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jueves, 22 de enero de 2009

episcolario: visita a la fértil provincia

Estimado,

Tras tu visita a Chilistán me surgieron algunas reflexiones que creo interesante comentar.

Lo primero es que al ponerme a escribir me percaté que era absolutamente necesaria una cortaíta de uñas para no dañar el teclado, lo que da cuenta de mi estado de entumecimiento mental, pues –pese a las promesas (ver entrada de más abajo)– no he escrito un párrafo consistente desde hace meses (siempre en el caso de que haya escrito uno alguna vez). De algún modo eso fue acicateado por tu presencia. No lo tomes a mal, pero las sucesivas juntas con nuestros ex compañeros me dejaron la sensación de que la vida y el tiempo son elementos que simplemente sirven para corroborar el funcionamiento de las leyes biológicas del crecimiento vegetativo. Nuestros temas, actitudes y entretenciones y motivaciones siguen siendo exactamente las mismas, pero en estados de desarrollo distintos. ¿Qué hay de nuevo? Menos pelo, más guata, mejor copete y algunas guaguas. Tengo la impresión de que cada encuentro fue como una junta para ver el mismo gol convertido hace siglos, pero desde ocho ángulos distintos. En fin. Por algo a los niños les gusta lo recursivo. El mismo cuento, el mismo juguete, la misma frazada. Así, de adultos somos tan refractarios a los cambios y tan acríticos de lo que siempre ha estado, como la cordillera, el smog, carcuro, o la teletón.

Eso sí, hubo una conversación recurrente que me parece digna de hacer mención. Esa acerca de quién es el más exitoso de nuestra generación de periodistas que entramos a la Escuela de Periodismo de la PUC en el ya desteñido por el olvido año de 1994. En dicha legión se encuentran animadoras del Festival de Viña y otros rostros, directores de medios y agentes culturales que –según me imagino– comienzan a acostumbrarse a besos en los pies. Todos, cual más cual menos, han arrancado del sino reporteril de millares de sabandijas a todo sol esperando una cuña, y bueno, eso sí es éxito. Sin embargo, quedé preguntándome por la medida de ese éxito. ¿Plata? sin duda. ¿Fama? por qué no. ¿Prestigio? califica. ¿Familia, casa, mujer e hijos? también.

A decir verdad, durante el proceso de construcción del ranking comencé a sentirme empequeñecido. Ninguna de las categorías me sitúan como digno de mención. Claro, podría haber argumentado que la medida del éxito de cada uno depende de los propósitos personales, por lo que no existen metas objetivas, sino subjetivas y por tanto, nadie es comparable. De este modo, en mi caso, todos los propósitos se me han cumplido. Vivo sin estres, tengo tiempo, no me aburro y hasta he logrado que me de boleto la chica que en el liceo no me pescó ni en bajada. Podrá decirse que este último logro en particular es de una naturaleza similar al campeonato de la U después de 25 años sin ser campeón, pero uno –que es colocolino– sabe que de nada vale ese momento si después deja de rotar el motor que te mantiene erguido y entusiasta (y te compra la UDI, tragándote todos los insultos al rival y sigues sin ser campeón, cultivando el culto al fracaso).

¿A dónde voy? No sé. Tal vez sea a que a lo único que le he dedicado suficiente energía en la vida es a sentirme vivo. No es sólo asunto de faldas –que en eso lo he pasado tan bien como mal, pero que en la suma me veo al espejo y siento cierta estima por mis cicatrices– sino que a la disposición frente al mundo mediante mediante la cual éste es por momentos otro, del color de tu mirada (que a veces puede ser color de hormiga, pero también a veces en technicolor). A ratos me recuesto a abrumarme con datos hostiles para un organismo como el mío, pensando en 4.000 millones de organismos similares e iguales en derechos, pero profundamente desiguales en experiencias, deseos, perspectivas, qué sé yo. En cien años más la tierra se habrá tragado a los 4.000 millones y habrán ¿cuántos? 7.000 mil millones, 8.000 mil que no han nacido, o tal vez muchísimos menos. Y qué habrá sido de la vida de cada cual de nuestros contemporáneos. Desde luego no creo que estaremos ordenándonos a la diestra o siniestra del señor, según como se haya comportado cada cual en el tránsito de la vida terrenal. Algunos serán reconocidos y admirados y hasta puede que recordados pasados los siglos, pero casi todos pasaremos a ser datos estadísticos o –en el mejor de los casos– creadores de figuras de arena en las playas, entre ola y ola.

