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miércoles, 10 de octubre de 2007

Ay, la virgen!


Esta foto la tomó tuki cuando ambos teníamos 21 años, "estudiábamos" periodismo en campus oriente y ambos nos declarábamos enemigos públicos del catolicismo, en todas sus formas (aunque en especial las clasistas y castrantes).

Ahora vivo en seminario y de mi balcón se ve la virgen del cerro (ahora entiendo la figura de la asunción: "la virgen ascendió a los cerros", pues claro, está en todos los de América), y al frente está el barrio que le llaman el vaticano chico.

No. No abandoné el paganismo, pero al rescatar esta foto de la degradación, me doy cuenta de que antes me importaba mucho más la religión que ahora, aunque fuera para denostarla. Lo que me alivia, pues hoy subyace sólo un tibio desprecio por el clero (ya no por los misterios de la fe) y una sana ironía por sus mitos mágicos (como la misma virginidad de la virgen, la que se discutió durante toda la edad media, sin que haya sido dogma hasta el siglo XVII).

En general abandoné mi iconofobia católica –producida por el impacto de haber vivido un bloddy viernes santo de niño en quito– y ya casi que tolero ver sin sufrir crucifixiones, pasiones, piedades y todo ese culto a la tortura. Digo casi, sólo por culpa del pesado de mel gibson y su "pasión", en la que vertió más sangre de utilería que cualquier martes 13 (de verdad que nadie, ni el mismo dios en persona, tiene tanta sangre).

Por lo mismo –y en comparación con lo anterior– la imagen de la virgen joven (cuando no es arroz graneado de su hijo) ahora casi que me es grata. Será porque –al haber estudiado historia– comprendo mejor lo que muchos hombres y mujeres sienten por esa femenina y universal imagen (pachamama, cuatlícue, qué se yo). Puede ser, porque yo mismo, cuando cayó enferma mi madre, no supe cómo entré a una capilla y terminé pegado viendo a la virgencita que tenía un niñito dios en sus brazos. No sé si recé ni nada, pero algo de paz me trajo ver el icono de esa señora y ese cabro chico que –quién lo diría– iba a ser alguien tan importante.

8 comentarios:

yuyos dijo...

Que buen post... mi vida va al revés, pasé de ser la más católica de un colegio laico (lo cual no es mucho decir si de mi curso sólo 5 hicimos la primera comunión y ninguno de nosotros si quiera pensó en confirmarse...), luego en la universidad me vi rodeada de una manga de practicantes que, junto con el incremento de mi racionalidad, fueron aléjándome de mis creencias... tanto así, que pasear por los lugares biblicametne sagrados (jerusalen y todos sus montes, muros, olivos...; belén, nazaret y universalemente sagrados para las 3 grandes religiones), convirtió al cristianismo como algo tan mítico (no la parte mágica, sino que lo irreal de un mito)... y ver gente tan apasionadamente creyente (de sus libros relgiosos) me forzó a reconocer que no es mucho lo que yo creo... y lo digo con una pizca de envidia... concuerdo en la belleza de las vírgenes y cristos sobre los cerros... pero mayor es la paz que se siente en una mezquita...

Anónimo dijo...

Esta bien, existen ciertas manifestaciones de religiosidad que son fascinantes, pero desde una perspectiva análítica, casi antropológica.

¿No te vayai a terminar casando, y por la iglesia?

Anónimo dijo...

¿No que ya tenías tu mujer para la vida? Así no es necesario casarse ni por el civil ni por la iglesia. Me pone contento que estés bien, amigo.

Anónimo dijo...

Con lo enamorao que está mi compadre, capaz que hasta se nos case. Pero por la iglesia...nica!!!!
Saludos Almeida y un beso pa la bella Dani

Anónimo dijo...

De las religiones siempre me ha llamado la atención esa "hermosa" y "mistica" relación... relación contractual entre la divinidad y el ser humano... se reduce a un contrato bilateral... oneroso... etc... etc... Si sacrificas tu vida por la santidad la contraprestación de la salvación se cumple!!!! de divino no tiene nada... de humano... TODO!...
Saludos

hilgolarton dijo...

Me cago en la virgen!

Tengo en la cabeza la foto de cuando hicimos esa foto: fue en abril o mayo de hace más de una década. Había dejado de llover unas horas antes y yo me paseaba con la Pentax, que tuvo una bella vida a mi lado antes de abandonarme sin poder decirle chao. Invertí esa mañana en capturas para el curso de fotografía, el único en esas santas aulas que me haya enseñado alguna cosa bella de realizar: imágenes. En los demás debíamos repetir discursos, abreviar pensamientos, aprender interpretaciones, validar ideas, entibiar la crítica, posar en actitudes, aprender a escalar. Esa mañana fui al encuentro del amigo Andrés. Quién sabe qué pollo nos habremos puesto a desplumar cuando, entre sorna y creatividad, decidimos hacer un cliché teatralizado de la virgen que alzaba hacia el cielo al niño que, de no haber nacido hace dos mil años en Belén, quizás hoy llamaríamos cruelmente el Huacho.

La Pentax traía un lente rojo que ayudaba a reconocer los contrastes de este mundo. Estaba ese nubarrón que se batía en retirada dejando el paso a los rayos de sol que parecían acariciarle el cuello desnudo a la florecida virgen. Y estaban nuestros espíritus justicieros que se sentían aprisionados bajo la ideología de aquel convento de estudios superiores. Yo, salido de un colegio librepensador y burgués, vivía esas contradicciones con seriedad afrancesada, como decía mi amigo. Él, de un colegio semi-fiscal intervenido por la dictadura, había aprendido a desacralizar la realidad a risotadas cuando no en debates eufóricos de alcohol y plagados de adagios del campo profundo. Enfin, era un bello día como para entregarnos rutinariamente a la amputación de nuestras creencias libertarias.

