido en un pueblo tapado de nieve, estudiando un máster que no servía para nada, trabajando como empaquetador en un galpón semi abandonado para una firma de aparatos para la audición junto a un bielorruso y un mexicano que no sabía que España era parte de Europa, y por las noches hacía de corrector de prueba en el diario local. Algo pasó entre medio que me llevó a ahorrar plata, comprarme un auto, buscar un trabajo que pagara mejor y finalmente salir del condado de Hazzard. ¿Qué si acaso fue mi espíritu de superación o mi ambición personal? Imposible, porque ambos están congelados desde cuarto medio. Todo pasó sin planificación alguna y es tan posible que en tres años más te esté escribiendo otro mensaje como éste, pero desde un cibercafé y poniéndote un currículum como attachment para que me encuentres pega. O, quién sabe, quizás estemos teniendo esta conversación en vivo en un Teletrak (porque en el Club de la Unión no va a ser).


Concuerdo también con tu apreciación sobre la mortalidad y vivir el presente. Lo único que me interesa más allá de seguir pasándolo bien hoy y ahora es escribir una novelita y ver si a alguien le gusta. Cuando me muera, espero que alguien la compre en una librería de viejos o bien que obliguen a los pendejos a leerla en el colegio y me odien tanto como yo odié a los autores del currículum del ministerio de Educación (pero esto último lo dudo). Por otro lado, el impulso de no hacer nada más que el mínimo y seguir procrastinando ha probado ser más fuerte estos 34 años y es muy posible que siga siendo así en los que vienen. Un día de estos voy a demandar a Google por arruinarme la vida y hacerme adicto a sus malditos servicios en desmedro de actividades más productivas. Va a ser una demanda de esas que sientan jurisprudencia, como las de los fumadores a las tabacaleras que supuestamente ocultaron información acerca de lo mal que hacía su producto ("¿Cómo íbamos a sospechar que el tabaco te deja los dientes amarillos y un aliento como el culo?"). Seguramente me van a pagar millones de indemnización y luego, para lavar su imagen, donarán plata a orfanatos y Techos para Chile así como organizar foros ciudadanos con ecologistas, políticos y artistas callejeros, todo con el fin de combatir la adicción a Internet.


En definitiva, pensar sobre tu éxito no sólo es inconducente sino que majadero. Como bien dices, es el equivalente a ver goles repetidos. Es más, es como ver los goles picantes de la liga chilistaní en el 7, 9, 11 y 13 el domingo en la noche y luego repetirse el plato el lunes en UCV televisión.


Pasando a un tema más agradable, cada vez me reconcilio más con Chilistán (no así con los chilistaníes, la estirpe más tonta del planeta). Ni siquiera las nimiedades contra las que hubiera despotricado años atrás me molestaron este último viaje (el festival "Teatro a Mil", en que la mitad de las obras son monólogos de actores como Pato Achurra sobre "cómo somos los chilenos en la cama", viajar en el Metro post-Transantiago (experiencia que al menos ya no me hace sentir como en un vagón de refugiados rumbo a un campo de concentración) o una televisión con matinales cubriendo en vivo la última montaña rusa de Fantasilandia, cadena nacional de "videos locos", reality shows fomes protagonizados por marginales en riesgo social y que a ratos parecen filmados por una cámara de Redbanc; y programas juveniles con minas con silicona en que las tomas son tan rápidas que es imposible correrse la paja). Tal vez el regreso a Chilistán esté más cerca de lo pensado.


Claro que hizo falta la de pisco (y después las llamadas telefónicas a las 2 de la mañana a todos nuestros conocidos). Vuelvo dentro de pocos meses a enmendar ese error, pero sería bueno que juntaras unas chauchas (sólo el pasaje, todo lo demás es cortesía de la casa) y más adelante nos tomáramos una aquí mismito, vomitando en las escaleras del Capitolio y terminando "escoltados" por dos "Men in Black" tras hacer un cara pálida frente a la Casa Blanca.


Un gran abrazo y seguimos al habla.

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