No pienses que estas palabras las escribo con melancolía. Si supiera que mediante un gran esfuerzo lograría convertirme en un icono para Chilistán o un segmento del país, me daría lata hacerlo. Me daría lata convertirme en el icono incluso. Tampoco pienses que me ha atrapado algún espíritu new age que me ha hecho renegar de la materialidad de la existencia, de la realidad. Sin embargo, creo que el sentido de todo está en el imperio del presente y la capacidad para hacerle frente, la radicalidad de los sentidos y la capacidad de la imaginación para convertir el caos en belleza.

En fin. Creo que me he estado poniendo grave en este correo, por lo que pasaré a asuntos más festivos. Felicitaciones por tu entrevista con Alejandro Guillier en ADN sobre el cambio de mando en Estados Unidos. Creo que estás sentando sólidas bases para convertirte en un referente en todo lo que respecte a las noticias que nos deparará Babilonia. Como te decía en un correo privado, ya podrás sacar credenciales de estadosunidiólogo y vender tu perspectiva acerca de lo que haga o deje de hacer Obama. Por mi parte te seguiría con gusto, siempre y cuando, por debajo, me aclararas sinceramente las cosas que podría encontrar ambigüas de tus reflexiones. Por mi parte, me pliego a los parabienes al nuevo presidente del imperio (nos deberían dar nacionalidad gringa a todos, digo yo, como pasó con Roma) y hago acto de fe en las capacidades simbólicas entreveradas. No es que crea que estamos ante una nueva época de claridad y buena inspiración política, pero me dan ganas de que así sea. Bueno, al menos salió cagando el monicaco de Bush, lo que ya es bastante.

Para no acabar con la imagen de aquel despreciable, te comento simplemente que me alegra habernos visto, aunque haya quedado pendiente su botella de pisco, la cocacola, hielo y sólo dos vasos altos.

Salú

1 comentario:

Juan Carlos Santa Cruz Grau dijo...

Extraña manía de algunos, la cosa esta de vivir la vida como una carrera, sabiendo que no saldremos vivos de ella ... Porque a diferencia de un campeonato que puedes ganar, esta carrera solo se acaba cuando mueres... en consecuencia, no vencerás jamás.

Por lo demás, solo basta un poco de inconciencia, no mucho valor, una dosis razonable de egoísmo y una obstinada convicción, para cambiar de vida dejando las cosas atrás... Simplemente para salir a explorar (sino el mundo, al menos la vida en torno), cambiando de piel como una serpiente , inventando y destruyendo mundos, historias y proyectos, mientras nos vamos inventando a nosotros mismos. Aunque sea, para no ver 8 veces el mismo gol; o como decía el sr. Calamaro, "... voy a empezar a vivir, porque tengo muy poco que decir".

No cuesta, cambiar de ocupación, de ciudad, refrescar puntos de vista, mandar todo al carajo ... sin miedo, a perder puntos en una carrera absurda de la cual ya conoces el epílogo: le ganarás a muchos, destronando viejos y masacrando iguales; luego las generaciones más jóvenes te desplazarán, y termianarás en el olvido hasta la muerte, cuando volverán a acordarse de ti, para decirse a sí mismos: ¡que ingratos hemos sido¡

En consecuencia, comparto plenamente la idea "del imperio del presente", a lo que simplemente le sumaría. Dejad el equipaje al costado del camino, y echaros a andar, "entre hojas arrastradas por el viento" ... sin preocuparse tanto adonde llegarás.