Obviamente que en esos patios y pasillos, la iconografía católica, después de siglos de usura y en manos de esas congregaciones pinochetistas, formaba parte -y lo formará hasta que nos devuelvan el opio- de una dominación catedrática destinada a construir ciudadanos mercanchifles y clasistas. Nunca me entregué a ese adoctrinamiento, rehusé aprender a hablar con dicción de poema infantil y falsa sabiduría, a planear sobre los “hechos concretos” para inventarles alguna coherencia simple, a no arriesgarme fuera del trazado ilegítimo de la cancha, a aceptar verdades de humo, a naturalizar el orden impuesto con la sangre de las tragedias. Hubo batallas y resistencias en las que nos atrincheramos juntos con el amigo Andrés, a veces por la pura líbido que nos producía escandalizar a las compañeras virginales y otras rebatiendo con convicción y fundamentos las palabras de algún académico mercurial.

No me arrepiento de nada. Es más, me sigue indignando enterarme que el Opus Dei forma nanas puertas adentro en suertes de institutos profesionales mientras la opinión pública le da tribuna a la poética caritativa de algunos curas sociales que no son ni la sombra de los de antaño. Me indigna que en lugar de socializar los riesgos de la modernidad y los beneficios del crecimiento estemos donando en las cajas de los supermercados una fracción del vuelto para magras obras sociales, esa parte del molido que ya no se llevan los empaquetadores precarizados pero que da retornos a la empresa; o que anualmente, desde los años ’80, estemos financiando el carnaval publicitario de la Teletón. Me indigna ver cómo se sienta en una gran mesa, a solucionar “los problemas de la equidad”, a exponentes de la socialité que han acumulado suficiente capital económico, social o político como para hablar con “propiedad” sobre los desposeídos. Me indigna que quienes dicen dedicar su vida a los pobres sean quienes se alzan en contra de la anticoncepción de emergencia que ayudaría a las mujeres a tomar las riendas de su planificación familiar; y que quienes tienen el monopolio de hablar del valor de la vida sean los que defienden con más ahínco la criminalización del aborto, la que produce cada año miles de muertes y encarcelamientos entre los pobres.

Esas violencias, la de la reproducción de las jerarquías sociales, la de la concentración desacomplejada de la riqueza, la de la respetabilidad democrática de los acuerdos de las élites, la de la superioridad del relato moral “pro” vida respecto del ejercicio del derecho a la vida, son deplorables, y sin embargo jugamos a aceptarlas como normas del equilibrio social. No guardo, por tanto, el recuerdo de ese instante fotográfico como el de una performance rebelde, juvenil e intolerante, sino que como una denuncia medular y vigente. Sigo cagándome en esa retórica virginal que ayuda a embelecer las injusticias de una sociedad de castas como la chilena, en esa historia de la fecundación divina que libera de juicio al padre terrenal de ese niño no reconocido, en esa gente que apunta hacia las alturas para que no veamos lo que sucede aquí abajo. Sigo pensando que la corderización de los pueblos es un recurso reaccionario en contra del cambio social, y que la docilidad de María es una de las responsables de siglos de dominación sobre las mujeres. No creo que sean las lecturas comprensivas de la historia de la dominación las que hacen posible hoy que las mujeres sean capaces de tirarnos las ollas sucias por la cabeza cuando nos declaramos cansados de “ayudar” en el aseo de la casa, sino más bien la irreverencia en contra de los arbitrarios de la historia, como en esa foto que grita: me cago en la virgen!

Citizen Almeida dijo...

Hilgo:

Veo y veo la foto y cada vez encuentro que tiene más lecturas. Está la tuya, más política, desde luego, pero también observo en su composición la dualidad de la tierra y el cielo.

Mientras la imagen inerte se ofrece a lo alto, el desafío vivo y de carne se plantea hacia quienes observan la hierática escena desde el suelo, desdeñando la promesa del cielo (se me había olvida qué cielo hubo ese día) con un gesto tan simple y categórico.

Sin embargo, las tres figuras comparten el blanco, lo que les confiere una textura de piedra, y las tres elevan uno de sus brazos en ángulos iguales, generando una triada que perturba, porque pese al antagonismo, las tres figuras confluyen en la creación de un espacio común de proporciones áureas (si corresponde el adjetivo, no sé).

Yo mismo, que no recordaba bien las circunstancias, creía que la foto fue bastante casual, con lo que el gesto habría representado una omisión total de la conciencia de la imagen, ignorándola y con ello, afirmando una fuerza vital por sobre creencias añejas.

Hay quien se detuvo en la foto, y vio también la posibilidad de que el gesto fuera una defensa de la imagen. Después de todo está a su lado en el momento en que va a ser intervenida por una reflex.

En fin, supongo que pasa como dicen, y el sentido de lo que observamos terminamos construyéndolo nosotros, independientemente de las voluntades creadoras. No por nada se supone que el Quijote escapa al genio de Cervantes.

Con todo, no puedo dejar de pensar en el poder simbólico de la imagen y recuerdo otra foto, tomada durante la guerra civil española, en la que milicianos anarquistas fusilaban estatuas de la virgen. Hay que haber sido muy católico como para eso.

Daniela Acosta dijo...

Viva Tuki!!!!!!